miércoles, 28 de enero de 2015

Bola 8

En la mitad de la cuadra solía haber una puerta. Las dos hojas, a veces abiertas de par en par y, otras, entornadas, no dejaban ver el interior pues una pesada cortina lo impedía. El transeúnte escuchaba voces veladas, olor de humo y el golpe característico de una bola chocando con otra. Era el billar del barrio.
Este lugar aparecía ante alguna tía beata como el refugio del demonio. Los consejos a los niños, asustaban: allá adentro pasaban muchas cosas malas y entrar equivalía a pasar por la puerta del infierno. Al ir y volver de la escuela era mejor cruzar a la vereda del frente.
Llegados los años del colegio, alguno de los amigos venía con la extraña noticia: “mi tío –siempre algún solterón- me llevó a jugar billa.” 

Inmediatamente nacían las preguntas: ¿qué pasaba allá adentro, quiénes asistían, es cierto que había ladrones? Algo tenía que suceder cuando en la misma entrada se pintaba un letrero que prohibía la entrada a menores de edad.
La respuesta confundía: en los billares estaban los amigos de jorga del mencionado tío además del zapatero de la esquina, el oficinista que trabajaba en el edificio que quedaba más abajo (“creo que es la Asociación de Empleados”) y hasta el portero de la escuela.
Algún día especial, jugándose el físico para que no lo supieran en la casa, los adolescentes se atrevían a levantar esa cortina para encontrarse con el dueño del lugar al que había que convencer que, en esa tarde de martes sin clases, lo mejor que podían hacer es echarse unas partidas de billa.
El individuo condescendía advirtiendo que, de tragos, nada. A lo mejor una cerveza, que se tomaba entre los cuatro que habían puesto la cuota.
Los primerizos recibían claros consejos: cuidado con romper el paño o taquear la bola fuera de la mesa.
El juego parecía fácil hasta que la bola blanca iba directo a la buchaca, ante las risas de los más sabidos. Los negros, colgados de un alambre en una de las esquinas del cuarto, empezaban a contabilizar todos los errores. Terminado el primer juego los puntos no alcanzaban por tanta “bañada” y golpe a la bola equivocada.
El más inútil de los concurrentes pasaba entonces el taco, y con la generosa frase “ahora juega vos”, esperaba un siguiente turno tratando de aprender el golpe ideal -dale con el taco bajo, ahora con banda- de un juego que convertía de repente en una clase de física en movimiento.
Hace unos días pasé por la misma casa: la puerta esta cerrada desde hace años. Nunca más se ha escuchado “ahora dale a la ocho”.

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10203-bola-8/

Publicado el 28 de enero de 2015

miércoles, 21 de enero de 2015

Otros gustos

Ya lo dijo Violeta Parra: todo cambia, por ende que yo cambie no es extraño. Efectivamente los gustos mutan, pues unos son los de la niñez, otros los de la juventud... y siga usted contando.
El asunto está en que aquello que nos pareció gracioso, interesantísimo o brillante, se lava con el paso de los años hasta asomar como algo que ni siquiera valió la pena.
La muestra más palpable está en la moda, las películas y los libros. A veces, hasta en algunas amistades.
¿Se sigue usted riendo si ve en la televisión películas clásicas de humor como “La fiesta inolvidable” o “Los magníficos hombres en sus máquinas voladoras”? ¿Muere de miedo si aparece Christopher Lee como Drácula, o el hombre lobo se presenta casi como un peluche? ¿Llora cuando termina “Historia de amor” y Ryan O’Neal se queda solo?
Jamás habíamos notado en las películas bíblicas que los palacios romanos eran de cartón: hoy se ven los brochazos de pintura y el pegamento.
Dudamos al escoger un libro, cuando la conciencia nos lleva a regalarlo a un adolescente. Sin embargo, al tomar uno de Julio Verne del anaquel, la mano queda momentáneamente en el aire sin saber si haberlo escogido es un acierto o un error. Igual sucede con Salgari, que tanto nos entretuvo en unas lejanas vacaciones, por no pensar en los que ojeaba Curro El Palmo en la canción de Serrat: “Y en horas perdidas se leyó enterito a Don Marcial Lafuente/ por no ir tras su paso como un penitente”. Pobre hombre si tendría que hacerlo hoy.
Ante esto, qué puede decirse de los pantalones campana, los zapatos de plataforma, las camisas con cuello tortuga, las correas anchas y hasta el afro: nadie en su sano juicio volvería a usar ese estilo después de ver las fotos que aparecen en el fondo de un cajón y que algún desadaptado podría poner hasta en el Facebook.
Seguramente en el mismo cajón yace olvidada una corbata que remeda un soplador de brasero. Algún día fue la mejor carta de presentación en una fiesta elegante.
¡Qué relativo es todo! Si embargo el hombre lo ve como un absoluto y no perdona los cambios. El paso del tiempo se reduce a que la vaca no se acuerda cuando fue ternera.

Publicado el 21 de enero de 2015

miércoles, 14 de enero de 2015

Profesión tóxica

Una de las series de televisión más exitosas de los últimos años es "Breaking Bad”, nombre de difícil traducción al castellano pues significa algo así como “Volviéndose malvado”. Sin el ánimo de anticipar ninguno de sus magníficos capítulos, es posible decir que se trata de la historia de un científico brillante, ganador de un premio Nobel, que ha llegado a una condición tal que da clases en una escuela secundaria de Albuquerque, Nuevo México. 

Ninguno de sus alumnos tiene el más mínimo interés por aprender la materia que el señor Walter White enseña, ni la entienden o saben para qué sirve.

El señor White contrae una enfermedad terminal y su preocupación última es la situación en que quedará su familia. ¿Cómo puede ese profesor lograr el dinero suficiente para tratar de curarse o dejar protegida a su familia? La solución para este genio en desgracia es simple: la fabricación de metanfetaminas.

Este artículo no tiene la intención de hablar sobre “Breaking Bad” –recomendadísima – sino de la circunstancia del profesor. Nos encontramos inmersos en un cambio acelerado en las condiciones de la Universidad ecuatoriana llegando ya a una “condición tóxica”. 

En primer lugar el profesor se ha convertido en un burócrata que debe llenar innumerables documentos, informes, bases de datos y demás. Se dirá que un trabajo que no puede ser medido no mejorará jamás. El punto está en que hay profesores que se han vuelto expertos en batallar con la enorme papelería que rodea la cátedra, sin haberse convertido por ello en buenos maestros. 

Está claro que la medida para calificar al profesor está en el aula, la investigación y la motivación de los estudiantes; no así en el enorme esfuerzo que supone la gestión administrativa para la que un académico no está preparado. Supone además un desperdicio de tiempo precioso que bien podría dedicarse a actividades relacionadas directamente con el ámbito de la formación.

Decía un amigo hace unos días: “Me presenté a un concurso para ser profesor universitario, no para ser un administrador universitario”. La administración mueve las organizaciones; pero si se la constituye con ineptos administradores que han dejado de ser excelentes profesores por dedicarse a ella, los que pierden son los estudiantes

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10134-profesia-n-ta-xica/

Publicado el 14 de enero de 2015

miércoles, 7 de enero de 2015

El espía invitado

Siempre rodeado de bellas mujeres que, además, suelen estar ligeras de ropa. Con una pinta –de las que hoy llamamos “look”- que ya nos quisiéramos. El automóvil que maneja es, por lo menos, un Aston Martin DB5. Toma tragos caros: un Martini, agitado y no mezclado, hecho con el mejor vodka del mundo.

Se mueve en los lugares más espectaculares pues salta de Venecia a Saint Moritz, de Londres a Moscú y, de allí, a las islas del Caribe, con arena blanca y mar azul, donde le espera Ursula Andress con un bikini de infarto.

Aunque últimamente se le ha visto despeinado y golpeado, en las versiones anteriores no se le movía un pelo cuando se agarraba a golpes con los villanos más tremendos. Después de una buena riña el lugar para recuperarse era, sin lugar a dudas, un jacuzzi en que una chica le masajeaba la espalda mientras una copa de champaña burbujeaba en sus manos.

Era el mejor, el 007. Y era también un espía.

¿Espinonaje? La Wikipedia lo define: “la práctica y el conjunto de técnicas asociadas a la obtención encubierta de datos o información confidencial. Las técnicas comunes del espionaje han sido históricamente la infiltración y la penetración, en ambas es posible el uso del soborno y el chantaje.”

Con esta definición aparece claramente la figura del espía: el engañador, el infiltrado, el soplón. Un hombre (o mujer, pensemos en Mata Hari) que es capaz de utilizar cualquier medio para lograr su cometido. Es cierto que se dirá que lo hace por su país, pero hay también agentes dobles, que traicionan a uno y a otro, e igualmente existen espías en la industria y hasta en el fútbol.

Recordemos algo: ¿quién era el más detestado de la escuela? ¿El sucio, el llorón, el machito? No. El peor era el chismoso, el que traicionaba a sus compañeros: quien avisaba al profesor que fulano había fumado o mengano decía malas palabras.

Nuestra sociedad tiene la lealtad como un paradigma: la traición política puede acabar con una carrera o, por lo menos, dejar maltrecho al personaje. No nos gustan los traicioneros.

Entre los efectos de las nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos apareció la noticia que nuestro país invitará a los presos cubanos liberados y condenados por espionaje; no se ha dicho nada sobre el norteamericano condenado por la misma razón en la Isla. No sabemos si estos espías –o presuntos espías- llegarán algún momento. ¿Lo harán con el aura de un 007 o de un soplón? Habrá que verlo. 

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10101-el-espa-a-invitado/

Publicado el 7 de enero de 2015