Las rocolas han desaparecido de los bares, las cantinas y los salones de comidas. Hoy se encuentran, como grandes adornos, en las cavas de las casas particulares, las quintas vacacionales y los cuartos de juego donde se reúnen los amigos para una partida de 40 o de póker.
Esos aparatos tuvieron mejores –o peores- días, instalados cuidadosamente por el propietario del salón, que esperaba atraer mayor clientela con un poco de música: el disco de 45 r.p.m. se levantaba desde el fondo y, como por arte de magia, volteaba para que la aguja cayera en el lugar preciso.
Algún chispito sentado en el Marabú habrá escuchado pasillos que, más que ayudar a olvidar, le habrán traído recuerdos lacrimógenos. Otros parroquianos vieron rocolas con los vidrios rotos por el lanzamiento de una silla o las tuvieron de compañía mientras compartían un sánduche de pernil con jugo de tomate de árbol.
Los jóvenes escapados del colegio escucharon los últimos hits en estas cajas musicales: “La novia”, de Antonio Prieto o “Está dormida” en la voz del “Falsete del Plata”, el famoso Yaco Monti.
Es que no había otra forma de oír los últimos éxitos sino en una rocola, o a través de la radio cuando una chica, en llamada directa al locutor y con un candor a toda prueba, pedía: “¿Me puede complacer?”, señalando a continuación el nombre de la canción.
Las rocolas tenían solamente boleros y baladas, jamás una pieza de rock, muchos corridos mexicanos y, por supuesto unos valses peruanos de aquellos que, pese a venir del “enemigo del Sur”, gustaron y se cantaron tanto.
La rocola, en la playa, estaba rodeada de jabas de cerveza que se desgranaban en las mesitas para mitigar el inexistente calor veraniego de una temporada en agosto. En la fogata se cantaban piezas aprendidas a golpe de introducir un sucre en el aparato.
Fue la música de una rocola la que llevó a un viejo amigo a sacar a bailar en un lugarcito costanero a una señorita de no muy buena reputación. Las canciones escogidas muestran la ingenua adolescencia: “Viejo, mi querido viejo”, de Piero, y “Me estoy portando mal”, de Leo Dan.
Las rocolas: ¡qué cosas habrán visto!.
Publicado el 27 de noviembre de 2013