En cada periódico o revista que se abren aparecen noticias más o menos como ésta: “el equipo X cuesta 200 millones de dólares, el equipo Z solamente 150”. El Mundial de fútbol no ha hecho más que recordarnos que la fama puede medirse en cifras.
El fútbol es el deporte más popular del mundo, es verdad. Todos seguimos día tras día el devenir de los partidos, aún de aquellos que intrínsecamente no tienen mayor interés y que, sin embargo, se ven en la televisión con una especie de malgastada devoción.
Muy lejos están el juego en una cancha de barrio o la del viejo colegio, encharcada y llena de lodo, donde se jugaban partidos épicos que podían terminar inclusive en golpes, que se curaban de inmediato con el abrazo forzado, y obligado por los demás compañeros de ambos equipos.
El fútbol era, en el fondo, un asunto que servía para muchas cosas: compartir con los amigos, hacer ejercicio, sacar el exceso de hormonas del cuerpo juvenil, y sobre todo divertirse. Siempre hubo un amigo que recorría casa por casa en alguna vieja camioneta de paila, desde las ocho de la mañana del domingo, tratando de armar el equipo mientras algunos de los jugadores manifestaban su intención de no moverse de la cama después de una noche de farra.
En todo caso, si el juego se armaba en una cancha del cuartel inclusive podía completarse el equipo con unos conscriptos de buena voluntad.
De vez en cuando encontrábamos a algún viejo, pero todavía fornido jugador, que enseñaba que presionar al contrario con el hombro no era de ninguna manera un “foul” sino una forma varonil de disputar el balón. No faltaban jamás las malas palabras para enfrentar a un árbitro que, en medio de un interjorgas, ante el reclamo de apoyo del juez de línea respondía: “Compórtese, ¡viera lo que me están diciendo a mi!”, y el juego continuaba, aunque con alguna que otra tarjeta roja.
Al final del día, el cuerpo adolorido era la mejor demostración de que se había dejado todo en la cancha y que posiblemente en una próxima oportunidad, y con algo de suerte, estaría la novia joven de espectadora en algún partido.
Cada partido, cada pérdida o triunfo sirvieron para formar la personalidad que aparecería después: ser humilde en la ganancia y altivo en la pérdida.
¿Cuánto costaría un equipo así en entrega, valentía y amor a la camiseta? Seguro que bastante.
Publicado el 18 de junio de 2014
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