miércoles, 27 de abril de 2011

Desaparecido

Costa-Gavras fue un famoso director de cine griego, que produjo películas de corte político en los años 70 y 80 del siglo XX. Son muy conocidas “Z” y “La confesión”, pero hay una que tocó las  fibras íntimas  de muchos: “Desaparecido”. Este film se llama “Missing” en inglés, y su traducción al español fue correcta, aunque tal palabra también significa extrañado o echado de menos.

En esta obra el actor Jack Lemmon, más conocido por papeles de comedia que por los dramáticos -nunca podrá olvidarse su papel al lado de Marilyn Monroe- es un padre que busca a su hijo desaparecido por una dictadura militar. Por supuesto, en un país latinoamericano de los años 70.

La opresión enorme que siente el padre al no poder encontrar a su hijo se transmite al auditorio, que espera –igual que Lemmon- poder encontrarle aunque sea muerto.

La desaparición de una persona trae esta carga emocional insuperable para el espíritu humano. Hay casos muy famosos en la historia mundial, como el de Amelia Earhart, famosa aviadora que desapareció en 1937 sobre el océano Pacífico cuando llevaba a cabo la hazaña de volar sola alrededor del mundo.

También en nuestro país desaparecieron dos aviones, en vuelos hacia Cuenca, induciendo a la gente a pensar o inventar toda clase de historias. La realidad cruel puso en orden las cosas cuando se encontraron los restos de las naves muchos años después. El caso de los hermanos Restrepo es también protagonista de esa horrible sensación de vacío y crimen.

La psicología humana no puede sostener la idea de que un ser querido simplemente desaparezca de un día para otro. Los casos narrados fueron noticia en los diarios, pero se producen también las desapariciones de nuestros emigrantes en su paso por México hacia los Estados Unidos, y aquellos de los secuestrados que no vuelven más. Muchas de estas historias son privadas pero igualmente dolorosas.

Por ello podemos encontrar que los amigos y parientes desean, sintiéndolo profundamente, encontrar a sus seres queridos aunque sea muertos. Poder acompañarlos a que descansen para siempre trae consuelo y cierra un ciclo de desesperanza, permitiendo que el alma pueda al fin utilizar el paso del tiempo para sanar, aunque sea un poco. La herida nunca cerrará por completo.

Todas las legislaciones modernas condenan el secuestro de la manera más dura calificándolo de crimen de lesa humanidad,  por ser la forma más cruel en que puede actuar un delincuente, sea cual fuere su motivo. ¿Habrá ingresado nuestro país en la espiral de esta industria macabra?


Publicado el 27 de abril de 2011

miércoles, 20 de abril de 2011

Abril y la muerte

La muerte ronda nuestras vidas. Es, para nuestro pesar, una constante de la que no podemos despojarnos. Ha empezado la Semana Santa y recordamos la muerte de Jesucristo en la cruz: muerte cruenta, injusta, ¿necesaria? 

Hay amigos que la enfrentan con fortaleza, burlándose inclusive de la Parca; llegan a asegurar que son parte de la serie “Duro de Matar” y que están dispuestos a luchar por quedarse con los suyos, con sus libros, con su trabajo y sus alumnos.

Otros acogen la llamada y buscan la muerte con tal pasión que la encuentran fácilmente. Descolocan la teoría que supone que, en nuestro fuero más íntimo, el instinto vital nos llevará a aferrarnos a la vida con todas nuestras fuerzas. Y se van, dejando enormes inquietudes, planes no concluidos, pensamientos que torturan a los más cercanos, que piensan una y otra vez qué podían haber hecho para evitar el desenlace trágico.

También hay muertes que llegan intempestivamente, de manera inesperada, envueltas en la niebla de una mañana de lunes. Retratan la fragilidad de la vida humana, irrepetible y única. Un golpe, un fallo del corazón, y el amigo querido se ha ido para siempre.

Sin embargo la frase de que la vida sigue, nos choca una vez más cuando vemos que efectivamente es así: ha pasado todo, pero nada ha pasado, y la lluvia de abril sigue cayendo lenta e imperceptible sobre los recuerdos.

Al final este artículo salió triste, porque la ciudad está triste. ¿Consuelos? Tal vez una frase de Mauriac pueda ayudar un poco: “la muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.”

Horacio lo dijo hace 2.000 años: “carpe diem”, aprovecha el día. Esperemos que el próximo domingo, que es Pascua, la vida nos dé nuevamente un poco de sol, el amor de los nuestros, redescubramos las razones –tantas- que tenemos para ser felices y apostemos por la vida.


Publicado el 20 de abril de 2011

miércoles, 13 de abril de 2011

El "Candilejas" y otros recuerdos

Este artículo no trata de ser un homenaje, sino un recuerdo de una época que parece muy lejana. Es cierto que el tiempo ha corrido, pero ha cambiado aún más el concepto de las cosas.


Cuenca era una ciudad mucho más pequeña que lo que es ahora y había llegado una señora a instalarse en ella. Lo hizo casada con un pintor reconocido, creador de grandes cuadros de colores que representaban las fiestas populares: danzantes, castillos del septenario, grandes globos entre los que estaba “el de las 10”, llamado así porque se lanzaba a volar como cierre de la fiesta y no más allá de esa hora.

Al mismo tiempo abrió una escuela de danza, aunque ese nombre más bien era el de “academia de baile” en un momento en que el movimiento del cuerpo podía parecer más bien pecaminoso; más aún cuando las chicas debían usar mallas pegadas al cuerpo.

Inclusive alguna vez que Patricia Aulestia, miss Ecuador y bailarina, vino a Cuenca con un grupo de baile folklórico, aún usó bajo la pollera una prenda llamada, con toda propiedad, “matapasiones”. Hacerlo con los pies desnudos era, indudablemente, una ruptura total de las convenciones sociales.

La cosa no quedó allí: la señora y su esposo pintor abrieron un pequeño cine llamado “Candilejas”, como la película de Chaplin, y en él se proyectaron películas que iban desde la extraordinaria “Fantasía” de Disney y las de “Sissi Emperatriz”, con la bella Romy Schneider, hasta las que dirigía Armando Bó y tenían como especial figura a una voluptuosa argentina:  Isabel Sarli.

Estas eran las llamadas “películas prohibidas”, sueño de todos los adolescentes de la ciudad, que entraban al cine luego de apagadas las luces para no encontrarse con algún pariente cercano. Como las cosas han cambiado tanto, las películas de Isabel Sarli se transmiten ahora, como de cine B, en los canales del cable a las cuatro de la tarde.

Estas actuaciones de la señora y su esposo cambiaron indudablemente a Cuenca y abrieron a sus habitantes a otra dimensión. Hoy que Osmara de León ha muerto la ciudad ha  perdido algo de su historia cotidiana. Al final, éste también es un homenaje a quien, al final de su vida, escuchábamos todos los días en la radio contándonos las noticias del mundo, que no es igual al que fue ni lo será nunca más.

Publicado el 13 de abril de 2011

miércoles, 6 de abril de 2011

El déspota ilustrado

Cuenta una historia, que la saben los alumnos que estudian Introducción al Derecho, que Federico II de Prusia, déspota ilustrado, resolvió el problema de un molinero que no tenía agua. Éste se presentó ante el monarca porque los terratenientes de los campos cercanos no dejaban que el agua corriera hacia el molino. Los campesinos la necesitaban para conseguir la harina para el pan.

Federico II pidió conocer la causa y le indicaron que la ley daba la razón a los terratenientes. El Grande –porque así era también llamado- se encontró que tal ley la había dictado él mismo para promover la producción agrícola, lo que había dado grandes resultados. Monarca absoluto al final, cambió la ley que él mismo había dictado y el molinero  tuvo agua suficiente para moler el trigo.

Esta resolución fue recibida como un acto necesario y sirve para demostrar,  en la cátedra, que despotismo no siempre es igual a injusticia.

Sin embargo el mundo no se quedó con déspotas ilustrados, por más justos que fueran. Algo en los pensadores que sostuvieron que, sobre la voluntad de los monarcas estaba la ley, les hizo ver que el déspota acierta una y cien veces, pero puede equivocarse otras más, sin que sea responsable de sus actos.

Por otra parte, nadie estaba seguro de lo que el rey podría decidir, y había que esperar providencialmente que acertara en todos los casos.

De allí que, en democracia, la ley está sobre los hombres, por más importantes que sean, y todos están sujetos a ella. La ley se establece con anterioridad, debe ser conocida por todos y se aplica, en caso necesario, por el órgano competente que es independiente de los demás.

Por ello repugna a la democracia la irrupción de una de las funciones del Estado en las otras, por más que se busque subsanar, como en el caso de Federico II el Grande, un error legal o llevar “al buen camino” a quienes deben aplicar la ley. 

El mesianismo, al que parece volver la humanidad cada cierto tiempo, supone que la transformación de la sociedad provendrá de un líder iluminado, que tiene en su capacidad personal y única el poder de cambiar el mundo.

Ha habido muchos líderes mesiánicos; la historia, sin embargo, ha demostrado que los cambios duraderos y reales no han provenido de un “héroe” sino del consenso de un pueblo, suficientemente educado para comprender cuáles son los cambios que requiere para avanzar hacia el futuro.

Lo demás cae en la utopía, que pretende un mundo idealizado y, como tal, inexistente.

Publicado el 6 de abril de 2011