miércoles, 28 de noviembre de 2012

Accidentes previsibles


Una madre va a contestar el teléfono mientras baña a su hijo pequeño en una tina. Cuando vuelve a los tres minutos, ha sucedido lo peor. La vida es muy frágil y, por ello, hay que cuidarla y cuidar la de los demás, sobre todo si éstos son niños o adultos mayores.

Las grandes organizaciones mundiales de salud, entre ellas la OMS, han puesto una especial atención en los accidentes que suceden en el hogar. La conclusión es que pueden evitarse en un gran porcentaje, casi en su totalidad, si se pone un poco de atención a los posibles riesgos.

Los países llevan una relación de los accidentes sucedidos en público: de tránsito, incendios, terremotos, inundaciones. Es muy difícil, por otra parte, conocer cuantos se producen en el interior del hogar y por ello, no hay tampoco una campaña pública de concientización. Sin embargo los estudios indican que, a nivel mundial,  el 33 por ciento de los accidentes fatales ocurren en la casa. En la Argentina los accidentes domésticos son la segunda causa de las muertes infantiles. En el Reino Unido hay 4.000 muertos al año por esta razón.

Los riesgos mayores son las quemaduras, sobre todo en la cocina y con agua hirviendo, los atragantamientos, la electrocución por conexiones eléctricas desprotegidas, los golpes con objetos elevados,  las intoxicaciones y las caídas de las escaleras y las ventanas.
Los riesgos se incrementan enormemente cuando los niños quedan al cuidado de sus hermanitos menores, tanto si tienen menos de 12 años como los adolescentes, o si los cuidadores son ancianos que, muchas veces, no pueden ya valerse ni siquiera por si mismos.

Nuestro país ha iniciado campañas loables para frenar accidentes en las carreteras. También lo ha hecho para tratar de controlar la venta de drogas en los colegios, y el consumo de alcohol entre niños y adolescentes. Falta, sin embargo, una campaña que ayude a evitar las muertes en los hogares por falta de cuidado, abandono de los menores o por la existencia de riesgos que se pueden controlar.

Nadie recibe una lección previa para ser padre o madre; ni siquiera se aprende de los errores ajenos, pero una demostración del número de muertes, incapacidades físicas, daños en los rostros y en el cuerpo de los niños pequeños, roturas de brazos o piernas que pueden evitarse, tal vez podría llevar a una conciencia pública que los evite.

Los accidentes en el hogar no solamente provocan una víctima: la familia completa queda afectada y muchas veces destrozada.  Iniciemos una campaña para proteger a los más débiles dentro de nuestras propias casas.

Publicado el 28 de noviembre de 2012

miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿Será cierto?


Muchachos que llaman por las redes sociales a fiestas en que, por un dólar “tienes derecho a hacerte funda”. Fotografías y noticias en la prensa sobre un chico de ocho años, que lleva en su mochila  escolar un paquete –grueso- de mariguana.

Colegios que encuentran dificultades para controlar el uso de la violencia entre compañeros, víctimas de actos repudiables que son siempre los más pequeños, los menores, los más pobres, los que no saben o pueden defenderse.

Chicas menores de edad, casi niñas, que van a fiestas a las que entran los que quieren, y que se ven forzadas en “media hora de apagada de la luz”, a que suceda cualquier cosa.

Imaginar que es cierto todo lo que nos cuentan produce un natural rechazo y hasta náusea.

¿Es verdad todo lo que está pasando? ¿Son solamente leyendas urbanas, manejadas por quienes no tienen mayor ocupación que acabar con la honra ajena, incluyendo la de nuestra ciudad?

Las noticias que espantan a diario merecen una reflexión, que debe ir más allá de la superficie para descubrir sus causas más profundas.

Ya “Selecciones”, esa enciclopedia de lo banal, publicó hace muchos años un artículo titulado “Hasta los mejores padres pueden tener hijos difíciles”. Definía los riesgos de una sociedad abierta, generalizada en todo Occidente, lo que nos  incluye pues somos parte de esta zona del planeta, sin que la publicación proponga soluciones reales.

Los padres se encuentran hoy  afectados ante una grave discrepancia: muchos de los que tienen hijos adolescentes, esto es entre 13 y 17 años, recibieron una educación abierta, de respeto a las ideas contrarias y, tal vez por ello, de concesiones ante propuestas que, si bien no aceptan para si mismos, las consideran válidas para otros. Ese respeto se ha trasladado también hacia los hijos que ya no están sujetos a la disciplina de la casa, con la estrictez que sufrieron las generaciones anteriores.

Los padres no quieren pasar por personas intransigentes o retrogradas, y eso incluye la actitud ante los hijos. Por otro lado, el ejemplo, que no viene solamente de la familia, lleva a que todo lo que aparece en nuestro planeta se suponga aceptable. Hasta los términos definen la vía: en sus conceptos, éste es “progresista”, aquél, “reaccionario”.

Nuestros jóvenes requieren una posición que, aunque pueda ser duro decirlo, deba salvarles a veces de ellos mismos. ¿Cuál es el camino?

Publicado el 21 de noviembre de 2012

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Lecturas de barrio


En el barrio, sea cual haya sido, había un lugar especial: un sitio poco limpio, pues sus paredes olían a humo y quien sabe a que otras cosas. A veces estaba inclusive dentro de una zapatería, como aquél de la calle Tarqui, entre Bolívar y Gran Colombia. Era el lugar en donde se alquilaban revistas.

A la salida de la escuela era imperativo pasar por el lugar y convencer al dueño que las alquilara para leerlas en la casa. Si esto no era posible, había que acomodarse en unos incómodos bancos de madera, arrimados a la pared que dejaba huellas blancas en la espalda, y elevarse hacia mundos mágicos.

La mezcla de personajes era increíble: Mari Juana -extraño nombre- la niña amiga de un ratón que se llamaba Sifo; el Pato Donald, sus sobrinos y el Tío Rico; Tuco y Tico, las urracas parlanchinas; el ratón Mickey, cuando se llamaba así y no Mickey Mouse; otro roedor invencible: el Super Ratón; Periquita; la Pequeña Lulú, en su pelea permanente –actualmente “de género”- para entrar en el Club de Toby que, como todos sabíamos, era un gordo insoportable, tonto y machista.

Después estaban los superhéroes, hoy reciclados en películas que pasan sin dejar huella como los de las revistas: Linterna Verde; Supermán; Batman y su pupilo Robin; el malvado Lex Luthor; y un personaje de una de las revistas del Hombre de Acero, con un nombre impronunciable, algo así como Mxsxpltxz, pero más largo, sin una sola vocal que pudiera ayudar a nombrarlo.

El zapatero convertido en librero recibía a una caterva de niños –nunca vi una chica en un lugar así- cobrándoles cantidades que suponían la mitad del fiambre diario. En ciertos casos el reclamo era necesario: ¿dónde estaba la página final de la historia? Las revistas se mantenían pegadas gracias al engrudo que utilizaba tanto para su trabajo cotidiano como para pegar las páginas desarmadas por el trajín de la lectura.
Los más viejos del barrio como aquél vecino del frente, perdedor de año recalcitrante, tenía en su “biblioteca” otra clase de revistas, duras, con imágenes que no eran las azucaradas de Disney: Chanoc, Rolando el Rabioso o Memín Pingüín. La peor de todas era Hermelinda Linda, una bruja horrenda con un ojo velado que aparece todavía en alguna pesadilla.

Amigos más intelectuales pedían otra clase de obras, algunas de vaqueros e inclusive don Marcial Lafuente, el mismo del “Romance de Curro el Palmo” de Serrat, que lo leía “por no ir tras su paso como un penitente”.

Muchos no habrán vuelto a abrir un libro desde esa época; otros recordarán que esas lecturas llevaron a devorarlos. Pero el origen está allí, en el barrio.

Publicado el 14 de noviembre de 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Réquiem por Leonardo Favio


La primera vez que le escuchamos, allá por los años sesenta, nos llamó fuertemente la atención  la profundidad de su voz. Y no sólo eso: también lo que decían sus canciones, en un momento en que tampoco se hablaba de “esas” cosas. Pues decir “quiero aprender de memoria/con mi boca tu cuerpo/muchacha de abril...” era realmente revolucionario.

Los sentimientos que vivían en la profundidad de nuestra alma venían dichos de manera directa, de viva voz, rotundamente, rompiendo la timidez de los 16 años...en voz de otro que nos representaba.

No era un “cantante”, era un “cantor” que transformaba, con su extraña forma de decir, cada palabra, cada sensación, cada sentimiento, en algo auténtico y sentido.

En cada grupo, en cada “jorga”, siempre hubo alguien que tenía el último disco, que repetía la última estrofa. Eran afortunados los amigos que contaban con algún compañero que no solamente conocía las canciones, sino que sabía cómo cantarlas para que sonaran como auténticas, para que llevaran a la unión de los demás en el círculo de la fogata, para repetir cada una de esas palabras, dulces, dolorosas y mágicas, como en una catarsis.

A veces, el amigo que había traído la canción al grupo, era el primero en irse para no volver nunca más, dejando aún más claro que “para saber lo que es la soledad/tendrás que ver que a tu lado no está/que nunca más con él podrás charlar/sobre lo que es el bien/sobre lo que es el mal.”

Bailar una de sus canciones con la enamorada, con la novia, tenía un sabor de complicidad porque la música, suave a veces, de vals a veces, traía impresa una letra imposible, como pensar en “su cintura como la playa ideal”, más allá de los horizontes que nunca te dio.

El cantor era más viejo que todos nosotros, no solamente porque tenía más años sino porque tenía más experiencias, que transmitía, caudalosas, definiendo situaciones cotidianas con ese toque del ángel y una voz rasgada. Todavía hoy, una lágrima secreta es capaz de brotar al escuchar “la foto de carnet”: Y cuando llegue al fin 
el muchachito aquel 
que te ha de enamorar/ 
y se enojará al ver 
que conservas de mi 
la foto de carnet/ 
bésale y dile que 
fui solo una ilusión/
tan solo una ilusión 
y nada más./

Hoy hemos amanecido tristes: Favio no está más con nosotros. ¿Seremos todos tan sólo una ilusión?

Publicado el  7 de noviembre de 2012