miércoles, 29 de agosto de 2012

Redención humana


Dando tumbos, una y otra vez, el gigante llegó a las playas y se varó. Sus ojos inteligentes miraron con temor como el agua se retiraba, dejando que la arena se secara sobre el cuerpo. Vio venir a criaturas extrañas, que se movían sobre la playa y que, por su tamaño, no pudieron inicialmente hacer demasiado para lanzarle nuevamente al mar.

Luego vinieron otros más, que hicieron enormes esfuerzos, inclusive utilizando extrañas “cosas” para levantarlo de la arena y volver a colocarlo en el agua. Y así, una y otra vez pues, pese a su tamaño, se sentía débil y cansado. Al fin de cuentas, era casi un recién nacido pues su madre lo alumbró, como mamífero que era, solamente hace dos meses, y en las aguas del océano le alimentó con su leche caliente.
Sin saber cómo, se perdió y, sin entenderlo, se encontró fuera del agua que pudiera cobijarlo. La manada viajaba ya hacia aguas más frías, volviendo de su largo trayecto por las corrientes para que nacieran las crías nuevas.

Las criaturas, a las que no había visto jamás, hicieron un esfuerzo final y pudieron volver a ponerla en el agua. Sintió que la vida volvía a su enorme cuerpo. Dio un coletazo y se alejó a mar abierto.

Las ballenas reflejan para muchos lo mejor que puede encontrarse en nuestro mundo: son gigantes pacíficos, que no usan su fuerza para ninguna forma de violencia; son afectuosos con sus crías, a quienes guían hasta que pueden valerse por si mismas. Conmueve oir sus profundos y guturales sonidos en la profundidad del océano, que han llevado a que la ciencia establezca que son seres que se comunican entre sí, con sonidos que jamás comprenderemos ni podremos reproducir en ningún idioma humano. ¡Y está comprobado que piensan!
Sin embargo, en algún momento aciago de su vida, tal vez estarán sujetas a vararse en una playa desconocida o a encontrar la aguda punta del arpón, que las destrozará por dentro.

Los hombres que ayudaron a ponerla en el mar volvieron cansados a sus humildes casas en las costas de Manabí, luego de una lucha titánica de más de 20 horas. La satisfacción que sentían no la tienen siempre y, más aún, cuando deben también luchar contra el mar para conseguir su alimento del día.

Puede medirse la calidad de una persona cuando hace algo por alguien a quien no necesitará jamás. Si lo hace por un ballenato -un ser que ni siquiera es de su especie-  sin esperar recompensa alguna, ese hombre, en su momento, ha redimido la maldad y el odio que pululan en la especie humana por toda la tierra. Podemos considerar, entonces, que no todo está perdido.

Publicado el 29 de agosto de 2012

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