miércoles, 5 de junio de 2013

Camisetas mojadas


Ha causado impacto en los días anteriores, y a nivel nacional, ver “en directo”, aunque no en vivo, un festival de alumnos entrantes a una universidad guayaquileña que participan en un concurso de camisetas mojadas.

El asunto es que la grabación de este espectáculo estuvo colgado en YouTube y, por supuesto, muchísima gente lo vio. Las redes sociales son, en la actualidad, un vehículo para ver personalmente las cosas que antes solamente se leían o se contaban.

En un escenario donde se toca música de reggaetón, dos chicas son empapadas con cerveza y, más allá de las consabidas y necesarias camisetas blancas que se mojan, estas supuestas estudiantes se dedican a bailar y a deshacerse de sus prendas de vestir.

La cosa no queda allí, pues los organizadores manifiestan que los dos muchachos que también están en el escenario,  son los “encargados” que no se vea más allá de lo previsto... ¡cubriendo el busto de las chicas con sus manos!

La escena indicada se complementa con los comentarios que escribe la gente sobre lo sucedido. Éstos van desde rechazo absoluto hasta el consabido “dejen que la gente haga lo que quiera... al final es dueña de su cuerpo”. Otros, graciosos, piden urgentemente matrícula en este “progresista” centro de educación superior. No falta la dura frase que señala que está bien que estas... compartan sus habilidades con los compañeros.

Por allí hay quien califica de “mojigato” a quien rechaza la escena; otro que argumenta que la “doblemoral” cunde en el país. Un tercero dice que las opiniones vertidas demuestran simplemente la descomposición moral que nos hunde.

Hay un punto que no se ha tocado: el de la dignidad de todo ser humano, incluidas estas chicas que, borrachas o no, dan un espectáculo inesperado en el campus universitario. La vida privada de la gente no puede ser calificada por otro: es un campo vedado que le corresponde simplemente a cada individuo, y en ella existen inclusive camisetas mojadas. Sin embargo, lo que ha sucedido es público y denigra nuevamente a dos mujeres, consideradas objeto de diversión y sobre las que cae actualmente el peso de un rechazo generalizado –pues las burlas también significan eso-.

Más allá de la anécdota, se muestra que cualquiera puede ser objeto del provecho de otros, sea para argumentar a favor o en contra. El individuo se ha olvidado y, como tal, cuenta poco.

Publicado el 5 de junio de 2013

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