viernes, 27 de mayo de 2011

McCartney

Como el tiempo pasa para todos, también pasó para Paul McCartney. Hoy tiene 68 años, cuatro más que los míticos 64 de la canción “When I’m Sixty-Four” cuando, como joven beatle, veía lejano el eufemismo de la tercera edad y pensaba ir de vacaciones a una cabaña en la Isla de Wight –siempre que cueste poco- y tener en sus rodillas a los nietos Vera, Chuck y Dave.

Sin embargo hay genios para los que la edad es solamente una suma de años sin ninguna relación con la realidad. Paul acaba de pasar por Lima y ha presentado un concierto ante 60.000 afortunados peruanos –y muchos extranjeros- en donde ha tocado durante casi tres horas con una calidad musical que ya querrían los plásticos músicos jóvenes.

Como hoy la tecnología nos trae la información de inmediato y ésta nos permite, sin pasar por terceros, que veamos la realidad, ha sido extraordinario observar a los jóvenes peruanos, que ni siquiera habían nacido cuando los Beatles ya habían terminado su ciclo, esperando a Paul en el aeropuerto Jorge Chávez. Filas enormes a lo largo del camino hacia el hotel y gritos de emoción y apoyo a una figura rutilante, ratificaron que la música es universal,  que el tiempo borra lo que tiene que borrar, y mantiene lo que tiene que perdurar.

Cuando Paul empezaba a entonar una guitarra en Liverpool a finales de los años sesenta – hay que decir del siglo pasado- el mundo era más pequeño que ahora. Sin embargo, conjuntamente con sus compañeros melenudos logró un cambio tan radical que permitió que se sintiera la misma emoción a orillas del Mersey que en nuestra pequeña Cuenca:  la puerta había sido abierta hacia nuevas concepciones vitales. Los jóvenes dejaron de ser adultos en potencia para ser personas de su propio derecho, capaces de transformar su entorno simplemente porque mantenían una conexión universal y un deseo positivo de cambiar las cosas que debían cambiar.

Hoy McCartney es el mismo tocando en la caverna que en la Plaza Roja ante Putin, y tiene la gracia suficiente para pedir al presidente Obama que le autorice a cantar “Michelle” para la Primera Dama, sin esperar un golpe de respuesta.

Afortunado McCartney que hace lo que le gusta, que continúa derramando su genio en todos los lugares del mundo, que no se muestra lejano ni necesita salir de un huevo en el escenario para impactar a la muchedumbre.

Afortunados los que tenemos todavía la suerte de escucharle cuando inicia los acordes de Yesterday y nos recuerda que, ayer, el amor era un juego más fácil de jugar, que la misión que tenemos es la de tomar una canción triste y hacerla mejor,  que nos pide que dejemos que las cosas sean lo que tienen que ser.

Afortunados y temerosos, por el tiempo transcurrido, queremos borrar el momento en que suponemos que Paul McCartney nunca más saldrá al escenario. 


Publicado el 18 de mayo de 2011

Orsai

Me fijé en el libro que tenía un nombre extraño y atractivo: “El pibe que arruinaba las fotos”. Su autor, Hernán Casciari, me era desconocido. 

El google, catalogado casi como un “dios” pues está en todas partes y lo contiene todo, me llevó a la página de Casciari, bautizada como “Orsai”. Quedé inmediatamente impactado al leer en este blog –nombrecito extraño- una prosa límpida y brillante, que atrapa desde el primer momento.

Casciari escribe de todo, pero sobre lo demás está su familia y los recuerdos de la infancia en la pequeña ciudad de Mercedes, en la Argentina.

Es tan fantasiosa su memoria que, estoy seguro, a veces inventa mucho. Sin embargo, lo hace de una manera que lleva a creer todo lo que dice.

Pues hoy Casciari, con su íntimo amigo, el Chiri - ¿existirá de verdad?- se han dedicado a una obra de titanes. Publican una revista también llamada “Orsai”, que se imprime en España, llega a tirajes de 6.000 ejemplares y se distribuye en todo el mundo por los canales comunes del correo.

Lo extraño es que Casciari pone en práctica ideas que no se compadecen con el mundo material de hoy. Además de vender sus 6.000 ejemplares en papel, ha puesto a la revista en las tiendas de la red: puede comprarse en Amazon o en iTunes, y bajarse para leerla en la pantalla de cristal de cualquier libro electrónico.

Pero la cosa no queda allí. Casciari comenta que no quiere que nadie deje de tener su revista y, para sorpresa, de su página web hay como bajar el ejemplar ¡gratis!

Leer la revista en cualquiera de sus versiones es maravilloso. El editor, por supuesto, prefiere que se lea en papel para que tengamos un objeto que puede verse y olerse, con ese penetrante aroma a papel de gran calidad y tinta de colores.

¿Sobrevivirá una revista sin propaganda, que no termina de inmediato en la mesita de estar del dentista?

Esperamos que así sea porque contiene una cantidad de artículos inteligentes, con ilustraciones de gran calidad y una cuidadosísima presentación. Ojalá, leyéndola, nuestros escritores jóvenes encuentren el empuje suficiente para publicar sus obras. Si un argentino de Mercedes ha podido hacerlo, supongo que un cuencano también puede.

Mientras tanto, ¿qué significa Orsai?. Pregunta tonta si no conocemos la enorme afición de Casciari por el fútbol: por supuesto que es “off-side”, aunque no lo parezca, siempre delante de los demás. 


Publicado el 25 de mayo de 2011

miércoles, 11 de mayo de 2011

Bolivia y el imperio romano

Evo Morales, presidente de Bolivia, hablando en Cochabamba luego de retornar de España, ha expresado públicamente que los pueblos indígenas del altiplano han luchado siempre contra cualquier imperio que quisiera sojuzgarlos.

Expresamente ha dicho que los antepasados del pueblo boliviano lucharon contra el imperio inglés y contra el imperio romano. (¡!)

Este desconocimiento de la historia americana y mundial puede ser revisado en páginas del internet, incluyendo YouTube, que nos sueltan a la cara, sin lugar a tergiversaciones, la nueva versión.

El conocimiento es poder, dice una frase común. ¿Poder para qué? Para resolver problemas, trabajar más eficientemente; en suma, progresar y ser mejores.

Nadie, en este mundo, puede tener un conocimiento de todos los acontecimientos históricos ni ser un experto en todas las artes y ciencias. Sin embargo, hay un conocimiento básico que permite que podamos reconocer a una persona culta de alguien que no lo es.

Por ello, algo habrá que nos lleva a esperar que nuestros hijos sean “cultos” 

Esta concepción – la de persona culta- puede no servir de mucho al momento de cambiar el empaque de la llave que gotea, pero supone la posibilidad de aprehender, aunque sea mínimamente, el mundo que nos rodea. Si podemos conocerlo, también podemos cambiarlo.

La palabra “cultura”, que tiene el mismo origen que las expresiones que usamos para referirnos a cultivar un campo o criar ganado, nos lleva entonces  a la convicción de que ésta tendrá validez cuando produzca frutos.

¿Es por ello, tan grave, que el Presidente de Bolivia demuestre una confusión de conocimientos como la que ha hecho pública, ante un pueblo que le escucha absorto porque tampoco entiende de qué está hablando?

Indudablemente si. Un líder político puede no saber cuántas sinfonías escribió Mahler, pero es imperdonable que no sepa la historia de su propio país. La frase de Morales es solamente una nueva demostración de la débil educación que reciben nuestros pueblos. En el presente caso ésta se ha hecho evidente “a nivel de la más alta Magistratura de la Nación”, como gusta decirse, posiblemente sin entender tampoco qué significa tan rimbombarte frase. 

¿Puede cambiarse positivamente la historia, cuando se la desconoce?


Publicado el 11 de mayo de 2011

miércoles, 4 de mayo de 2011

El rayo de la muerte

Luis Alfonso Chacha Pazán dejó Cuenca y sorteando una serie de dificultades recaló en Nueva York. Como buen azuayo buscó apoyo de gente conocida –amigos y parientes- para que le ayudara a buscar un empleo. Había dejado en su ciudad natal a toda su familia y esperaba poder reunirla apenas pudiera contar con el dinero suficiente.

La vida en Nueva York no es fácil: los inviernos son helados y los veranos tórridos; hay gente de todo el mundo que se mueve en las calles como en una selva urbana; se encuentran pocos amigos, pero afectuosos.

Atravesaba todos los días la ciudad, a veces en el metro, en donde se encontró con toda clase de gente. Inclusive tuvo miedo pues los rostros no eran amistosos. Otras,  se sorprendió de las diferencias de las caras de los viajeros y, más aún, de sus ropas. Había de todo: grandes hombres blancos, vestidos de cuero negro, con tatuajes en sus brazos; un pequeño chino que se balanceaba en la silla del metro; rostros nacidos en lugares lejanos de su Cuenca, pero cercanos por la raza: tal vez bolivianos o peruanos; muchos negros.

Había escuchado, sin embargo, de coterráneos que triunfaron y habían conseguido hacer un buen dinero. Uno de ellos inclusive estaba terminando la construcción de una casa en El Pan. 

Luis Alfonso tuvo suerte y consiguió un empleo: duro, de cocina, y en un barrio que le resultaba extraño y lejano del lugar en donde vivía, pero le satisfizo. 

Después supo que Manhattan era el corazón del mundo: aquí estaban los bancos más grandes, las industrias más poderosas, los millonarios más excéntricos, los músicos más famosos; en fin, la gente que mandaba. 

Aprendió a ver la línea de rascacielos desde el puente de Brooklyn, y a reunirse con los amigos en Flushing; incluso una vez navegó gratis hasta Staten Island y compró una “estatua de la libertad” de plástico, que prendía su llama, como un recuerdo de la ciudad abrumadora en que se encontraba.

Lo que nunca pudo suponer es que estaría en su trabajo el 11 de septiembre y que el restaurante de las Torres Gemelas en que laboraba recibiría un rayo mortal, pues nunca supo qué pasó.

Hoy su familia ha visto en la televisión que, en un lugar del mundo que no conocen y cuyo nombre no pueden repetir, han matado al que ordenó el ataque a las Torres Gemelas. Se sienten de alguna forma vengados por lo que sucedió y por los demás ecuatorianos que nunca más volvieron a su patria. Luis Alfonso nunca fue encontrado, pero tiene una fotografía en lugar preferente de su casa.


Publicado el 4 de mayo de 2011