miércoles, 23 de abril de 2014

Crónica de un puñetazo

El uno, caribe y, como tal, fiestero, cantor y bailarín. El otro, nacido en la Sierra andina y, por ende, taciturno.

Ambos unidos por fortísimos lazos, tanto es así que, viviendo muy cerca en París, dicen sus amigos que uno iba a la casa del otro sin pedir permiso. Seguramente revisaba los libros y revistas que reposaban sobre la mesa, para saber qué estaba leyendo, sin atreverse jamás a rasgar los sobres para conocer quien le escribía.

Tal vez perdonaba el uno al otro que abriera una botella fina de Chivas Regal, o de pisco, o de aguadientico recién llegadas del país, para saber cómo sabían la puna o la selva tropical.

Uno y otro saliendo con el grupo completo, a tomar unos tragos en la Rive Gauche, o a ver los Campos Elíseos desde el obelisco de la Plaza de la Concordia, o subir las gradas del Sagrado Corazón e ir más allá, hasta Pigalle, y reparar en las chicas del can-can cuando salen a la calle y se embarcan en vehículos que no son suyos.

Uno y otro, sonriendo en las fotos, cuando habían llegado a la cúspide de la Ciudad Luz, que no es la babilónica Nueva York, ni la fría Londres ni menos aún Berlín, todavía encadenada por el muro.  Después vendrán los viajes, sobre todo el que les llevó, con años de diferencia, a Estocolmo.

El uno fue vestido con un liqui liqui y llevó en la comitiva a Totó la Momposina, para que alegre aun más el viaje con su música. El otro usó el frac tradicional. Ambos hicieron una ligera venia a Gustavo Adolfo al recibir el Premio.

Pero antes, mucho antes de eso, todavía en París, se corrió la voz de un intercambio de golpes y un  ojo amoratado. ¿Era cierto que los compadres se habían propinado un par de trompadas? Aparecieron las supuestas razones: que si Fidel, que si Cuba, que si escribo mejor o peor, que si el Nobel llegará primero o después.

Hoy que todo el mundo ha leído a García Márquez y el internet está lleno de sus frases, verdaderas o apócrifas, algún amigo infidente ha soltado la lengua: el ojo negro fue solamente el resultado de un coqueteo, real o supuesto, con la esposa del otro.

El costeño aguantó el golpe y, para demostrar que no importaba mucho, se fotografió con el ojo negro. El arequipeño, por su parte, no ha dicho nada.


Más allá de la anécdota queda el genio: para leerlo y releerlo 100 veces. ¡Hasta siempre, García Márquez! 

Publicado el 23 de abril de 2014

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