miércoles, 26 de noviembre de 2014

¡Cómo me llamo?

¿Alguien desea perder su identidad? ¡De ninguna manera! Las clases de relaciones públicas enseñan que, si quiere impresionar, debe aprender el nombre de su interlocutor.
Por eso el trato coloquial y generalmente utilizado de “hola ñano”, “qui’ubo brother”, o “hermano, que gusto me da verte”, solamente denotan una gravísima y nunca bien escondida situación: ¡se olvidó el nombre!
Las reuniones con los antiguos compañeros de estudios son momentos para recordar y compartir viejas historias. Sin embargo nunca falta uno que aparece y dispara a boca de jarro: “¡a ver si te acuerdas quien soy yo!”
¿Cómo puede uno saberlo si no ha visto al individuo en los últimos 40 años? ¿Si la última imagen que queda es la del compañero flaco y greñudo en el cuadro de las fotos de los graduados, y el que se presenta ha perdido todo el pelo, pesa por lo menos 300 libras y habla bastante raro?
El recién aparecido deja a un lado el pesado chiste y por fin se identifica. A veces ni siquiera con ello la memoria frágil localiza al desconocido.
Sucede, entonces, que el individuo se resiente, manifiesta que igualito era tratado en los patios del colegio por los pretenciosos, diría hoy pelucones, que no mostraban ningún interés en ser sus amigos. Saca a relucir sus peores modales y se muestra verdaderamente enojado.
Expresa que hoy que ha vuelto de los Estados Unidos a los casi 40 años, ya jubilado, con nietos y bastante plata, él si busca a sus antiguos conocidos, ¡aunque fueron compañeros solamente en el segundo grado de la escuela! No queda más remedio de decirle que su memoria estuvo siempre presente pero que la vida nos ha cambiado, ¡pero para bien!, pues puede enojarse otra vez.
El viejo teléfono también servía para preguntar “¿sí sabes con quien hablas?” Se dice que, en cierta casa, el hermano político logró que su cuñada se confesara telefónicamente al creer que hablaba con el párroco.
El celular nos ha librado del mal rato con los omnipresentes nombres que aparecen en la pantalla. Hoy la preguntita, además de inútil, es costosa, pues el que llama paga.
Usar el nombre correcto siempre le abrirá puertas. Diga el nombre equivocado y verá la cara que le ponen. 
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/9897-a-ca-mo-me-llamo/

Publicado el 26 de noviembre de 2014

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La yunta

Aveces aparece entre sueños, o cuando un olor nos lo trae de nuevo a la memoria, que bucea tan profunda que llegamos a suponer que el recuerdo ya no está. Pero se presenta con el aserrín del eucalipto, la lluvia que cae golpeando la tierra y el viento que llega desde lejos, casi tan lejos como la infancia.

Allí está la yunta: solamente quien la ha visto, abriendo la tierra, tendrá la imagen precisa de los bueyes tirando del arado, con los ojos desorbitados y el yugo sobre  el cuello, ancho y poderoso. 

No hay nada artificial en el arado: el timón está atado al yugo con una tira de cuero o de cabuya, trenzadas en un fuerte haz. La reja de acero, brilla por el desgaste que produce su paso continuo por la tierra. El labrador, que no un simple peón, silba entre dientes para que los bueyes continúen la marcha esforzada, y se ayuda con un chicote. El látigo viaja silbando hacia el lomo de los animales, que inmediatamente reinician su marcha. Se ve el surco negro, presto a recibir la semilla que se derrama desde la mano encallecida del que viene detrás. A la vuelta el arado cerrará el surco. 

En semanas el paso de la reja habrá dado origen al milagro de las mieses; las hojas verdes mostrarán que la papa, chola o bolona, están creciendo bajo el manto  negro de la tierra.

El tractor ha reemplazado poco a poco a la yunta; el ruido del motor y el aceite quemado, al bramido de los bueyes y el silbido del peón. Las ruedas de la máquina borraron ya el cansado paso del Colorado y el Pintado, pues un tractor no tiene nombre, ni come, ni hay que llevarlo al abrevadero.

Sin embargo, tras la imagen bucólica y romántica está el esfuerzo humano, el trabajo agotador bajo el sol inclemente. El que une al labrador de los Andes con el campesino egipcio o de la India.

Aquél que, como lo expresó Miguel Hernández,  “nace, como la herramienta/a los golpes destinado/de una tierra descontenta/y un insatisfecho arado”.
Que “empieza a vivir, y empieza/a morir de punta a punta/levantando la corteza/de su madre con la yunta.”

En las alturas, soportando el viento helado, todavía puede verse su figura recortada contra el cielo como si no hubiera pasado el tiempo.  

Publicado el 19 de noviembre de 2014

Un himno cambiado

¿Sirven todavía los símbolos? ¿Un himno y una bandera han quedado solamente para los partidos de fútbol?
Las canciones patrias tienen siglos de antigüedad. Algunas son muy famosas, como La Marsellesa, el himno francés.
Otros himnos son especiales, como el de España... ¡que no tiene letra oficial! Los españoles pueden derramar lágrimas de emoción cuando lo escuchan pero no tienen esa especial sensación que supone efectivamente cantarlo.
Hay canciones que han llegado a ser himnos universales. Varias provienen del rock, como la famosa “We are the champions”, de Queen, entonada a voz en cuello en cualquier oportunidad donde alguien vence y alguien pierde.
Con los himnos, incluyendo los religiosos, hemos nacido y hemos crecido. Son los rezagos que podemos tener de chauvinismo. Nos traen el recuerdo del patio de la escuela mientras se iza la bandera, la jura en el Portete de Tarqui o la manifestación cuando se canta “a capella”.
Nuestro Himno a Cuenca tiene las mismas cualidades. Lo encontramos melodioso, romántico y marcial. Vemos a nuestra ciudad como una reina hermosa de fuentes y flores. Nos da identidad.
Por ello resulta chocante e hiriente escuchar la grabación, muy utilizada en los actos oficiales de las últimas semanas, en que un cantante de buena voz destroza la letra de la canción de la Patria Chica: para este intérprete nuestros héroes no son “luminares de patrio esplendor”, sino “luminarias de patrio esplendor”, como si fueran lámparas de la calle. Y tampoco Bolívar, pasmado con la acción heroica del Héroe Niño, Abdón Calderón, pide que no se le olvide nunca. En la versión indicada, Bolívar está “plasmado” por la acción de Calderón.
Seguramente en las escuelas los niños estarán aprendiendo nuestro himno con tales errores. La Municipalidad de Cuenca debe actuar de inmediato, por dignidad, y retirar la malhadada grabación antes de que cause más vergüenza. Suficiente tuvimos con la confusión oficial entre la Fundación y la Independencia de Cuenca, o con el nuevo “nombre” conque la llamaron hace unos días: la Sultana de los Cuatro Ríos.

Publicado  el 12 de noviembre de 2014

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Memoria de los cuatro ríos

¿Te acuerdas cuando caminábamos por la orilla del río Machángara mirando el agua que corría, y llegábamos al hondo, que el tío alguna vez atravesó nadando en medio de los remolinos, hasta aparecer sano y salvo al otro lado? ¿En el mismo lugar donde había unas piedras enormes y negras en medio de la corriente, que parecían calaveras, pues tenían agujeros que se mostraban como ojos?

¿Te acuerdas que, alguna vez, por allí, veíamos a los enamorados que caminaban y se sentaban bajo los árboles, besándose y abrazándose, lo que nos producía el escozor propio de la edad, recién llegada la adolescencia?
¿Recuerdas cuando el río Tarqui se desbordó y parecía un espejo enorme, lleno de sauces llorones, como una señal que Cuenca estaba cerca, y el camino desde Bajoalto, hoy desaparecido, era tan largo? ¿Y después, entrando por la avenida Loja, ver las cúpulas de la Catedral, que te decían que ya habías llegado?

¿Todavía están en tu mente los paseos a Barabón, bordeando el Yanuncay oscuro, con el color del hierro y las montañas de Soldados abrumándonos con su tamaño? El esfuerzo enorme de la trepada hacia los cerros que dividían el Azuay de la Costa y, después, la bajada casi sin frenar en la bicicleta, que cruzaba rauda cerca de esos puentes con techo que llevaban al otro lado, donde se veían las conchas blancas y esas flores amarillas, que mamá nos reventaba en la frente cuando éramos pequeños.

¿Está todavía presente el rugido del Tomebamba cuando algunos audaces se lanzaron a navegarlo en canoas improvisadas, kayaks que nunca salieron de un taller decente, pero que mostraron el arrojo de los jóvenes que venían de mucho más allá del puente de El Vado e iban hacia el Paraíso, para acercarse a la orilla antes de que el río se volviera aún más peligroso? ¿Y cuando lo veíamos desde lo alto de la Calle Larga, bajando al colegio? 

Nuestra balsa en el río Machángara, hecha con chaguarqueros, nuca flotó ni tuvimos la oportunidad de navegarlo, aunque sí lo vadeamos  con los viejos amigos –en ese entonces tan jóvenes-  para armar unas carpas y sentirnos en un mundo lejano,  en el mismo lugar que hoy ocupa una ciudadela.

Dentro del corazón está el molino hecho por el abuelo con las hojas del penco, en la acequia de la quinta: cada vez se parece más a esta vida, que ha girado y girado envuelta por los ríos de nuestra Cuenca querida. 

Publicado el 5 de noviembre de 2014