miércoles, 18 de noviembre de 2015

Charles Atlas

Lo cierto es que llegaban unas revistas, generalmente de México o de Argentina, que traían propagandas impactantes. Revisar cada página de publicidad servía para ampliar el conocimiento sobre las cosas que realmente importaban: cómo aprender a tocar la guitarra en 20 lecciones, cómo pintar el rostro de una chica con carboncillo, cómo tener una musculatura que impresionara a la misma chica.

Esas propagandas eran muy convincentes: una traía la foto, en blanco y negro por supuesto, de un señor que se llamaba Charles Atlas. Mostraba una musculatura espectacular: bíceps, pectorales, hombros. El réclame impactaba:  “Yo fui un alfeñique de 44 kilos”. El lector, 15 ó 16 años, sabía que él era ese alfeñique y que, al igual que Charles Atlas, podía convertirse en un hombre de verdad, al que las chicas mirarían y que los demás muchachos no molestarían jamás. 

Se necesitaba el dinero suficiente para poder pagar la suscripción al curso, despachado en fascículos mensuales desde alguna lejana ciudad. Si el fiambre reunido no alcanzaba, cosa muy probable, había que recurrir al papá o algún otro pariente desinteresado, a que “preste” los sucres suficientes para cambiarlos por un cheque en dólares pagadero sobre un banco de Nueva York, como exigían las instrucciones de afiliación al maravilloso curso.

La espera angustiaba: ¿habrá llegado el cheque o se lo robaron en el correo? ¿Será que el señor Atlas está muy ocupado para despachar pronto los fascículos? 

Cierto día aparecía el cartero con un sobre con estampillas extranjeras: las instrucciones habían llegado y era cosa de entender el método. Atlas lo explicaba claramente: el método era absolutamente natural y se basaba en la “tensión dinámica”, que no necesitaba ni pesas o equipos de ninguna clase.

Se trataba de utilizar el propio cuerpo para fortalecer los músculos: un brazo contra otro, el puño de la una mano contra la palma de la otra, las flexiones de pecho, las sentadillas o sapitos. Además la cosa no parecía muy complicada: 15 minutos diarios por dos semanas y el principiante se parecería a Charles Atlas. La lectura de los fascículos mostraba el avance... ¡de Charles Atlas! El espejo del dormitorio, por su parte, no reflejaba nada nuevo. 

El alfeñique local de 44 kilos dejó de insistir: la comida sana de la casa y las propias hormonas empezaron a mostrar otros resultados. El plan de ejercicios se acabó definitivamente cuando otra revista publicó un artículo crucial: “Las mujeres gustan de los hombres delgados”. Adiós, Charles Atlas. 

Publicado el 18 de noviembre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11556-charles-atlas/

No hay comentarios:

Publicar un comentario