La primera vez que me fijé en la figura de George Harrison fue en la fotografía que se encontraba en el reverso de la carátula del disco “Help”, publicado por Ifesa en 1965.
En ella aparecía George como un joven flaco, vestido en traje de vaquero: sombrero tejano, camisa de cuadros, chaleco de cuero, jeans. Parecía cualquier otra cosa menos el guitarrista de los Beatles. Era, en 1965, el “hombre tranquilo”, ante el impacto que causaban John Lennon y Paul McCartney con su personalidad arrolladora, y Ringo, desde la batería, embromón y payaso.
Pasaron los años y sus canciones empezaron a escucharse más en los discos de la banda. La extraordinaria calidad con la que tocaba la primera guitarra en un grupo que tenía tres: la de George, el bajo de Paul y la guitarra rítmica de John, descollaba en solos que marcaron época. Allí está, para muestra, la introducción de “Ticket to Ride”, del disco antes señalado, o la maravillosa “Something”.
Pero George cambió, y cambió la música con él. Descubrió para el rock un instrumento que Occidente no conocía: el sitar o cítara de la música hindú, que introdujo un sonido extrañísimo para los oídos de los roqueros. Éstos, que se supone son siempre vanguardistas musicales, escucharon con estupor la propuesta del Beatle y, hasta la rechazaron. Esas obras son, hoy clásicos del rock, y no hay canción que muestre más el espíritu de la sicodelia de los años 60 que “Madera Noruega”.
Y George cambió aún más: buscó espiritualidad en un mundo que caminaba a pasos agigantados hacia una meta única y material. Se dedicó a la meditación y escribió cuando Beatle, publicándola en su época en solitario, una canción que removió nuevamente los cimientos del rock: “My Sweet Lord” o “Mi Dulce Señor”, en la que buscaba a Dios, manifestando que quería encontrarle pero que la búsqueda tardaba demasiado.
Le dolió la muerte de los niños de Bangla Desh, que golpearon el rostro de Occidente con sus caritas cubiertas de moscas y los estómagos hinchados por el hambre. Organizó, por primera vez en la historia del rock, un concierto para recaudar fondos y, más allá de eso definió, que un cantante como figura pública, tiene una responsabilidad social que cumplir.
Hace 10 años el guitarrista de los Beatles, encontró por fin al Dios que buscaba. El cáncer le dio el zarpazo que antes no logró el cuchillo del asesino que le atacó en su casa.
Esta noche, como hace tantos años, una guitarra gemirá suavemente y será por George Harrison.
Publicado el 30 de noviembre de 2011