miércoles, 24 de diciembre de 2014

Paraíso terrenal

Unos días atrás un amigo decía: “En Cuenca no había una puerta de entrada a la casa, había una puerticalle”. Y es verdad.

Los largos zaguanes que traían desde el interior de la huerta, traspatio y patio, como quien viene desde adentro, llegaban a la gran puerta de madera, que se cerraba cuando el hijo de familia, cumpliendo con el encargo familiar ponía candado a la aldaba de la puerticalle.

Pasar del dintel de esta puerta en la casa de la enamorada suponía un reconocimiento específico, por parte de la familia, de que “la niña tenía novio”.

De allí, llegar al primer patio y, después al segundo, hasta que el padre autorizara subir a la sala del piso de arriba bajo la mirada atenta y socarrona de los hermanos menores, suponía un largo camino.

Esos patios luminosos, hechos también para mashar perezosamente en la mañana bajo los canecillos de los corredores, tenían una banca de madera. A veces, cuando había gato, era el momento oportuno para tomarlo en brazos y experimentar qué pasaría si se le tiraba de la cola.

Eran patios, que bañados por la luz del sol, ayudaban a la convalecencia de las enfermedades infantiles: las amígdalas habían pasado por las tocaciones del largo palillo con la punta de  algodón empapada en mertiolate.

Pronto aparecería la muchacha –no una empleada doméstica o una trabajadora del hogar, en términos fríos y actuales- con un plato de guineo con nata y azúcar, el mejor antídoto para fortalecer al hijo flaco que había pasado ya por el tratamiento con jarabe de rábano yodado, ese que hacían las monjas del Carmen.

El largo día 24 no terminaba nunca, mientras se escuchaba en el fondo de la casa el ruido de las ollas y empezaban a aparecer los tíos por el zaguán, reunidos de nuevo en la casa de los abuelos por motivo de la Navidad. El nacimiento tenía aún el olor del musgo de verdad y el salvaje colgaba del huicundo. El brasero despedía olor a palosanto e incienso.

Sonido de palabras que se han ido, ininteligibles para los jóvenes oídos de hoy que las escuchan a veces como si fuera un lenguaje extranjero. Y lo es: el lenguaje de la infancia, el verdadero paraíso terrenal. 

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10037-paraa-so-terrenal/


Publicado el 24 de diciembre de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario