Cuenta una historia, que la saben los alumnos que estudian Introducción al Derecho, que Federico II de Prusia, déspota ilustrado, resolvió el problema de un molinero que no tenía agua. Éste se presentó ante el monarca porque los terratenientes de los campos cercanos no dejaban que el agua corriera hacia el molino. Los campesinos la necesitaban para conseguir la harina para el pan.
Federico II pidió conocer la causa y le indicaron que la ley daba la razón a los terratenientes. El Grande –porque así era también llamado- se encontró que tal ley la había dictado él mismo para promover la producción agrícola, lo que había dado grandes resultados. Monarca absoluto al final, cambió la ley que él mismo había dictado y el molinero tuvo agua suficiente para moler el trigo.
Esta resolución fue recibida como un acto necesario y sirve para demostrar, en la cátedra, que despotismo no siempre es igual a injusticia.
Sin embargo el mundo no se quedó con déspotas ilustrados, por más justos que fueran. Algo en los pensadores que sostuvieron que, sobre la voluntad de los monarcas estaba la ley, les hizo ver que el déspota acierta una y cien veces, pero puede equivocarse otras más, sin que sea responsable de sus actos.
Por otra parte, nadie estaba seguro de lo que el rey podría decidir, y había que esperar providencialmente que acertara en todos los casos.
De allí que, en democracia, la ley está sobre los hombres, por más importantes que sean, y todos están sujetos a ella. La ley se establece con anterioridad, debe ser conocida por todos y se aplica, en caso necesario, por el órgano competente que es independiente de los demás.
Por ello repugna a la democracia la irrupción de una de las funciones del Estado en las otras, por más que se busque subsanar, como en el caso de Federico II el Grande, un error legal o llevar “al buen camino” a quienes deben aplicar la ley.
El mesianismo, al que parece volver la humanidad cada cierto tiempo, supone que la transformación de la sociedad provendrá de un líder iluminado, que tiene en su capacidad personal y única el poder de cambiar el mundo.
Ha habido muchos líderes mesiánicos; la historia, sin embargo, ha demostrado que los cambios duraderos y reales no han provenido de un “héroe” sino del consenso de un pueblo, suficientemente educado para comprender cuáles son los cambios que requiere para avanzar hacia el futuro.
Lo demás cae en la utopía, que pretende un mundo idealizado y, como tal, inexistente.
Publicado el 6 de abril de 2011
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