Jesús nació en Gualaquiza; como tantos otros viajó a los Estados Unidos y su calidad personal le permitió trabajar de chofer en muchas empresas dedicadas al transporte de pasajeros. Sin embargo, recibió de su jefe un encargo especial: conducir camiones llenos de inmigrantes desde Arizona hasta Nueva York, sin dejarse atrapar por la “migra”. Así lo hizo durante un tiempo, en el que ganó un buen dinero, hasta que el jefe cambió el transporte de personas por otro, aún más delicado – de sustancias “raras”, como lo dice José- que no le gustó nada.
Se separó del negocio y con lo ahorrado pudo montar su propia empresa, que se dedicó al transporte turístico: recoge pasajeros en los aeropuertos JFK y La Guardia y, si se le solicita, en Newark. Lo hace con gran estilo: si se pide, con limosina; en caso contrario, en un Chevrolet Tahoe negro, en donde caben todas las maletas de los viajeros.
También hace de guía turístico, dentro y fuera de Nueva York, y lleva turistas a ciudades que interesen conocer: Washington, Boston, aún Atlanta. Sin quererlo usa el spanglish cuando, al referirse a los tornados que azotan el país, habla de la impresión que produce ver volar los “rufos” de las casas construidas casi como si fueran de cartón.
Es, por lo tanto, un triunfador que posee un pequeño barco de pesca –“para 15 personas”, dice orgulloso- en el que sale los fines de semana.
Sin embargo su vida no está completa: añora su país y espera visitar su querido Oriente, en donde su padre de crianza le ha ofrecido prepararle una guanta y, tal vez, una yamala para cuando retorne. Controla firmemente a sus hijos, que estudian en Macas, utilizando el celular y cerrando o abriendo el grifo del dinero; se refiere al menor de ellos con orgullo, cuando indica que jugó un interprovincial de fútbol en el estadio de Cuenca hace unos días, y que lo hizo bien.
Jesús considera que es tiempo de volver al país y cultivar la tierra de sus padres, en donde olvidará el tráfago de Nueva York con sus días y noches de intenso trabajo. Sin embargo no tiene fecha para hacerlo.
Si usted viaja a Nueva York, lleve la tarjeta y pregunte por Jesús, que le tratará amablemente y le pondrá música nacional en el trayecto al aeropuerto. Cuando se despida podrá ver en sus ojos la melancolía de quien se queda, deseando ser el viajero que toma el avión de vuelta.
Publicado el 1 de junio de 2011
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