miércoles, 6 de mayo de 2015

El botiquín

En la casa había un botiquín, y en el botiquín se encontraban los remedios para curar las enfermedades usuales de toda la familia.
Uno de ellos era un emplasto rosado, que se calentaba a baño maría y después se untaba en el cuello con un cuchillo plano, de esos que servía para poner la mantequilla en el pan.  Esta masa caliente se extendía por el pecho de manera fácil, hasta que empezaba a enfriarse. Entonces se quebraba toda y las astillas  se desparramaban por las sábanas. ¿Seguro que el numoticine curaba?
Las amígdalas inflamadas tenían un método curativo infalible:  salía de la caja un largo palito de madera, en que se envolvía un algodón que era prontamente introducido en el mertiolate. Las tocaciones  dejaban no solamente un sabor a yodo en lo más profundo de la garganta, sino también una sensación enorme de nausea.
No había mejor cicatrizante que la hoja del geranio bien mordida, que se ponía sobre la herida de los dedos para que deje de sangrar. Las hojas de eucalipto en agua hirviendo, puestas en una lavacara debajo de la cama, permitan respirar en la larga noche cuando la tos levantaba a todos en la casa.
La ruda, con su olor pungente, o el azote con ortiga, podían también calmar los síntomas o curar enfermedades raras, sin dejar de considerar que esta última podría ser un buen antídoto contra los tragos del marido demasiado amante de la farra.
Si dolía la cabeza estaba  aconsejado aplicar  en las sienes unos trozos de azufre amarillo, que detendrían de inmediato el  barreno que taladraba la testa. Si era muy fuerte el dolor, unas hojas de higo atadas a un pañuelo podrían ser una aceptable  e impresentable solución.
Todo tenía cura o por lo menos parecía tenerla: un baño en alcohol no solamente que bajaba la temperatura sino que producía una sensación inmediata de bienestar. Soplar un ojo, apegando la boca al  pañuelo, ayudaba a que la mota de polvo que nublaba la vista desapareciera de inmediato.
Todo era bueno, hasta un punto, mientras no llegara el  supositorio. El viejo vecino del barrio ya lo dijo: “Me floto, me floto, pero no me pasa el dolor”

Bendita medicina casera, que nos permitió sobrevivir.

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10646-el-botiqua-n/
Publicado el 6 de mayo de 2015

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