miércoles, 3 de junio de 2015

Peluquería

Había una clara distinción entre salón de belleza y peluquería. Jamás a los varones, incluyendo niños, se le habría ocurrido asistir al de las mamás y las abuelas.
Para un corte de pelo estaban las peluquerías. Había tres o cuatro muy conocidas y a su propietario se le trataba de “maestro” o de “señor”. Todas estaban en el centro de la ciudad y servían hasta de seña informativa para otros locales: “su casa está al lado de la peluquería del maestro Tobar” o “la tienda del frente de la peluquería del señor Garzón”.
Los niños iban acompañados de sus padres o de algún hermano mayor, que rezongaba por el encargo.
Si el chico era pequeño le esperaba un caballito blanco de porcelana, con montura, riendas y estribo. Una vez trepado, la cabeza solía desparecer debajo del largo delantal, lo que llevaba al llanto desconsolado del cliente.
Los más grandes se sentaban a esperar y podían gozar de una gran –y ajada– colección de revistas a las que nadie llamaba “comics”: allí estaban Batman, Superman, Linterna Verde, Flash y todos los superhéroes imaginables en 32 páginas. 
Pasaba rápido el tiempo, “gustando” de las aventuras donde Lex Luthor desafiaba al Hombre de Acero, mostrándole una piedra de kryptonita que le quitaba inmediatamente los superpoderes.
Las instrucciones al peluquero habían sido dadas con toda precisión por el papá: el corte alemán o corte cadete eran los preferidos (para el papá, no para el hijo) y el maestro iniciaba su labor con gran entusiasmo, utilizando una máquina manual que subía desde la nuca, giraba alrededor de las orejas hasta quedarse, por un momento, a la altura de las sienes, y continuar su camino.
La víctima posiblemente no notaba lo que estaba pasando, pues seguía enfrascada en la revista, hasta que el peluquero le daba unos golpecitos con agua de lavanda en el cuello para cerrar los poros y evitar las infecciones, y le decía: “¡listo!”
El trabajo había sido ya pagado y no quedaba más que salir. El viento que subía por la calle Benigno Malo ponía de manifiesto que el corte había sido a fondo.
Hoy vamos a peluquerías unisex donde ya no están ni Batman ni Superman, aunque podemos leer la revista española ¡Hola! y estar al tanto de lo que viste una tal Belén Esteban, que no sé quien es ni me importa.

Publicado el  27 de mayo de 2015

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