miércoles, 28 de diciembre de 2011

Miedos infantiles


Diciembre 31, esquina de las calles Lamar y Juan Montalvo. El tránsito de los vehículos se detiene en la equina por la gran cantidad de gente que camina por las calles. En el pequeño automóvil están los padres y, en el asiento de atrás, tres niños pequeños. Todos se dirigen a la casa de los abuelos para el abrazo del año nuevo, pero ahora se encuentran atrapados. Son las 10 de la noche.

En ese momento se escucha un ruido fortísimo: un payaso acaba de golpear el capó del vehículo con su morcilla. El personaje tiene una careta sonriente y llena de colorines, y sobre su cabeza lleva un cucurucho de cartón con estrellas y lunas, que termina en una cantidad de serpentinas.

Los niños temen lo peor: el miedo a lo desconocido les abruma y piensan que su papá tendrá ahora que bajar del carro y enfrentarse a ese ser que, en vez de risa, causa miedo.

Otros payasos rodean el vehículo y, de entre la multitud sale una mujer vestida de negro, asimismo con una careta que le cubre el rostro, que llora a grandes voces, gimiendo en un tono que no puede nacer de una garganta femenina.

Los chicos del automóvil tiemblan de terror. La más pequeña llora del susto.

La madre trata de calmarles. Sin embargo el papá se encuentra disgustado porque los vehículos no corren y ha debido sacar unas monedas, dos reales, tal vez un sucre, para entregar a la viuda que fastidia en la ventana del vehículo.

Al fin se mueven todos y el automóvil arranca volteando la esquina, hacia la calle Gran Colombia.

Al día siguiente todo ha pasado. El hijo de la tendera de la esquina devuelve el traje de payaso. Es un muchacho de 17 años que no llega al metro y medio. Su hermano de 20, por su parte, cuenta las monedas recuperadas para cubrir las deudas del viejo que quemaron.

Uno de los chicos asustados de la noche anterior va a la tienda y la encuentra milagrosamente abierta pese a ser primero de enero. Con un poco de dinero compra unos soldaditos de plástico que le servirán para jugar ese día en que casi todos los mayores duermen, en espera del inicio de un nuevo año de trabajo.

Publicado el 28 de diciembre de 2011

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Títulos viejos y memoria flash


No es inusual que el abogado que recibe a un cliente, sobre todo campesino, vea que éste, de entre sus ropas, extrae un atado de documentos generalmente envueltos en plásticos o periódicos. Lo abre cuidadosamente, pues los papeles están a punto de deshacerse, y lo entrega con cuidado y temor.

Tal legajo suele contener los títulos de propiedad de algún terreno perdido en medio de los campos y quebradas; posiblemente heredado de sus padres o abuelos.

En otras oportunidades, los documentos que aparecen son simples cartas o recibos, demostrativos de antiguos negocios que la familia ha llevado a cabo y que sustentan el derecho sobre la chacra, el sembrío de papas o la propiedad de una choza que se levanta entre la niebla.

Un estudiante de derecho, por su parte, defiende su tesis final y argumenta sobre la validez de los documentos digitales como medios de prueba. Se refiere a términos extraños: algoritmos, firma electrónica, direcciones IP.

Expresa que los jueces, pese a que la ley consagra la validez de estos documentos, no se sienten seguros cuando deben revisarlos en el proceso.

Manifiesta, sin embargo, que la opinión pública siguió hace poco el caso de un ciudadano, detenido por haber enviado, por medio del twitter, un mensaje considerado peligroso o amenazante para el Jefe del Estado. Tweet o gorjeo –pues es lo mismo- que no se encuentra en lugar alguno sino en el espacio virtual de las comunicaciones.

La convivencia de los antiguos documentos escritos y los nuevos métodos de comunicación, y las responsabilidades que acarrea el uso de unos u otros, merecen una especial revisión que trasciende el campo jurídico y llega a la vida cotidiana. Cada vez más personas, sobre todo jóvenes, realizan compras por el internet, pagando con tarjetas de crédito y recibiendo bienes que, de otra forma, estarían fuera de su alcance si no fuera por la globalización.

¿Será que los “dos mundos superpuestos”, de los que hablaba un conocido cientista social, siguen vigentes y sin posibilidad de fundirse? 
Muchas veces oímos referencias a las teorías del centro y la periferia, o de los estados imperiales y los colonizados. Esta situación se ha trasladado a una sociedad donde conviven los que tiene la posibilidad de utilizar tecnologías de comunicación y los que se encuentran aún en la época del papiro.

Quien sabe si en algún momento, como en una película de ciencia ficción, veremos a un campesino sacar, de debajo de su poncho, una memoria flash en la que se encuentren los títulos de propiedad de sus mayores.

Publicado el 21 de diciembre de 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Radiografía de un concierto


Whistle es una flauta hecha de metal que se usa en la música irlandesa. Sirve para tocar las danzas celtas que se han vuelto populares con el “new age” musical. Tiene seis agujeros y produce el sonido que se ha escuchado en las películas de “El señor de los anillos”.

Por su parte el violín, mucho más conocido en nuestro medio, se ha extendido desde sus orígenes en el laúd y el rabel, hasta volverse un instrumento exquisito que es la base de obras monumentales de la música clásica.

¿Qué hacen estos dos instrumentos mezclados con un bajo, una guitarra eléctrica, una enorme batería con dos bombos, una gran cantidad de platillos, tambores cajas y redoblantes? Únase a esto un sintetizador Korg y tendremos una banda musical de características singulares: rock pesado y actitud provocadora.

Segunda figura: un joven de origen humilde cambia su atuendo actual de albañil, cuidador de estacionamiento de vehículos u obrero en una fábrica, y se viste cuidadosamente de negro de la cabeza a los pies. Lleva inclusive un gorro negro. Lo único que resalta en su atuendo es una camiseta, en la que aparece una bruja que toca el violín mientras vuela en una escoba delante de una enorme luna llena.

Se dirige a un lugar en donde 5.000 como él esperarán durante horas a que suene el whistle acompañando al violín, en una introducción musical que trae aires de elfos y trolls, y traspasa el espacio hasta los monumentos megalíticos de Stonehenge.

Los 5.000 vestidos de negro, como en un rito, saltan acompasadamente mientras acompañan al cantante que eleva su voz entre los riffs de las guitarras eléctricas y el fondo del sintetizador: “Ponte en pie/alza el puño y ven/a la fiesta pagana/en la hoguera hay de beber/De la misma condición/no es el pueblo que un señor/ellos tienen el clero/y nosotros nuestro sudor.” La vibración del ambiente es extraordinaria y el gasto de energía podría servir para llevar a cabo un experimento de física.

Extraña situación es ésta: una banda catalogada como de folk metal, con discos que hablan de la leyenda de la Mancha y de Finisterra, de Gaia y de molinos de viento, ha quebrado la diferencia entre culturas separadas no solamente por continentes sino también por siglos. Toca en Cuenca del Ecuador ante seguidores incondicionales que no pueden creer que hayan tenido cerca a Mägo de Oz. Mañana los adeptos doblarán cuidadosamente la camiseta negra y la guardarán en una maleta de madera. Es hora de ir a trabajar.

Publicado el 14 de diciembre de 2011

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Diciembre y la reflexión de García Márquez


Tiempo es una palabra que puede tener varios significados: 17, según el diccionario, entre ellos el lento o rápido decurrir de los días, que nos angustia o nos alegra.

En el libro “Los descubridores”, Daniel Boorstin se refiere a una invención que parece un sinsentido: el calendario. Hace referencia a que en los inicios de la humanidad, el concepto de la semana o el año no existían. Sí el del tiempo lunar, que provenía de la contemplación del satélite en su extraño giro creciente y menguante.

Hubo pueblos que tuvieron calendarios de 19 años (el autor no ilustra cómo celebraban los cumpleaños) y otros, de períodos lunares mucho más cortos.
Como el tiempo ha corrido, se acercan las fechas más importantes del año: la Navidad, con su mezcla de añoranza, tristeza, alegría, expectativa, preocupación y gozo.

Para los niños la espera de la Nochebuena es eterna, pues aguardan el cumplimiento de las ilusiones que han forjado a lo largo del año. Para los grandes, el tiempo vuela apretando el corazón, pues aún no se han comprado los regalos, porque no se ha encontrado el momento, no hay dinero o la familia esta lejos.

Empezarán a aparecer por las calles los pases del Niño, con sus cholas y mexicanos, los negros danzas –cada vez más raros de encontrar- y los caballos revestidos de cientos de caramelos y chocolates, sobre el tapiz bajado de la pared de la casa. Extrañamente aparecerá también el “hombre araña”, como un alien llegado de otro mundo que no es nuestro.

El aire olerá fuertemente a palosanto o a incienso y, tal vez a la vuelta de la esquina, encontraremos a la Banda de La Salle (¿todavía existe?) entonando los “tonos del Niño”, marcados por el sonido profundo de la tuba.

Habrá girado otra vez la rueda de la vida y nos encontraremos tarareando la letra de una canción de tristona filosofía existencial: “la Nochebuena se viene/la Nochebuena se va/ Nosotros nos iremos/ Y no volveremos más.”

Neguémonos a aceptar la reflexión de García Márquez, que ha dicho que actualmente el tiempo es de mala calidad, pues se acaba muy rápido. Incluyámonos en el “movimiento slow”, que busca calmar las actividades humanas, y démonos con nuestra mujer, hijos, nietos, padres, familia y amigos, el tiempo que necesitamos. La Navidad volverá a ser lo que fue.

Publicado el 7 de diciembre de 2011