Se acabó el Mundial. Se terminaron esas escapadas de la oficina, como quien va a sacar una fotocopia, para ver –o esperar ver- una jugada magistral, el gol olímpico o el foul que deja fuera a una estrella.
Se acabaron las eternas discusiones, llenas de lugares comunes: los argentinos son pedantes, los alemanes, prepotentes; los españoles, insoportables; los colombianos, muy parecidos a nosotros.
Se terminó el amor –extraño y venido de quien sabe donde- que lleva a vestir una camiseta del color naranja, la franja negra-roja-amarilla o la azzurra casi desteñida por las lavadas.
Se terminaron las “discusiones filosóficas” que llevaron a sostener que hay países sudamericanos que más parecen europeos, que Costa Rica nos da igual que Australia, que hay que apoyar a los “revolucionarios” aunque en momentos se grite por los belgas, pese a que tengan rey.
No se dará de nuevo la discusión sobre si Keylor Navas es mejor que Robben, o si es lícito escuchar que “Maradona es más grande que Pelé”.
Ya no chocará la cara de pocos amigos de Dilma Rousseff y olvidaremos que entregó la Copa bastante detrás del escenario para que las pifias no pudieran alcanzarle. No sabremos si Putin apoyó a Alemania, olvidando Stalingrado, o a Argentina, la cuna del Che.
Tampoco discutiremos si es positivo recibir a una selección manifestando, como Cristina, que “nadie daba 20 mangos por ustedes”.
Se perderá en el fondo del Youtube el video de Sylvester Stallone aconsejando a la Pulga a que sea fuerte, aún en la adversidad, y la cumbia que bailan los alemanes vestidos con pantalones cortos de cuero, gracias a las destrezas tecnológicas de algún colombiano que se vengó de esa manera del Brasil.
Casi no nos acordaremos del mordisco de Suárez cuando cambie la celeste por la blaugrana del Barcelona español.
Los religiosos no verán más a David Luiz elevando los ojos –y los índices- al cielo, aún después de haber fallado escandalosamente, ni recordarán que este “churudo” en un momento cobijó a James que lloraba desconsolado.
Volveremos a la vida cotidiana, al Código Monetario, a la reforma constitucional, y veremos, asombrados y amargados, que Gaza está llena de sangre.
Publicado el 16 de julio de 2014
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