miércoles, 15 de mayo de 2013

Dónde comer


Alguna vez una amiga me pidió escribir sobre el “Honey” y lamentablemente no lo puedo hacer porque nunca fui. Puedo escribir, sin embargo, sobre otros lugares de la ciudad que, en un momento, fueron de los pocos restaurantes abiertos al público antes de los actuales patios de comida y el “fastfood”.

Había unos muy famosos, que no han cambiado de lugar y que siguen recibiendo a mucha gente. Posiblemente los que asisten no son los mismos muchachos de los años ochenta sino otros distintos, o los mismos, ya más viejos. Los habitúes del café del portal del Parque Calderón hablaron en ese lugar de lo divino y humano, concibieron revoluciones que quedaron solamente en eso –en ideas- y discutieron sobre poetas y pintores. Y, por supuesto, se enteraron de todo lo que sucedía en la ciudad.

Caminando un par de cuadras estaba el viejo “Rincón Argentino”, con su mezzanine donde los muchachos pedían un hotdog con encebollado suficiente para permanecer toda la tarde, o tomar fuerzas a la salida de una “discoteca” que se escondía entre cortinas negras dentro del pasaje Hortensia Mata. La matinée bailable empezaba a las dos y media, y servía, entre otras cosas, para conseguir los fondos de los paseos de fin de año de las chicas, que esperaban por lo menos llegar hasta Guayaquil.

Muchos enamorados se comprometieron en el restaurante “El Portón” de la esquina de la calle Sucre, frente a la Catedral Nueva, en compañía de una ensalada rusa hecha seguramente con lechugas sin químicos y mayonesa de huevo runa.

En la esquina donde está la Gobernación apareció un día el “Fiesta Foutain Soda” que, con su nombre, demostraba que algo había cambiado. El milkshake o la banana split pasaron a ser parte de una carta en que relucían platos en idioma extranjero sin traducción que pudiera guiar al comensal.

Pasó por Cuenca un español y abrió “Las Rejas”: la paella, la tortilla española y los callos a la madrileña se hicieron presentes en la calle Luis Cordero, con el correspondiente réclame social que suponía la visita a este restaurante.

Los sánduches de pernil de la calle Bolívar hace tiempo que disminuyeron su tamaño; la leyenda dice que, alguna vez, se encargaron desde Guayaquil para alguna reunión de directorio de una importante compañía, incluyendo el ají que nadie ha igualado. La refrigeradora blanca, la chica del aviso de los cigarrillos y la foto del Deportivo Cuenca de 1971, eran parte del entorno.

¿Recordarán escenas parecidas los veinteañeros de hoy?

Publicado el 15 de mayo de 2013

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