Cuando alguien tiene algo que decir, lo hace aún en las condiciones más básicas. Eso es lo que sucedía en el intermedio de dos películas en el viejo Teatro Cuenca, hoy convertido en estacionamiento público de vehículos.
De vez en cuando –muy de vez en cuando- se informaba en los periódicos o se corrían las voces que ciertas personalidades artísticas nos visitarían y que tendríamos posibilidad de verlas.
Así, después de oír “Y volveré” en la radio hasta el cansancio, un día de esos supimos que Los Ángeles Negros, un grupo chileno, estaría en nuestra ciudad. Era abril de 1970.
Fuimos todos los que pudimos al Teatro Cuenca, a la matiné de las dos y treinta de la tarde, para un programa que empezaría nada menos que con una película. No recuerdo cuál era, pero muy bien podía haber sido la impactante “El corazón es un cazador solitario” o, tal vez, “Los girasoles de Rusia”. Lo más probable, por el público adolescente que asistía, es que fuera alguna de Pili y Mili.
Lo cierto es que, una vez concluido el filme, sucedió lo que nunca sucedía de ordinario: se cerró la gran cortina del teatro para que los músicos pudieran preparar su actuación en el intermedio de las dos películas.
En seguida tuvimos a Los Ángeles Negros en el escenario. No hubo grupo telonero, ni presentación de ningún locutor, solamente las notas que abrían una de las canciones, y la voz tiple y característica de Germain de la Fuente, que cantaba “Te dejo la ciudad sin mi”. La algarabía era extraordinaria y los celos se prendaron de cada uno de los varones asistentes a la gala, cuando se fijaron que sus compañeras –novias y enamoradas- gritaban, a más no poder, al ver al pintoso de la primera guitarra.
Cinco o seis canciones más se tocaron desde ese viejo escenario, hasta que se cerró la cortina. La magia había terminado. Nadie se quedó a ver la siguiente película pues el impacto juvenil fue tan grande que el teatro se vació de inmediato.
Uno de los amigos, tímido de ordinario y audaz en estas circunstancias, apareció nada menos que con un autógrafo del grupo: se había colado al escenario después de la presentación sin que el “cuetero” que hacía de guardia lo detuviera, saludó al grupo, compartió algunas impresiones, y bajó con su papelito firmado.
Otros tiempos: las estrellas del espectáculo estaban aún al alcance de quien tuviera la audacia de subir al escenario del viejo Teatro Cuenca.
Publicado el 27 de febrero de 2013
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