La escuela es un hervidero. Son algo más de las once y media de la mañana pero la noticia, pese a la distancia, ha llegado como un rayo. En Dallas acaban de disparar al presidente de los Estados Unidos. El director reúne a los profesores, que empiezan a suponer que todo puede pasar. ¿Será el comienzo de la Tercera Guerra Mundial? La decisión está tomada: todos a la casa.
Las radios se han prendido en toda la ciudad; hay beatas que van a la iglesia del Cenáculo pues algo muy grave está por suceder.
La televisión en blanco y negro empieza a transmitir imágenes inconexas; la tecnología no ayuda a entender qué es lo que está pasando. En media hora más la noticia se hace pública: John F. Kennedy ha muerto.
Los diarios publicarán unas fotos pixeladas al día siguiente: en ellas se ve a Jacqueline Kennedy, con el vestido manchado de sangre y cara ausente, acompañando al vicepresidente Johnson que levanta la mano derecha para jurar el desempeño de su nuevo cargo. Solamente cuando llegue la próxima edición de la revista Life podrá verse que el vestido es rosado y la sangre, roja oscura.
Los canales de televisión nacional hacen un gran esfuerzo técnico y logran presentar (“en vivo y en directo”) el traslado por las calles de Washington. El redoble de los tambores será reproducido por las bandas de guerra de los colegios de Cuenca en los desfiles siguientes. El ataúd va sobre una cureña. (“Papi: ¿qué es eso? Es el carro de madera sobre el que se monta un cañón de artillería.”) Hay un caballo sin jinete que lleva las botas de montar, puestas al revés.
Después de dos días el asunto se complica: el dueño de un cabaret ha disparado contra Lee Harvey Oswald, el supuesto homicida, y le ha matado cuando el FBI le trasladaba a otra cárcel. ¿Quién está detrás? ¿Los rusos, el Ku Kux Klan? ¿O fue solamente un asesino solitario que dispara desde una librería publica?
La política desaparece y empiezan las anécdotas: Marilyn canta el “feliz cumpleaños” a John Kennedy en un traje ajustadísimo, que ya fue objeto de subasta. Jackie se casa con Onassis y da origen a una de las estrofas de la canción “Miss American Pie”, de Don McLean, muestra de la decepción social americana, luego banalizada por Madonna.
Este viernes son 50 años del disparo: ha pasado el tiempo desde que los niños salieron en desbandada de la escuela Borja porque el mundo estaba por acabarse.
Publicado el 20 de noviembre de 2013
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