miércoles, 28 de agosto de 2013

¿De quién mismo es el Yasuní?


Han pasado varios días desde que el Presidente de la República informó al país que el Gobierno ha resuelto explotar los yacimientos petrolíferos del Yasuní. Esta resolución causó impacto en la opinión pública –entendida como la opinión de los ciudadanos- que se ha manifestado a favor o en contra de la propuesta.
Las redes sociales han sido el vehículo idóneo para incluir fotos de los bosques amazónicos, carteles en contra de la explotación y artículos de opinión, propios y ajenos. Muchas de las personas que escriben contra la explotación petrolera piden una consulta popular. Sin embargo, esas mismas personas descalifican a cualquiera que no pertenezca a su grupo y que trate de defender (¿?) al Yasuní. Encontramos, entonces, frases que dicen: “¿Qué han hecho antes los partidos políticos tales en relación a este problema?” o, “¿Qué cara tiene fulano para salir ahora a la defensa del Yasuní?”.
La pregunta obvia es otra: Si los que proponen la consulta popular, que todos sabemos se gana con votos, empiezan demostrando su rechazo a los demás que están también opinando a favor, por considerarlos advenedizos, ¿cómo piensan conseguir el mayor número de votos para oponerse a la explotación? Tal actitud supone un hara-kiri ecológico.
Por otro lado, hay defensores de la explotación que se basan en criterios previamente establecidos: una confianza ciega en la palabra del Presidente, sin una reflexión personal debidamente fundamentada. De allí han dado solamente un paso para la expresión de ideas insólitas: uno de ellos manifiesta que es una suerte que existan otros planetas no contaminados por el hombre, que serán los depositarios de lo que debe ser el Universo, pues nosotros estamos obligados a explotar el nuestro para bien de los ciudadanos.
Otra personas que manifiestan ideas “progresistas” en sus opiniones en la red, hoy ponen en duda que exista el calentamiento global. Por tanto, dicen que no hay razón alguna para evitar la explotación que habría buscado disminuir las emisiones, pues éstas no causan daño alguno y, si algún efecto producen, la propia Tierra se encarga de resolverlo. Inexplicablemente adhieren a la posición de los grupos más reaccionarios de los países desarrollados por tratar de sostener su apoyo político.
Extrañas actitudes que nos llevan a la pregunta inicial: ¿De quién mismo es el Yasuní? Creí que era de todos.

Publicado el 28 de agosto de 2013

miércoles, 21 de agosto de 2013

Prenda en el bar


Vivir sin dinero es siempre complicado, sobre todo cuando en el colegio empezaba a aparecer aquella necesidad de comer, sin parar, en cada hora del recreo. Es cierto que el papá generoso entregaba a su hijo el fiambre diario que tenía relación directa con el ingreso familiar: cuatro reales, cinco reales, un sucre. Los más aventajados podían contar con dos sucres diarios.

El bar del colegio estaba lleno de alumnos que pedían el bocado más preciado de la mañana: un perro caliente. éste tenía, por supuesto, una salchicha vienesa de muy mala calidad, pero la tenía. ¿Cuál era la siguiente posibilidad, si el fiambre no alcanzaba? Pues, el encebollado: un perro caliente sin salchicha.

El problema se presentaba cuando el fiambre había desaparecido por una escapada al cine, entrando en galería baja porque tampoco había lo suficiente para la luneta.

Ciertos encargados de los bares colegiales mostraban apertura a los estudiantes. La posibilidad de beber una Coca-Cola después del juego de basket del recreo estaba directamente relacionada a la entrega de una prenda en el bar. Pero no todo podía ser prendado: el Álgebra de Baldor si, cuando los exámenes estaban cerca, ya que el alumno se veía en el requerimiento inmediato de pagar sus cuentas para poder estudiar. Un reloj Oris tenía grandes posibilidades de abrir una cuenta más grande. Una chompa menos, sobre todo porque podía ser ajena.

La prenda daba grandes posibilidades para mostrarse generoso con los compañeros, a quienes se invitaba para lograr el ingreso en el equipo del curso, una invitación a la matinée bailable del próximo sábado o, en ciertos casos, evitar que le pegaran muy duro en la próxima clase de Educación Física, donde el profesor escogía a quienes calzaban los guantes sin que sean cotejas.

Ciertos dirigentes de curso tenían la apertura de informar a los estudiantes que las prendas serían puestas a disposición del Rectorado, con las consiguientes sanciones por no haber sido recuperadas a tiempo, recordando a los muchachos que el dueño del bar no era el Monte de Piedad.

Como en todo tiempo y lugar, hubo prendas que jamás se recuperaron, señal cierta que en la vida real habría también, en el futuro,  incumplimiento en la palabra y falta de pago de deudas, pero sucedía poco. Ese pequeño mercado que era el bar fue también parte de la formación personal que hoy se llama, pomposamente, “extracurricular”.

Publicado el 21 de agosto de 2013

miércoles, 14 de agosto de 2013

Ostracismo y fotos en la red


El hombre que no vive en sociedad –entiéndase con los demás- es un dios o una bestia: lo dijo Aristóteles hace 2.350 años. Esta frase, que sirve para fundamentar muchos de los “inventos” humanos, entre ellos el Derecho, es una verdad incontrovertible ratificada día a día.

La soledad supone, en muchos casos, un castigo imposible de aguantar. Los griegos tomaban medidas radicales contra los ciudadanos que habían abusado de su poder: una de ellas suponía el destierro del reo, que debía abandonar la ciudad donde había vivido. La votación para resolver la exclusión se escribía en un pedazo de arcilla que tenía la forma de una concha. De allí, el ostracismo.

Hoy, tal vez con excepciones, todos desean manifestarse vivos dentro de su sociedad. Es ésta probablemente la razón para que se coloquen en las redes sociales las fotos de la existencia cotidiana: el cumpleaños, el paseo a la playa, el hijo que nace y crece, el viaje al exterior. Tal exposición pública supone inclusive un riesgo, pues el individuo queda descubierto por su propia voluntad.

Hay personas que no están en las redes sociales: su inexistencia pública puede suponer una efectiva o supuesta inexistencia física. Sobre todo si son amigos de la infancia o parientes lejanos, que no están en nuestra mente y no los recordamos más. Los romanos determinaban, en los mismos términos que Aristóteles, que “existir” quiere decir “vivir en sociedad” y, “morir”, “dejar de vivir en sociedad”.

Otras personas están en las redes sociales en plan “voyeur”: solamente observan a los demás desde una ventana indiscreta, y jamás se muestran. Están al tanto de lo que sucede, pero no se comprometen.

El tercer grupo da y recibe información: sus “posts”, que no son más que exposiciones, requieren ser vistos y “aceptados” por otros. Un “me gusta” parecería que satisface íntimos deseos de aprobación social y ratifica, al que lo publica, su integración en el grupo social.

Sin embargo, no se deje engañar por la suposición de que las redes se extienden solamente en el ámbito de  la llamada “gente acomodada”: el fenómeno está tan extendido que cualquier joven, de la extracción que fuere, tiene su “libro de rostros”  en el pequeño teléfono celular o en la computadora, que no han sido regalados por papá sino comprados con mucho esfuerzo. Hay una superposición de colectividades que han transformado  el entorno de un complejo mundo.

Publicado el 14 de agosto de 2013

miércoles, 7 de agosto de 2013

Se salieron ...


Un muchacho veinteañero de hoy no entiende qué podía llevar a una pareja a salirse. Esta decisión indudablemente importante, suponía un cambio definitivo para quienes la tomaban: habían resuelto casarse aún a costa del disgusto –o desesperación- de sus padres con un mecanismo que volvía imposible cualquier marcha atrás.

Es que la salida tenía un elemento que rompía el ligero equilibro que vivía la sociedad cuencana: dos jóvenes, bastante jóvenes, habían decidido fugarse de la casa e ir a pasar juntos uno, dos o tres días, incluyendo sus noches, hasta ser encontrados por la parentela que los buscaba. Las amigas de la chica “salida” eran interrogadas exhaustivamente para que dijeran el lugar donde se encontraba la pareja: “Me dijeron que iban a Guayaquil”, y los padres viajaban inmediatamente en el primer vehículo que encontraban, previa llamada a los parientes que supuestamente servirían de apoyo a los novios que habían escapado sin dinero. “Me dijeron que se iban a la hacienda de Nudpud”, y los padres del novio que jamás habían escuchado de la existencia de ese lugar, se veían obligados a treparse en un caballo por muchas horas, hasta encontrar que la noticia era falsa.

Un par de días después los escapados estaban nuevamente en la casa de sus respectivos padres, que se reunían a regañadientes para resolver un pronto matrimonio, cuando se daban cuenta que la “salida” era solamente el capítulo final de una relación que ya traía consecuencias.

Padres hubo que se negaron al matrimonio porque su hija era menor de edad, aún a costa de recibir a un nieto sin papá en la casa. Sin embargo lo usual era que las familias empezaran a conocer a los futuros contrayentes y encontrarles algún punto positivo: “Éste ha sido nieto de fulano de tal...”, “Parece un muchacho racional”, o “La chica es bonita y ha de ser una buena mamá”.

Mientras tanto los novios volvían a poner los pies en la tierra, dándose cuenta que su aventura romántica había traído consecuencias inimaginables e irreversibles... que tampoco provenían del último viaje sino de un amor juvenil y volcánico, iniciado meses atrás e incapaz de ser frenado.

¿Y los chicos de hoy? Se preguntan el por qué de tal extraño comportamiento cuando es más fácil conocerse previamente, en todos los sentidos, sin necesidad de arruinar los estudios, el próximo viaje al exterior, o el trabajo indispensable en un tiempo de crisis. ¿La “salida”? Una locura de sus padres.

Publicado el 7 de agosto de 2013