miércoles, 30 de diciembre de 2015

El payaso

Allí está, en medio de la multitud, con su brillante traje de tela espejo de varios colores, el bonete puntiagudo que lleva unas cintas de papel en lo más alto, una máscara burlona que muestra unas cejas y unas mejillas pintadas de rojo. La boca tiene las comisuras en una eterna sonrisa. Los ojos rasgados parecen siempre maléficos.

En su mano lleva un arma: el chorizo relleno de lana dura, que parece contener una llave de hierro en la punta, por cómo duele el golpe.

Abre paso a la comparsa que transita por la calle el 6 de enero, como un guardia de corps de las señoritas del barrio que visten de españolas o mexicanas. 

Cuida también de las “viudas” del Año Viejo, en la noche del 31, impidiendo que algún borracho quiera propasarse con alguna de ellas porque ha olvidado que son hombres disfrazados de mujer.

Los vehículos ruedan muy lentamente por las calles céntricas: se oye ruido y música que brotan de las calles laterales y, de manera intempestiva, aparece el payaso en medio de la bocacalle. Haciendo ademanes, para toda la circulación vehicular. No dice ni una sola palabra, pero a veces lleva un silbato. Su figura impone y los conductores frenan de inmediato para que la caravana de disfrazados pase sin interrupción.

Imagen inolvidable de la primera infancia, el payaso no da risa, asusta. Su figura, que parece enorme, produce temores que llevan de inmediato a abrazar a la mamá. No  muestra ni un lejano parentesco con el payaso de circo que tiene un perrito que salta el aro y lanza contra el público un cubo lleno de serpentinas.
Este payaso de la calle parece un ser diabólico que no está dispuesto a hacer chistes. Es, simplemente, un custodio, un guardia un ser que infunde miedo.

Pasada la caravana y cuando todo ha concluido, el payaso se libera de su máscara y aparece tal cual es: el hijo adolescente del zapatero del barrio; el joven que juega vóley en la cancha de tierra que hay dos cuadras más arriba; el muchacho que acaba de salir de la conscripción para venir a ayudar a su madre en la tienda de la esquina. Ni siquiera son muy altos.  Todos, personas comunes que, por una noche y para siempre, impactaron en la mente maleable de un niño que les vio pasar.

Publicado el 30 de diciembre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11737-el-payaso/

miércoles, 23 de diciembre de 2015

La Navidad venía despacio

Hubo un tiempo en que la Navidad se sentía venir muy lentamente.

Surgía en el ensayo de los villancicos de la escuela  cuando esperábamos ser elegidos para soplar el pajarito de barro medio lleno de agua, que gorjeaba en los tonos del Niño.

Estaba en ese olor a incienso y palo santo que aparecía en el mercado de San Francisco y terminaba en el pequeño brasero que humea frente a la figura del Recién Nacido.

Habitaba en la vitrina con los soldaditos de plomo de un ejército completo, que se mostraba en la calle Bolívar como algo imposible de poseer.

Se perfilaba en el cuarto de la casa cerrado desde hace semanas, donde reposaban los regalos que llegarían en la Noche Buena: un avión de armar, el libro esperado, un trompo de colores. 

Se veía venir en los trabajos manuales, con cartulina y papel brillante, para hacer una corona para el Ángel de la Estrella.

Se olía en la cocina con la torta, que la madre bañaba con coñac antes de envolverla en papel de empaque.
Aparecía intempestivamente con el primer pase del barrio  donde la niña más bonita, ataviada de azul y rosa, llevaba en sus manos una muñeca de caucho de ojos azules, vestida de Niño Dios. Y también en las barbas de San José, que picaban en el cuello.

Llegaba con la primera tarjeta, escrita a mano por un ser querido que estaba muy lejos.

Se encontraba en el pavo vivo, que aparecía en la huerta con días de anticipación y que la víspera estaría colgado de una cuerda, antes de pasar al adobo.

Se descubría en las calles cercanas a la Cruz del Vado, donde comenzaban a aparecer  los trajes de mayoral y el vestido de lunares y peineta para la pasada mayor.

Estaba en lo simple, en la familia, en la casa de los abuelos, en esa sensación que ha desaparecido y que buscamos bajo el musgo y el salvaje de un Nacimiento que sólo existe en la memoria de un momento feliz.

Publicado el 23 de diciembre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11709-la-navidad-vena-a-despacio/

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Placeres olvidados

Sandokán navega por los mares de la Malasia mientras el portugués Yánez lucha contra los asesinos adoradores de la diosa Kali, la de los muchos brazos. Los tigres de Mompracem, por su parte, acompañan al jovencito que, recostado en un diván en una larga tarde de vacaciones de agosto, lee con detenimiento “El rajá de la jungla negra”.

En otra casa, y sin que Serrat todavía se haya referido a él en canción alguna, una chica lee los libros de Marcial Lafuente y le parecen el extremo más dulce del romanticismo. 

Los interesados en el descubrimiento de los orígenes de las civilizaciones han abierto los libros de Fulcanelli que, bajo tal seudónimo se encubre el nombre de un pintor, un notario o del mismo Conde de Saint Germain. “El misterio de las catedrales” es una obra definitiva para adentrarse en el mundo de los alquimistas.

Por allí hay un pájaro que causa sensación: “Juan Salvador Gaviota” del escritor Richard Bach, introduce en la mente de los jóvenes lectores una filosofía de vida en que se unen perfectamente el espíritu y el cuerpo. Hay que volar más alto pero hay que volar en bandada.

Sin que se sepa de dónde,  aparece un suizo llamado Erich von Däniken que ha escrito una obra llamada “El oro de los dioses”. Cuenta en él su expedición a la cueva de los Tayos, provincia de Morona Santiago, en la que ha encontrado extrañas estatuas de oro de origen extraterrestre. En la obra aparece nada menos que el padre Crespi que, según el autor, tuvo la prueba de la visita de los OVNIS, desaparecida en el incendio de la iglesia de María Auxiliadora. 

Un joven que se precie debía haber leído por lo menos alguna de las obras de Julio Verne. Un versado habrá pasado ya el viaje de la tierra a la luna para adentrarse a conocer el rayo verde,  seguir por las estepas a Miguel Strogoff o conocer al capitán Nemo.

Karl May enseñó cómo se trabaja y se dispara en el Oeste y por qué el indio apache Winnetou, el cazador de las praderas,  es mejor que cualquier hombre blanco. A su lado están el León de Damasco, el Corsario Negro y Tom Sawyer.

Libros olvidados en estantes polvorientos, que se mantienen en el lugar más apartado de la casa hasta que un día terminan en la basura: el departamento nuevo no tiene sitio para ellos. Estas obras nos dieron más gozo y alegría que lo que hoy nos da la fría pantalla de una tableta electrónica.

Publicado el 16 de diciembre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11680-placeres-olvidados/

miércoles, 9 de diciembre de 2015

La foto

A llí está la foto: haciendo daño, circulando por las redes sociales, ensañándose con uno de los dos protagonistas de la escena.

La imagen fue tomada en un paseo: una reunión en la que circuló en exceso el alcohol y que fue promovida como un “retiro espiritual” en que podías beber todo lo que quisieras.

El paseo fue organizado por estudiantes universitarios: muchachos y chicas que se sienten modernos, abiertos, liberales en sus costumbres y en su pensamiento. Muchos se han calificado “de izquierda”: defienden los derechos humanos y la dignidad de las personas, pero sólo en el aula, en la reunión formal, en la campaña política para elegir dirigentes estudiantiles.

Ninguno de los que reenviaron la foto se siente machista ni retrógrado: tiene ideas de avanzada en cuanto al sexo, el matrimonio, el divorcio, el aborto. Promueve, aunque sea en voz baja, la legalización de alguna droga que considera inofensiva.

Sin embargo, en la reproducción de la fotografía, en el meme violento, en la burla sarcástica, solamente la chica es mencionada. Se conoce su cara, se sabe su nombre y el curso y universidad en la que estudia. Inclusive la persecución llega a examinar sus zapatos, su camiseta, su pantalón, para confirmar que es la misma persona de la escena. ¿El muchacho que está con ella? Para qué nombrarlo, no tiene ninguna importancia, ha hecho lo que cualquier otro haría en las mismas circunstancias.

Vienen las preguntas: ¿nuestra sociedad ha cambiado? ¿La formación universitaria es solamente una pátina que desaparece al más leve roce? ¿Existe congruencia entre lo que se estudia, se dice, se hace y se piensa?
Triste realidad de lo que parecemos ser y no somos: tolerantes, civilizados, abiertos.

¿Qué la chica tuvo la culpa por exponerse de esa manera? ¡Claro!: cometió un error, el mismo que cometió su pareja masculina. Eso no exime de responsabilidades a los lobos vestidos de oveja, malvados con teléfono celular, que son capaces de meterse en la vida de otros de manera irresponsable, sin considerar que su actitud es la muestra de una mentalidad cerril y nauseabunda. Hechores de infamias con la ligereza de quien juega con la vida y dignidad de los demás, ellos sí indignos de llamarse universitarios.

Publicado el 9 de diciembre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11649-la-foto/

miércoles, 2 de diciembre de 2015

El Club

El Club del Azuay era el lugar de las celebraciones: aniversarios, cocteles y, sobre todo, matrimonios. En su última época estuvo situado en el edificio de la Casa de la Cultura, construcción bastante fea que atraviesa de lado a lado la calle Presidente Córdova.

El salón no era muy grande, como tampoco lo eran las fiestas. Las bodas se celebraban con cierta restricción: por supuesto que había una torta muy grande y sabrosa, bocaditos y dulces. ¿Cena? … no. El licor, champaña primero, whisky después, circulaba profusamente y prendía la fiesta. 
¿Baile? … tampoco. Más bien los invitados más jóvenes salían de allí a una de las nuevas discotecas que empezaban a aparecer en la ciudad.

El lugar estaba hecho para que las personas conversaran entre sí. Los amigotes se sorteaban el pañuelo, luego de tratar de ahogar al pobre novio con unos tragos bien cargados. Las chicas esperaban el ramo para ver cuál de ellas tenía la suerte de ser la próxima en casarse. Se sorteaban las ligas que, como correspondía, eran solamente dos y sostenían  de verdad las medias de la novia.

Ante un esquema tan aburridor, la principal y más interesante actividad era pasar por el cuarto de los regalos, que se mantenían en exposición permanente durante toda la fiesta. Estaban el florero de la tía, la televisión en blanco y negro de algunos parientes pudientes, los moldes pyrex, la plancha eléctrica con su mesa de planchar, una colección de premios nóbel editados en cuero y con filo de oro, una figurita de murano, dos lámparas de velador, el juego completo de cubiertos de plata, regalo de los abuelos y, así por el estilo.

El lugar daba para mucho, principalmente para desmerecer los regalos de otros, todo a criterio de quien los revisaba fijándose en la tarjeta de los obsequiares.

No faltó la boda en que los amigotes del novio escribieron en cada tarjeta de cada regalo, “y … P.V.”,  con grandes letras y el nombre completo, con lo que este compañero llegaba a ser el más generoso de todos los presentes.

Los novios salían pronto hacia la propiedad rural de algún pariente amable, para iniciar la luna de miel y su vida conyugal. Mientras tanto, algún comedido retiraba las cosas al día siguiente. Otra vida había comenzado.

Publicado el 2 de diciembre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11617-el-club/