miércoles, 19 de diciembre de 2012

Los niños y las armas


Entra Adam Lanza a la escuela y dispara contra los niños. Quien ha visto posteriormente su foto en la televisión, con su cara de mosquita muerta, no habría podido suponer que dentro de su mente retorcida se encontraba albergado un asesino. Lo que hizo es imperdonable y causa náusea.

La historia de los Estados Unidos de América ha sido la historia de un país de colonos y de conquistadores de territorios agrestes. Se ha fijado el estereotipo del hombre que va al Oeste en una carreta con su familia y los pocos enseres que posee, para instalarse en un desierto que debe labrar trabajosamente. Le rodean peligros que debe resolver solamente con el uso de las armas: el “cowboy” se enfrenta a los apaches, cheyennes o sioux, de la misma manera que al puma, al oso grizzly o al bisonte. En el imaginario colectivo de un colonizador los que enfrenta son enemigos a los que hay que destruir.

Más allá está California, con su fiebre del oro y sus gambusinos, que no piensan dos veces en defender con su Colt lo poco que pudieron lograr en los ríos, o la usan para matar a quien se atravesó en su camino de borracho.

Una sociedad es siempre dinámica y no puede mantenerse inmovilizada en el pasado, más aún cuando el concepto primitivo de la defensa propia ha cambiado. Es el Estado el llamado a salvaguardar la integridad de los ciudadanos, manteniendo para si el monopolio de la fuerza con una firme base en el cumplimiento de los derechos humanos.

Por ello es inaceptable que una sociedad multirracial y abierta mantenga la noción arcaica y brutal de la defensa propia por medio de las armas, y que tal concepto se encuentre sustentado en una norma constitucional que reconoce el derecho de los ciudadanos a portarlas. Una sociedad que autoriza libremente a los ciudadanos a poseer armas está sujeta, tristemente, a que puedan repetirse los casos de Newtown, Denver o Columbine.

El frío dato económico manifiesta que el fabricante de armas Smith &Wesson ha visto caer el precio de sus acciones en un cinco por ciento después de la última matanza. Ante lo sucedido, la sola lectura de esta noticia también causa repugnancia.

Un niño muerto es una tragedia en cualquier lugar del mundo y sea cual fuere la causa. Más aún si fue un arma disparada por el hombre la que segó su vida: revolver, misil o bomba incendiaria. Calificar lo sucedido en la última semana comparándolo con otras muertes igualmente tristes y repudiables, y hacerlo solo por razones políticas, reduce la condición de quien argumenta a niveles miserables.

Publicado el 19 de diciembre de 2012

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