miércoles, 19 de agosto de 2015

Aserrío

La sierra mecánica, esa herramienta que un hombre maneja sin necesitar de otro, terminó con una de las más hermosas actividades humanas.

El árbol que cae, abatido por el hacha, causa el ruido de un ciclón en la soleada tarde de agosto. Sus ramas golpean peligrosamente todo lo que esté cerca. Verlo caer produce la sensación de mirar un gigante derribado; después, a correr sobre el tronco, tratando de mantener el equilibrio mientras los hechores del desplome empiezan a talar las ramas y a deshojarlo.

Un poco más y el tronco ha sido cortado en grandes tocones que se colocan en lo alto de unos palos en equis, igual a esos que sirvieron para crucificar a San Pedro: y, allí, en la parte más elevada, el aserrador, sin zapatos, toma la sierra y esta vez con la ayuda del que está debajo, empieza a tirar y empujar la herramienta. La piola sirve para marcar el ancho de las tablas, humedecida por esa pintura azul-morada que deja manchas indelebles en las manos.

Entonces la sierra canta y lanza miles de pedacitos de madera por los aires, formando un colchón mullido de aserrín debajo, que huele a vacaciones, a niñez, a abuelos que aún no se han ido.


Del aserrío saldrán las tablas para el piso del cuarto que se construye en la parte de atrás de la vieja casa y los pingos que se utilizarán para armar los andamios para el empañetado del tumbado de la cocina.

El sol atraviesa los millones de puntitos de madera que flota en el aire; el eucalipto huele más profundamente que cuando estuvo en pie.

Al día siguiente, cuando la madera ha desaparecido, todavía queda el aserrín que sirve para revolcarse, para lanzarlo en una guerra que daña los ojos pero vuelve felices a los niños o simplemente para tirarse allí, a mirar desde el suelo hasta el cielo, a través de las copas de los árboles que aún están de pie, sin pensar que ésta será la última vez, que no habrá una nueva vacación de hacienda, y que el olor a campo y a eucalipto desparecerán de la realidad para mantenerse solamente en los entresijos de la memoria, cuando mamá ponía las hojas debajo de la cama en una lavacara con agua caliente si estábamos agripados.

La sierra mecánica no sabe el daño que hizo.




Publicado el 19 de agosto de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11133-aserra-o/

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