miércoles, 26 de diciembre de 2012

La memoria


Según la historia que cuenta Borges, Funes el Memorioso podía recordar cada instante de su vida como si fuera el mismo momento. Eso supone que necesitó toda una vida para evocar, uno por uno, todos los amaneceres, todos los atardeceres, todos los besos, todas las penas que gozó o sufrió.

La memoria es esa arena que se nos escapa entre los dedos, dejando solamente el roce de lo que fue, a veces como un polvo fino, otras con pedacitos de lastre. El niño no recuerda sino los momentos más impactantes de su corta vida, mezclados con elementos que pudieron nacer del sueño o de la imaginación. ¿Cuánto es cierto de lo recordamos de ese Paraíso Perdido que es la infancia?

Los padres, y los abuelos aún más, conocen que su relación con los chicos tiene el futuro cierto del olvido.  Todos los gestos, besos, apretones y juegos desaparecerán de la memoria de los niños, tarde o temprano. La pregunta “¿te acuerdas de...?” recibe la lacónica respuesta del “no”: en los laberintos de la mente se perdieron los recuerdos  sin posibilidad alguna de retorno.

Pero cada uno de los gestos, lugares y rostros, sensaciones buenas o malas, dolores, sufrimientos y alegrías pasaron a formar parte de un bagaje más importante que el de la memoria: la personalidad que se forjó de esos recuerdos. Por ello es absolutamente inútil esperar que el ancla de lo que fue, esté todavía enterrada en la arena del fondo del mar.

El ancla sujeta al barco pero, por levarla, es que puede navegar.

Igual sucede con cada uno de nosotros: lo sucedido no está ya en la conciencia de lo que recordamos, pero armó la quilla, tejió las velas y dispuso el timón.

Por ello es que resulta dañino e intolerable suponer que las cosas pueden hacerse sin que importe su resultado, ya que al final terminarán olvidadas. Eso no sucede, sobre todo en la mente que se forma, que recibe lo sucedido como recibe el sello el rojo lacre: lo que quedó marcado, estará así para siempre.

Un poeta puede darnos respuestas que un psicólogo no podría. El mismo Borges, al referirse al Memorioso, termina diciendo: “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.”

Tal vez para nosotros el olvido es una bendición; quizá, por ello, podemos revisar nuestra vida sin incurrir en el detalle absurdo que no nos permitiría vislumbrarla completa.

Publicado el 26 de diciembre de 2012

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Los niños y las armas


Entra Adam Lanza a la escuela y dispara contra los niños. Quien ha visto posteriormente su foto en la televisión, con su cara de mosquita muerta, no habría podido suponer que dentro de su mente retorcida se encontraba albergado un asesino. Lo que hizo es imperdonable y causa náusea.

La historia de los Estados Unidos de América ha sido la historia de un país de colonos y de conquistadores de territorios agrestes. Se ha fijado el estereotipo del hombre que va al Oeste en una carreta con su familia y los pocos enseres que posee, para instalarse en un desierto que debe labrar trabajosamente. Le rodean peligros que debe resolver solamente con el uso de las armas: el “cowboy” se enfrenta a los apaches, cheyennes o sioux, de la misma manera que al puma, al oso grizzly o al bisonte. En el imaginario colectivo de un colonizador los que enfrenta son enemigos a los que hay que destruir.

Más allá está California, con su fiebre del oro y sus gambusinos, que no piensan dos veces en defender con su Colt lo poco que pudieron lograr en los ríos, o la usan para matar a quien se atravesó en su camino de borracho.

Una sociedad es siempre dinámica y no puede mantenerse inmovilizada en el pasado, más aún cuando el concepto primitivo de la defensa propia ha cambiado. Es el Estado el llamado a salvaguardar la integridad de los ciudadanos, manteniendo para si el monopolio de la fuerza con una firme base en el cumplimiento de los derechos humanos.

Por ello es inaceptable que una sociedad multirracial y abierta mantenga la noción arcaica y brutal de la defensa propia por medio de las armas, y que tal concepto se encuentre sustentado en una norma constitucional que reconoce el derecho de los ciudadanos a portarlas. Una sociedad que autoriza libremente a los ciudadanos a poseer armas está sujeta, tristemente, a que puedan repetirse los casos de Newtown, Denver o Columbine.

El frío dato económico manifiesta que el fabricante de armas Smith &Wesson ha visto caer el precio de sus acciones en un cinco por ciento después de la última matanza. Ante lo sucedido, la sola lectura de esta noticia también causa repugnancia.

Un niño muerto es una tragedia en cualquier lugar del mundo y sea cual fuere la causa. Más aún si fue un arma disparada por el hombre la que segó su vida: revolver, misil o bomba incendiaria. Calificar lo sucedido en la última semana comparándolo con otras muertes igualmente tristes y repudiables, y hacerlo solo por razones políticas, reduce la condición de quien argumenta a niveles miserables.

Publicado el 19 de diciembre de 2012

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nuestras pequeñas Miss Sunshine


Una niña chiquita camina por una pasarela: lleva un vestido rosado de vuelos, pestañas postizas, maquillaje y los labios pintados. Está en la mitad de un concurso de belleza y su madre espera que su chiquita, graciosa como es, lo gane. Detrás está el premio económico, la posibilidad de entrar al mundo del modelaje, salir en las fotos del yogur y de los pañales: en pocas palabras, la fama.

Otros niños lloran desesperados porque en un concurso musical no han sido calificados como verdaderos artistas y deben retirarse de los escenarios, con sus luces, sus cámaras, su acción.

El primero de los casos parece que aún no se produce en nuestro país; no se ha visto esa explotación infantil que significa el “concurso de belleza” para niñas que apenas empiezan a caminar, y que ya van vestidas como vedettes de segunda clase. Un poco más y se parecerán a una reducción de Jayne Mansfield o Diana Dors, esas despampanantes y chabacanas rubias de los años 50, típicas de las películas gringas de clase B.

El segundo caso ya lo hemos visto. Así como hay niños que tienen  voces angelicales, mucha gracia para contar chistes y contestar a las más extrañas preguntas de los presentadores de la televisión; otros, con iguales méritos, se dan cuenta en pleno escenario que no tiene más que seis años y, por supuesto, no pueden mantener una actitud que no les pertenece. El resultado es inmediato: deben volver a su casa, destrozando el sueño de unos progenitores que, sin fijarse en el grave daño que pueden causar, se sintieron ya los papás de Sandro, los hermanos Miño Naranjo o Sharon.

El arte debe ser inculcado desde los primeros años para lograr que el alma y la mente de los pequeños trascienda de la vida anodina, de deberes interminables y desquiciantes que deben prepararse todos los días, de las mochilas en que van todos los libros y cuadernos, afectando sus pequeños cuerpos. El arte es volar más allá de las limitaciones, es encontrar cosas que pueden hacerte reír o llorar sin querer. El arte permite que el interior se abra, tanto para dar como para recibir.

Sin embargo, la manipulación del arte, sobre todo del canto, con un fin último que no es la entrega de lo mejor de cada espíritu sino la búsqueda de la fama y el dinero por parte de los padres –no de los niños- puede llegar a prostituir lamentablemente una vocación, que debe ser purísima y no contaminada. Ya habrá tiempo posteriormente para cobrar por cantar, bailar o hacer lo que hoy se llama un stand-up o monólogo. Un niño debe cantar, bailar y reír por el gusto de hacerlo, y no para ser pasto  de un jurado que, por último, hará su trabajo descalificándolo, lo que quiere decir “hay otro mejor que tú”.  ¡Inaceptable!

Publicado el 12 de diciembre de 2012

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Qué contiene tu iPod?


Los reproductores de música de bolsillo permiten que la gente lleve consigo bibliotecas musicales completas, que incluyen miles de canciones y cientos de horas de música –tiempo que, en realidad no existe- transportadas a cualquier lugar, conectadas a parlantes en las fiestas de los parientes y los amigos, o simplemente escuchadas a través de los personalísimos audífonos, verdadera cápsula que separa al individuo de su entorno.

Dentro de estos aparatos podría estar música de vals, vienés o peruano, el rock más duro que se haya producido, canciones tan azucaradas que habría que lavarse las manos después de prender el sonido, declaraciones de amor o rap contestatario.
Podrían estar Beethoven, Bach, los Beatles, Frank Zappa, los Tigres del Norte, Flor de Huaraz, Mercedes Sosa, los Panchos, Lady Gaga, El Último de la Fila,  los hermanos Miño Naranjo y el dúo Strobel Maldonado.

El test personal que puede hacerse al dueño del aparatito definirá mucho de su personalidad, calidad, condición, posición política y aficiones, mejor que lo que podría mostrarse públicamente.   Hoy que mucha gente tiene esos aparatos podemos preguntarnos qué música incluirá el reproductor musical del presidente Correa,  o el de Assange, Obama, Benedicto XVI, Vargas Llosa, García Márquez,  o el de nuestra vecina-, esa chica angelical que vive al lado, que parece que oye solamente “perreo”.

¿Cuál de ellos tendrá música de Mercedes Sosa, de Chaucha Kings, de los Beatles, música de salsa, o “¡Hasta siempre, Comandante!”.  ¿Quién tendrá una imagen pública diferente de aquella que lleva en el bolsillo, y escuchará secretamente a Arjona, esperando que nadie se entere?

¿Todo revolucionario llevará a “Calle 13”? ¿Todo cura, a Sor Sonrisa?¿Todo melancólico oirá solamente pasillos y todo romántico escuchará a Montaner?

Las sorpresas que podríamos sufrir si Álvaro deja su iPod olvidado y encontramos no solamente canciones de Enrique y Ana, sino la colección completa de los Rolling Stones; si Benedicto, más allá de Mozart escucha también a María Dolores Pradera; si Osama ben Laden –que también tenía uno- escuchaba a Il Divo y a los New Kidsonthe Block.

También podríamos conocer qué sucede en el alma de quien jamás oye música, sea porque no le gusta, porque es “cuchi oreja” o porque no quiere sentirse más triste de lo que ya está. Si tiene un reproductor, revíselo y conózcase algo más.

Publicado el 5 de diciembre de 2012