Sin embargo es sabido que las sociedades buscan la inmortalidad; aquello que las personas no pueden lograr por si mismas, tratan de conseguirlo, en conjunto, sustentadas en el conocimiento, descubrimientos y conceptos de todo el grupo.
Una sociedad persistirá cuando sus raíces sean lo suficientemente fuertes y profundas para que puedan sostenerla en su viaje hacia el futuro.
Por ello es necesario recuperar la memoria de hechos y circunstancias que conforman una identidad; en nuestro caso, la identidad cuencana. En estos últimos días e impulsados por el reconocimiento que una nación extranjera, el Estado de Israel, hizo a un ciudadano de esta tierra, hemos conocido que Manuel Antonio Muñoz Borrero realizó en los tiempos aciagos de la Segunda Guerra Mundial, en plena vorágine del fascismo, una obra que salvó vidas de individuos que posiblemente ni siquiera sabían donde quedaba el Ecuador.
Hace unos años nos conmovió la película “La lista de Schindler” que narraba la historia de un hombre que salvó de la muerte a judíos polacos cercados en Cracovia. Hoy encontramos que Muñoz, cónsul ecuatoriano en Suecia, jugándose su futuro diplomático –como sucedió- logró que 80 judíos polacos pudieran escapar de la muerte, con pasaportes que tenían el sello del Ecuador. Los hornos crematorios de los campos de concentración quedaron atrás, para estos perseguidos, en las alas del cóndor que luce nuestro escudo.
Gerardo Martínez Espinosa ha escrito un libro que contiene la historia de Manuel Antonio Muñoz y lo ha llamado “Pasaporte a la Vida”. Con esta obra recupera, para Cuenca y para el Ecuador, la memoria de un personaje que, por los avatares del destino, llegó a un momento y a un lugar que marcaron para siempre la existencia suya y de otros.
A Muñoz posiblemente le habría sido más fácil continuar con una existencia limitada a ver correr los días y las noches en la helada Escandinavia, pero asumió el reto que la historia le puso delante. Esta narración pone en evidencia lo que ha sucedido en la vida de Cuenca, cuando sus ciudadanos no dudaron en resolver los problemas que la reclusión geográfica les trajo. Con raíces profundas, nuestra ciudad debe enfrentar ahora los retos del futuro. Nuestra meta común no es el olvido.
Publicado el 13 de julio de 2011
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