miércoles, 19 de noviembre de 2014

La yunta

Aveces aparece entre sueños, o cuando un olor nos lo trae de nuevo a la memoria, que bucea tan profunda que llegamos a suponer que el recuerdo ya no está. Pero se presenta con el aserrín del eucalipto, la lluvia que cae golpeando la tierra y el viento que llega desde lejos, casi tan lejos como la infancia.

Allí está la yunta: solamente quien la ha visto, abriendo la tierra, tendrá la imagen precisa de los bueyes tirando del arado, con los ojos desorbitados y el yugo sobre  el cuello, ancho y poderoso. 

No hay nada artificial en el arado: el timón está atado al yugo con una tira de cuero o de cabuya, trenzadas en un fuerte haz. La reja de acero, brilla por el desgaste que produce su paso continuo por la tierra. El labrador, que no un simple peón, silba entre dientes para que los bueyes continúen la marcha esforzada, y se ayuda con un chicote. El látigo viaja silbando hacia el lomo de los animales, que inmediatamente reinician su marcha. Se ve el surco negro, presto a recibir la semilla que se derrama desde la mano encallecida del que viene detrás. A la vuelta el arado cerrará el surco. 

En semanas el paso de la reja habrá dado origen al milagro de las mieses; las hojas verdes mostrarán que la papa, chola o bolona, están creciendo bajo el manto  negro de la tierra.

El tractor ha reemplazado poco a poco a la yunta; el ruido del motor y el aceite quemado, al bramido de los bueyes y el silbido del peón. Las ruedas de la máquina borraron ya el cansado paso del Colorado y el Pintado, pues un tractor no tiene nombre, ni come, ni hay que llevarlo al abrevadero.

Sin embargo, tras la imagen bucólica y romántica está el esfuerzo humano, el trabajo agotador bajo el sol inclemente. El que une al labrador de los Andes con el campesino egipcio o de la India.

Aquél que, como lo expresó Miguel Hernández,  “nace, como la herramienta/a los golpes destinado/de una tierra descontenta/y un insatisfecho arado”.
Que “empieza a vivir, y empieza/a morir de punta a punta/levantando la corteza/de su madre con la yunta.”

En las alturas, soportando el viento helado, todavía puede verse su figura recortada contra el cielo como si no hubiera pasado el tiempo.  

Publicado el 19 de noviembre de 2014

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