Hoy es primero de enero. De alguna manera el día más tranquilo del año, por lo menos para aquellos que ha permanecido en su casa y no están en la larga fila de vehículos que trata de moverse en las carreteras, en un viaje interminable entre la playa y la ciudad.
Atrás han quedado el ruido y la música, compañeros permanentes de las últimas jornadas, más aún cuando el Año Viejo se ha celebrado en el último viernes de oficina, pese a que era solamente 27.
El hombre, que ha vivido durante milenios en contacto con la naturaleza y el silencio, cree que éstos ya no forman parte de su hábitat natural. Es necesario que el televisor esté encendido para que la casa no parezca sola.
La música ambiental evita que los salones llenos de gente, las piscinas públicas o los bancos, parezcan solamente lo que son: una reunión de seres humanos cercanos pero desconocidos. Los juegos de video tienen sonidos que hipnotizan.
El ruido de las ciudades, grandes o pequeñas, está en todas partes: en el bullicio de la gente, en el claxon del vehículo que golpea al transeúnte, en el parlante que se desgañita en la tienda de barrio, calificada absurdamente como boutique, con los maniquíes en la puerta.
Lo encontramos en los lugares más disímiles y menos esperados: ¿acaso no suena la música discordante de un DJay (pronunciado como “disk joker” en el argot popular, y tal vez con toda razón) en una límpida mañana yunguillana?
El silencio asusta, nos vuelve a la realidad de lo que somos: parte de una naturaleza que buscamos defender en la teoría, pero que no la sentimos nuestra en realidad... porque somos ciudadanos.
El silencio puede rescatarse: hay que caminar por los campos, ir a los bosques, escuchar el murmullo del agua de nuestros ríos, el sonido del viento, el crujir de las hojas en un bosque.
Hay que romper el paradigma que condena a este mundo: la ausencia de sonido no es sinónimo de muerte ni de olvido. Es un momento para encontrarnos con nosotros mismos, aunque caminemos acompañados.
Se ha promovido días en que se apagan las luces, no se habla por el celular o se usa bicicleta.
Sin necesidad de promoverlo, busquemos un día en que el ruido desaparezca y escuchemos lo mismo que escucharon los primeros hombres y mujeres, hace milenos: el sonido de la Tierra.
Publicado el 1 de enero de 2014
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