miércoles, 27 de febrero de 2013

Intermedio


Cuando alguien tiene algo que decir, lo hace aún en las condiciones más básicas. Eso es lo que sucedía en el intermedio de dos películas en el viejo Teatro Cuenca, hoy convertido en estacionamiento público de vehículos.

De vez en cuando –muy de vez en cuando- se informaba en los periódicos o se corrían las voces que ciertas personalidades artísticas nos visitarían y que tendríamos posibilidad de verlas.

Así, después de oír “Y volveré” en la radio hasta el cansancio, un día de esos supimos que Los Ángeles Negros, un grupo chileno, estaría en nuestra ciudad. Era abril de 1970.

Fuimos todos los que pudimos al Teatro Cuenca, a la matiné de las dos y treinta de la tarde, para un programa que empezaría nada menos que con una película. No recuerdo cuál era, pero muy bien podía haber sido la impactante “El corazón es un cazador solitario” o, tal vez, “Los girasoles de Rusia”. Lo más probable, por el público adolescente que asistía, es que fuera alguna de Pili y Mili.

Lo cierto es que, una vez concluido el filme, sucedió lo que nunca sucedía de ordinario: se cerró la gran cortina del teatro para que los músicos pudieran preparar su actuación en el intermedio de las dos películas.

En seguida tuvimos a Los Ángeles Negros en el escenario. No hubo grupo telonero, ni presentación de ningún locutor, solamente las notas que abrían una de las canciones, y la voz tiple y característica de Germain de la Fuente, que cantaba “Te dejo la ciudad sin mi”. La algarabía era extraordinaria y los celos se prendaron de cada uno de los varones asistentes a la gala, cuando se fijaron que sus compañeras –novias y enamoradas- gritaban, a más no poder, al ver al pintoso de la primera guitarra.

Cinco o seis canciones más se tocaron desde ese viejo escenario, hasta que se cerró la cortina. La magia había terminado. Nadie se quedó a ver la siguiente película pues el impacto juvenil fue tan grande que el teatro se vació de inmediato.

Uno de los amigos, tímido de ordinario y audaz en estas circunstancias, apareció nada menos que con un autógrafo del grupo: se había colado al escenario después de la presentación sin que el “cuetero” que hacía de guardia lo detuviera, saludó al grupo, compartió algunas impresiones, y bajó con su papelito firmado.

Otros tiempos: las estrellas del espectáculo estaban aún al alcance de quien tuviera la audacia de subir al escenario del viejo Teatro Cuenca.

Publicado el 27 de febrero de 2013

miércoles, 20 de febrero de 2013

Serpa, o las fotografías en la vitrina


Cuenca: calle Bolívar entre Padre Aguirre y General Torres. Quien conoce el centro de la ciudad sabe que esta dirección se encuentra cerca del Parque Calderón, las Catalinas y el Garaicoa. El colegio de las Salesianas está más lejos y mucho más el colegio Borja, trasladado hace pocos años al sector de Pumapungo.

En esa dirección hay un pequeño negocio fotográfico, donde el señor Serpa pone las fotografías de todas las fiestas conocidas, en una vitrina que se llena de estudiantes para verlas.

Allí están las fotos de la última kermesse del colegio Americano. La misa campestre en el local en construcción, con el letrero “Sube Asunción, con María tu Madre” detrás. También las que se tomaron en la graduación del Benigno y aquellas, en que la banda de guerra del Borja, pasa delante de la Gobernación, saludando al Presidente -¿quién era?- con un gallardo paso de ganso, tan ensayado y tan difícil. En el blanco y negro de la fotografía brilla el casco de metal con su crin clarísima, y se nota la diferencia entre el azul celeste de la casaca y el azul oscuro de la pechera.

Pero lo mejor era ver  las fotografías de las chicas en las fiestas de 15 años: todas están muy elegantes, algunas han ido a la peluquería y parecen mayores de lo verdaderamente son. Muchas se encuentran con “maxis”, que les dan un aspecto distinto al de la faldita corta, sobre la rodilla, que tanto molesta a la señorita Canelos. Están allí, a mano, tras el vidrio para verlas una y otra vez, compararlas y confirmar que son más bonitas que sus amigas.

Como en la cartelera del cine, el dueño del local cambia las fotos cada 15 días; de otra manera disminuye la población visitante pues las cosas han pasado vertiginosas: hubo quien se declaró cuando pusieron las primeras fotos, ha pasado ya por la primera cogida de la mano, ha ido al cine, a matiné,  dio y recibió su primer beso, y hasta peleó con la enamorada. Pero la fotografía de la fiesta sigue allí.

¿Quién tendrá esos originales? Tal vez el señor Serpa, cansado de recibir muchos visitantes y ningún comprador, las habrá quemado o roto. Tal vez, hoy mismo, están en alguna caja, esperando que el Facebook las recupere y aparezcan, para gozo de las nuevas generaciones, los cuellos largos y puntiagudos, los pantalones campana de tela de colchón, los zapatos con plataforma, el peinado afro, el saco largo y lleno de botones, el medallón con el signo de la paz, las patillas y los bigotes.

Verlas produce, por un segundo, la misma sensación que sentimos en la calle Bolívar. Y aguardamos, impacientes, por amigos que las “suban”, rescatándolas de un olvido inmerecido.

Publicado el 20 de febrero de 2013

miércoles, 13 de febrero de 2013

Vida cotidiana


Doña Mercedes es una campesina de Tarqui; tiene 86 años y ha criado a una docena de hijos. Su marido murió ya hace algún tiempo y ella se ha quedado en una casita de adobe, con techo de paja, con un par de cuartos entablados y el resto de tierra. Tiene una vaca, algunos cuyes y, por supuesto, gallinas.
Sus hijos han tenido diversas suertes. La mayoría son mujeres que han laborado en el campo, otras en el servicio doméstico en Cuenca. Dos de ellas han ido a vivir en lugares que pueden parecer cerca, como Girón, o lejos, como Pasaje, para ejercer como comerciantes de ganado. 
Doña Mercedes tiene hoy nietos y biznietos. Inclusive una nieta vive en Italia, adoptada apenas nació por una pareja que estuvo de paso por nuestra ciudad. Tiene su abuela una leve noción de esta chica que es, a la vez, tarqueña y romana. La chica, hoy de más de 20 años, ya no conserva raíces con la tierra que le vio llegar al mundo, sin avisar, en un zaguán del centro de la ciudad.

Uno de sus hijos varones, chofer de bus interprovincial, no tuvo una vida muelle. Estuvo preso por un accidente de tránsito que produjo muertos y, otras veces su carácter, más bien violento, le llevó a meterse en más de un lío. Sin embargo, siempre fue cariñoso con su madre y venía a visitarla con frecuencia.

Este señor tuvo dos mujeres: la del matrimonio y otra, desconocida para la familia, conocida por él en algún viaje del bus. Con ambas tuvo sus hijos y ambas entregó el dinero para su sostenimiento.

En uno de sus viajes, el chofer recibió un tiro y murió. Han pasado más de seis años desde este acontecimiento que marcó a la familia. Su viuda ha mantenido siempre una relación cercana con doña Mercedes y sus cuñadas. A la otra mujer no llegaron a conocerla sino hasta que planteó una demanda por alimentos contra doña Mercedes, reclamándole el pago de varios miles de dólares calculados desde la muerte del padre de su hijo.

El trámite fue tortuoso e incluyó la exhumación para tomar muestras de ADN, necesarias según el abogado, innecesarias según la familia que, honradamente, reconoció al niño como nieto y como sobrino.

La exhumación en el cementerio de Tarqui fue penosa. Al final ratificó lo que ya se sabía: el niño es hijo de quien siempre le trató como tal. Doña Mercedes recibió la sentencia como ha recibido tantas noticias extrañas en su vida: está obligada a pagar la pensión alimenticia de su nieto, traspasándole el valor de su “bono de la pobreza” y más. La madre del chico, que tiene alrededor de 30 años, considera que se ha hecho justicia. 

Éste no es un cuento sino una verdad dolorosa de la vida de nuestra gente, aquí cerca, a pocos kilómetros de distancia.

Publicado el 13 de febrero de 2013

miércoles, 6 de febrero de 2013

Ciencia y dolor humano


Hay una enfermedad terrible que es el Síndrome de Guillain-Barré. Quien la sufre es incapaz de sentir calor, dolor u otras sensaciones corporales. Poco a poco los músculos dejan de responder y se produce la paralización que lleva a la postración y a la muerte. Nadie sabe qué es lo que produce esta enfermedad autoinmune que acaba con el ser humano de manera tan cruel.

Igual sucede con las diversas formas de cáncer que, además de matar a quien lo sufre, terminan con la paz y el patrimonio de las familias.
El conocimiento científico requiere de años de estudio, investigación y práctica. La única forma de lograrlo es con esfuerzo, desarraigo –pues hay que viajar lejos para los estudios- y sacrificio familiar.

SOLCA mantiene desde hace varios años un hospital de especialización llamado Instituto del Cáncer. Ha llevado a cabo labores científicas que han supuesto reconocimientos internacionales, a veces  poco conocidos por la ciudadanía, ávida de triunfos más comunes. En ese Instituto se ha tratado el Síndrome de Guillain-Barré con resultados positivos; todos los días se realizan intervenciones quirúrgicas complicadas y se investiga el origen del cáncer mediante técnicas de medicina nuclear que llevan a bucear en lo más profundo del ser.

La calidad médica del Instituto del Cáncer la han probado las miles de personas que –literalmente- son atendidas al año. SOLCA ha suscrito convenios con el IESS y con el Ministerio de Salud, con el objeto de tratar a pacientes afiliados, o de estratos de pobreza que hoy ven una posibilidad cierta de curación. Esta prestación médica adolece, muchas veces, de una pronta retribución propia de un Sistema Público: el retraso en los pagos.

Hasta hace pocos años los ingresos de SOLCA provenían de los porcentajes impositivos que se aplicaban a todas las operaciones de crédito del país. Este mecanismo de financiamiento llevó a que la Institución pudiera contar con los equipos médicos más modernos pese a sus costos exorbitantes: un acelerador lineal vale varios millones de dólares. SOLCA se financia hoy con la autogestión y con dineros que provienen del presupuesto del Estado. Este sistema, sin embargo, ya no permite que el Instituto del Cáncer pueda contar con remanentes suficientes para poder adquirir equipos y sistemas de última tecnología.

SOLCA es una institución privada con fines sociales y públicos que ha cumplido con su compromiso ciudadano. Cuenca debe cuidarla como a una joya: un traspié en su sostenimiento económico o un cambio legal irreflexivo podrían llevar a una pérdida irreparable.

Publicado  el 6 de febrero de 2013