miércoles, 11 de junio de 2014

Sombreros cuencanos en Roland Garros

Allí está la cancha: el color de la arcilla es rojo intenso. Por su parte los jugadores visten discretamente, ambos con camiseta de manga corta, lo que hoy se llama un polo. El cielo de Paris muestra un profundo azul que se mantendrá durante las tres horas del partido.

Uno de los jugadores proviene de la isla de Mallorca, en España y, como tal, tiene un rostro que parece familiar. El otro ha llegado desde las extrañas tierras de Serbia y es, a todas luces, un balcánico. En las gradas la gente levanta banderas discretamente y mantiene un sepulcral silencio cuando el jugador se acerca a la línea de servicio para iniciar el punto.

La batalla deportiva es brutal: juegan la técnica, la fuerza, la colocación, la concentración, la fortaleza física y mental.  Asisten 15.000 personas pero en la cancha  los tenistas están totalmente solos, dependiendo de si mismos y nadie más.

La televisión muestra escenas que se fijan en cada marca, en cada bote, en cada señal que deja la pelota. La cámara está también, como por arte de magia, suspendida en el cielo, y define las figuras desde arriba. Aparecen las blancas líneas marcadas, los jueces y el público.

Este partido de tenis, la final de Roland Garros, nos da, sin embargo, una nueva emoción que no es el drive poderoso, el servicio que se convierte en as, o el toque admirable que aquieta una pelota que viene a 200 kilómetros por hora.  Es que las gradas están llenas de aficionados con sobreros de paja toquilla. Si, ¡de los nuestros! 
Pueden verse no solamente en el paneo de las cámaras a nivel de la cancha sino, sobre todo desde arriba, y son cientos.
La mayoría de quienes los usan se encuentra en los lugares más importantes de los graderíos, pues mientras más suben éstos, más aparecen las gorras de visera.

Nuestro típico sombrero de paja ha seguido un largo camino desde las manos callosas de los tejedores de Gualaceo o Montecristi, hasta llegar al cenit de la moda en la Ciudad Luz. Y relucen, blancos, con fajas rojas, verdes y azules. Las revistas deportivas escribirán al día siguiente que Rafael Nadal, el español, ganó su noveno torneo de París, uno de los del Grand Slam, pero dirán también que los espectadores usaron sobreros que vienen  del Ecuador.

El partido fue emocionante y lo fue más ver  nuestros sombreros en este espectáculo mundial, derrotando al plástico y a las fibras sintéticas, como muestra de una obra personal y única. 

Publicado el 11 de junio de 2014

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