miércoles, 21 de agosto de 2013

Prenda en el bar


Vivir sin dinero es siempre complicado, sobre todo cuando en el colegio empezaba a aparecer aquella necesidad de comer, sin parar, en cada hora del recreo. Es cierto que el papá generoso entregaba a su hijo el fiambre diario que tenía relación directa con el ingreso familiar: cuatro reales, cinco reales, un sucre. Los más aventajados podían contar con dos sucres diarios.

El bar del colegio estaba lleno de alumnos que pedían el bocado más preciado de la mañana: un perro caliente. éste tenía, por supuesto, una salchicha vienesa de muy mala calidad, pero la tenía. ¿Cuál era la siguiente posibilidad, si el fiambre no alcanzaba? Pues, el encebollado: un perro caliente sin salchicha.

El problema se presentaba cuando el fiambre había desaparecido por una escapada al cine, entrando en galería baja porque tampoco había lo suficiente para la luneta.

Ciertos encargados de los bares colegiales mostraban apertura a los estudiantes. La posibilidad de beber una Coca-Cola después del juego de basket del recreo estaba directamente relacionada a la entrega de una prenda en el bar. Pero no todo podía ser prendado: el Álgebra de Baldor si, cuando los exámenes estaban cerca, ya que el alumno se veía en el requerimiento inmediato de pagar sus cuentas para poder estudiar. Un reloj Oris tenía grandes posibilidades de abrir una cuenta más grande. Una chompa menos, sobre todo porque podía ser ajena.

La prenda daba grandes posibilidades para mostrarse generoso con los compañeros, a quienes se invitaba para lograr el ingreso en el equipo del curso, una invitación a la matinée bailable del próximo sábado o, en ciertos casos, evitar que le pegaran muy duro en la próxima clase de Educación Física, donde el profesor escogía a quienes calzaban los guantes sin que sean cotejas.

Ciertos dirigentes de curso tenían la apertura de informar a los estudiantes que las prendas serían puestas a disposición del Rectorado, con las consiguientes sanciones por no haber sido recuperadas a tiempo, recordando a los muchachos que el dueño del bar no era el Monte de Piedad.

Como en todo tiempo y lugar, hubo prendas que jamás se recuperaron, señal cierta que en la vida real habría también, en el futuro,  incumplimiento en la palabra y falta de pago de deudas, pero sucedía poco. Ese pequeño mercado que era el bar fue también parte de la formación personal que hoy se llama, pomposamente, “extracurricular”.

Publicado el 21 de agosto de 2013

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