miércoles, 28 de octubre de 2015

Despertador

Sobre el velador hoy está un teléfono celular de aquellos que hacen todo, inclusive llamadas. 

Sirve para sumar las cuentas, pues hemos perdido la habilidad de hacerlo con papel y lápiz, y también para que nos recuerde el cumpleaños de algún amigo. De esa manera, casi automática, resolveremos que hay que ponerle una felicitación en el Facebook, o enviársela por WhatsApp, sin tomarnos la molestia –que parece real- de llamarle a saludar.

El celular está también para las fotos: de los niños, la mascota, un paisaje, un plato de comida, los selfies. Guarda el número de las tarjetas de crédito y la clave del IESS; nos permite escuchar música y ver videos.
Y está también para despertarnos con unas campanitas artificiales, que van subiendo de tono hasta que toquemos su pantalla. ¡Qué lejos está el teléfono del viejo reloj despertador! 

Ese antiguo reloj nos vigilaba en la noche con sus manecillas de un color verde fosforescente, que se habían cargado de luz durante el día y que mostraban el largo camino de la noche en el duermevela del insomnio.

Tenía dos campanas que eran capaces de levantar a un escuadrón cuando recibían el toque insistente del mecanismo de alarma. Solamente el que ha escuchado ese timbrazo conoce el deseo enorme de lanzar el aparato contra la pared.

Montar el funcionamiento del despertador casi era trabajo de un ingeniero mecánico: había que ponerle en hora y hasta calibrarlo, moviendo una pieza hacia el + o el – a que señale puntual las horas. Después marcar, con una aguja roja, la hora en que el timbre debía sonar. 

El timbre era de verdad: no sonaba a un bosque tropical, ni a las olas del mar de Hawaii, menos aún a la Guerra de las Galaxias ni a una marimba tropical. Era un sonido hiriente y atronador, que llevó hasta a discusiones conyugales cuando los horarios de marido y mujer no concordaban. 

El despertador tenía un propósito y servía para él magníficamente. Después vino el reloj de pilas, hasta que llegó el celular: más preciso y más práctico. Las agujas fosforescentes desaparecieron. Los fabricantes de aplicaciones hoy pueden emular un despertador antiguo en la pantalla, pero nadie lo lanzará contra la pared. ¡Cuesta mucho!


Publicado el 28 de octubre de 2015

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11461-despertador/

miércoles, 21 de octubre de 2015

Matón de barrio

Los barrios de la ciudad tenían también ciertas historias sórdidas. Entre ellas estaba el del matón del lugar, tan lejos del “matón” colegial, como se calificaba al aplicadísimo que no perdía jamás el 20.

Aquél era un individuo que, entre otras cosas, era un gran trompón, lo que significaba que podía batirse con cualquiera, sea de la zona o de barrios distantes. Era, además, mal encarado. Las chicas se cruzaban a la vereda del frente cuando le veían apoyado a la pared de una esquina. Algunos hasta tenían el sarcasmo de decir: “Buenas noches, señoritas, hoy no estoy con ganas de vacilar”


El problema está en que el matón no era solamente el héroe cuando había de enfrentarse en un partido de fútbol barrial: las drogas le volvían un ser intratable y peligroso. Muchos de ellos se ganaron sobrenombres bien puestos. Para muestra está el de “Ratero”, que varios recordarán.


Este individuo tenía, sin embargo, una historia a cuestas que podría calificarse como la del doctor Jekill y mister Hyde. Hay casos en que fue un brillante estudiante, un hombre fuerte y dedicado al deporte, inclusive bien parecido y, por lo tanto, conquistador de corazones femeninos.


Sin embargo, llegó el momento que algún “amigo” que bien podría estar en los infiernos, le dio un día el primer “pito”, la primera “hierba”, la primera pastilla.
Joven y, como tal, curioso, no se negó a aceptar el regalo que abría la mente, servía para ocultar situaciones de timidez profunda o maltratos familiares. Otros más lo hicieron por “estar en onda”, por no haber aprendido a decir que no, o porque, soberbiamente –palabra devaluada, que ya no parece reflejar la vigencia de los pecados capitales- consideraron que podían controlar la situación.


Lo cierto es que, algún día y en alguna hora en el barrio corrieron las voces: “¿Sabes que a X le encontraron muerto en una cuneta por San Roque?” “¿Conocías que Y se ha suicidado?” Otros desaparecieron y nunca más se supo de ellos. Si se libraron de esas garras, ya nadie lo sabe.


Pobres vidas desperdiciadas, a sabiendas que pocos se libraron de las consecuencias. ¡Si los chicos actuales lo supieran!




Publicado el 21 de octubre de 2015


http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11428-mata-n-de-barrio/









miércoles, 14 de octubre de 2015

Napoleón o cualquier otro

Muchos hemos tenido uno: lo hemos criado, puesto un nombre y sacado a pasear, aunque sea menos de lo ofrecido. Otras veces habremos olvidado llevarle a las vacunas o simplemente ponerle un poco de agua fresca.
Cada vez que llegamos a la casa ha ladrado de alegría, ensuciándonos el pantalón con sus lengüetazos y su baile. Lo hemos mostrado con orgullo a los amigos aunque su presencia no guarde los estándares de la raza.
A muchos habrá servido de compañía en momentos tristes, cuando hablar con el Totó, el Rocky, el Aldo o la Coqueta, es mejor que hablar solo.
No faltará el que, en un momento de furia, pensó lanzarle un puntapié, bajando automáticamente en la escala zoológica a un nivel bastante menor que el agredido.
Habrá traído, moviendo la cola, el palo o la pelota recuperados del estanque; otro sabría hacerse el muerto, dar la pata o sentarse.

De pequeño tomaría un baño jabonoso, que nunca más recibió.
Posiblemente vistió la camiseta del equipo de fútbol favorito de la familia o fue fotografiado con gafas y sombrero, lo que le dio un aspecto penosamente humano.
En algún momento desapareció por varios días, angustiando a la familia que fijó un cartel en los postes del barrio para tratar de encontrarle. Volvió sucio, golpeado y oliendo mal, pero feliz, porque un perro no está para mantenerse preso.
Tal vez fue padre o madre de cachorritos que llenaron la huerta de la casa de pequeños gruñidos (y nietos y sobrinos de visita). Seguramente habrá llevado en el cuello una cinta roja o una bolsita con ruda para evitar que le ojeen.
Habrá sido pequeño, peludo y suave como Platero, pero en forma de perro, y fue parte de la familia: un pedazo de pan y una caricia fueron su mejor halago.
Y un día, sin avisar, se habrá ido para siempre: por un accidente, un envenenamiento o porque el perrito también tiene un corazón que puede fallar. 
¡Adiós, Napoleón!

Publicado el 14 de octubre de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11393-napolea-n-o-cualquier-otro/

miércoles, 7 de octubre de 2015

En desuso

Hace unos días alguien buscaba desesperadamente una máquina de escribir: su letra era tan mala que no podía llenar un formulario escribiéndolo a mano. Se le ocurrió, por tanto, recurrir a las teclas y a la cinta, esa que manchaba los dedos cuando había que cambiarla. Por más que la buscó, nadie la tenía ya.

Objetos que hace poco tempo se consideraban insustituibles, hoy están refundidos en los lugares más recónditos: pruebe a buscar papel carbón, fantástico para calcar las ilustraciones de un libro que se colocarían en el papelógrafo que, por cierto, nadie sabe hoy qué es.

Un floppy, esa maravilla de la nueva tecnología, que permitía guardar nada menos que 32Kb, ha desparecido por completo. Solamente los “snobs” usan pluma fuente, en un momento en que el “rollerball” más común no deja huellas azules en los dedos. Si es que consigue la tinta.

El teléfono de disco es una antigüedad para ponerla en el bar, al lado de la rocola, el juego de dardos  y un afiche de Lucky Strike con una rubia con vestido rojo, ajustadísimo, que fuma sensualmente.

Igual sucede con el flashcube que tan buenas fotos ayudó a tomar, aunque todos salían con ojos de conejo.

El walkman requería un casete de por lo menos de 90 minutos para que soportara unas veinte canciones. Nada que ver con un ipod, de esos que llevan más de veinte mil (que no sabemos cuándo vamos a escuchar)

El premio al olvido se lo lleva el mimeógrafo: ¿se acuerda todavía de las hojas mimeografiadas que se reproducían del esténcil? ¿Recuerda que era necesario mover una manivela para que el cilindro girara y salieran las hojas impresas con un color azul parecido al de los sellos de caucho?

Cuántas veces el mimeógrafo reprodujo el himno de la escuela, el evangelio de la misa, el panfleto revolucionario, el aviso de una fiesta que después se pegaba en un poste. 

El mimeógrafo, como tantos y tantos inventos, ha pasado al basurero de la historia (hablando en términos marxistas) Muchos más están en fila.

Publicado el 7 de octubre de 2015