Objetos que hace poco tempo se consideraban insustituibles, hoy están refundidos en los lugares más recónditos: pruebe a buscar papel carbón, fantástico para calcar las ilustraciones de un libro que se colocarían en el papelógrafo que, por cierto, nadie sabe hoy qué es.
Un floppy, esa maravilla de la nueva tecnología, que permitía guardar nada menos que 32Kb, ha desparecido por completo. Solamente los “snobs” usan pluma fuente, en un momento en que el “rollerball” más común no deja huellas azules en los dedos. Si es que consigue la tinta.
El teléfono de disco es una antigüedad para ponerla en el bar, al lado de la rocola, el juego de dardos y un afiche de Lucky Strike con una rubia con vestido rojo, ajustadísimo, que fuma sensualmente.
Igual sucede con el flashcube que tan buenas fotos ayudó a tomar, aunque todos salían con ojos de conejo.
El walkman requería un casete de por lo menos de 90 minutos para que soportara unas veinte canciones. Nada que ver con un ipod, de esos que llevan más de veinte mil (que no sabemos cuándo vamos a escuchar)
El premio al olvido se lo lleva el mimeógrafo: ¿se acuerda todavía de las hojas mimeografiadas que se reproducían del esténcil? ¿Recuerda que era necesario mover una manivela para que el cilindro girara y salieran las hojas impresas con un color azul parecido al de los sellos de caucho?
Cuántas veces el mimeógrafo reprodujo el himno de la escuela, el evangelio de la misa, el panfleto revolucionario, el aviso de una fiesta que después se pegaba en un poste.
El mimeógrafo, como tantos y tantos inventos, ha pasado al basurero de la historia (hablando en términos marxistas) Muchos más están en fila.
Publicado el 7 de octubre de 2015
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