Serrat musicalizó muchos poemas, propios y ajenos. En 1972, tres años después de cantar a Machado, lo hizo con Miguel Hernández en un disco oscuro y difícil.
La música no tenía ya la alegría que se encontraba en las canciones musicalizadas de Machado, pese a que tales letras contenían recuerdos de infancia, hablaba de la muerte y añoraban tiempos mejores. Inclusive al referirse al poeta, enterrado en otra patria, la musicalización tenía luminosidad.
No sucedió lo mismo en el disco de Miguel Hernández, pues música y letra se hundieron ominosamente en el lago de tristeza que fue la vida de un hombre olvidado mucho tiempo.
Hernández nació en Orihuela, “su pueblo y el mío”, como dice en la “Elegía” a Ramón Sijé, en una familia campesina de pastores de cabras. Estudió tarde, pero se involucró con los clásicos españoles, que despertaron su genio.
Tuvo un solo premio literario en su vida, que lamentablemente para él no fue en el dinero que tanto requería, sino en una placa de reconocimiento que no cubrió el gasto de la leche que tuvo que vender para viajar a recogerla.
Se alistó en el bando republicano y luchó en la Guerra Civil española. Aparece todavía por allí una foto suya, declamando ante un regimiento, en una imagen surrealista, en medio del fango y del dolor. Terminada la guerra fue tomado preso y murió en la cárcel a los 31 años.
El disco de Serrat contiene poemas amargos e impactantes, como la “Elegía”, tal vez el único poema del castellano, con las “Coplas por la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, que puede traducir, en palabras, los sentimientos de la hora suprema de la despedida. Cualquiera de sus versos refleja el peso de lo inevitable, y la sensación amarga del nunca jamás: “Un manotazo duro, un golpe helado/un hachazo invisible y homicida/un empujón brutal te ha derribado/
Sacude igualmente el poema de “El niño yuntero”, tan parecido a los nuestros en la época del arado y los bueyes: “Contar sus años no sabe/y ya sabe que el sudor/es una corona grave/de sal para el labrador/
Con todo esto, la obra de Serrat fue minusvalorada en un momento histórico en que, en España o en nuestra América hispánica, las verdades dolían porque estaban todavía a flor de piel: “Pintada, no vacía:/pintada está mi casa/del color de las grandes/pasiones y desgracias”.
Publicado el 26 de septiembre de 2012