Hoy es Miércoles de Ceniza. Han pasado ya los días de la locura carnavalera, reducida por los cambios sociales y generacionales a escapadas a la playa en vez de permanecer en la ciudad o salir al campo cercano entre el vértigo del agua, los tragos, la abundante comida y los amigos.
Aún para los no practicantes, el Miércoles de Ceniza trae un giro en la actitud y en los compromisos: hay que asentar la cabeza, trabajar más fuerte, cumplir con lo que esperan los demás.
Este día algunos mostrarán la ceniza en la frente, cada vez más escasa pues ya ni siquiera hay curas que la impongan. Para un oficinista de hoy, esa mancha en el rostro no solamente recuerda la muerte pues “polvo somos y en polvo nos convertiremos”, sino que deja en claro el origen popular, campesino, religioso que es necesario ocultar.
El Carnaval es desenfreno, rotura de reglas, cambio de horarios, abuso de poder de los más grandes a los más chicos, de los hombres a las mujeres, que casi las convierten en la chica de los dibujos trogloditas, a la que se tira de los cabellos para llevarla al agua. El inicio de la Cuaresma transforma al señor Hyde de nuevo en el doctor Jekill. Todo lo que estaba escondido, oculto (“hide”, por tanto) y que brotó, a veces espontáneamente, a veces forzadamente, vuelve a un lugar recóndito en el que volvemos a ser el ciudadano común que cumple con sus obligaciones.
La estructura mental humana necesita de hitos que definan su comportamiento y actitudes. Pasamos, como en una montaña rusa, de lo más alto a lo más bajo, del giro sin control a la parada en la estación, del grito a la risa, del sufrimiento a la calma.
Cuántas de estas expresiones populares conforman nuestra real personalidad; desde la infancia y la juventud, cuántos de estos actos nos han transformado en lo que somos hoy. ¿”Tranformado”, es la palabra? Evidentemente si, pues en otro lugar y en otras circunstancias podríamos ser un frío nórdico, un ruso que no entiende de bromas, un alemán que nunca –nunca- rompe las reglas, un africano que no encuentra agua, un esquimal que no tiene ganas de mojarse jamás.
Pero somos esto: cuencanos, carnavaleros, hombres y mujeres que llevan la ceniza en la frente, nos la haya impuesto un cura o no. En pocas palabras, individuos que llevamos adentro, a la vez, al doctor Jekill y al señor Hyde.
Publicado el 5 de marzo de 2014
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