miércoles, 1 de febrero de 2012

Campo de aviación


La historia de la aviación de Cuenca ha estado llena de aventuras, logros y tragedias. Desde el cruce de los Andes por el piloto italiano Elia Liut en su avión Telégrafo I hasta el accidente mortal de Andesa en El Ejido, lugar donde actualmente se encuentra un centro comercial, los cuencanos han utilizado “los caminos del aire” para relacionarse con el mundo exterior.

El pequeño campo de aviación Mariscal La Mar ha sido el lugar desde donde han partido cientos de personas. Aviar a los pasajeros tenía no solamente un sabor sino también un olor especial, pues la vieja casa de la terminal contaba con un patio rodeado de cipreses en donde padres, hermanos e hijos se reunían postreramente con el viajero antes que éste, al llamado de embarque, abriera una portezuela y literalmente trepara al Douglas DC-3 que esperaba a pocos metros de distancia.

Momento crucial para los que esperaban el regreso de un ser querido era aquél en que, el de mejor visión, lograba ver el pequeño punto sobre el cielo de Ricaurte o en las estribaciones de las montañas, acercándose hacia el campo de aterrizaje. Suponía por un lado la emoción de una espera que por fin concluía y, por otro, el desenlace positivo del riesgo que significa volar. Varios –muchos- minutos más y el aeroplano habría tomado pista y estaría carreteando hacia la terminal.

Hubo un tiempo en que Cuenca parecía haber recibido una maldición y sus aviones se perdían dejando una estela de dolor e inquietud, pues no hay peso más grande en el corazón que aquel que sufren los que no pueden recuperar a sus muertos. Otros aviones se accidentaron cerca de la ciudad, marcándola para siempre.

Han cambiado las cosas y el aeropuerto –que ya no campo de aviación- recibe un tránsito diario de pasajeros ligeramente disminuido por el incremento de los costos de los combustibles. El viajante que sale de la ciudad ingresa en una sala aséptica en que se reúne con otros como él. Con la excepción de los campesinos que se despiden del hijo que viaja a lugares con extraños nombres, hoy tan conocidos como New Jersey o Queens, los demás llegan en un taxi anónimo sin compañía alguna. Ni siquiera en el social de los periódicos se ve la noticia de “Viajó a la capital por vía aérea el señor N”

El mundo es hoy una aldea global y el cuencano sigue el camino que trazaron sus antepasados: viajero que fija su mirada en lugares insospechados del mundo, en algún momento retorna para encontrarse con el recuerdo del ciprés en lo profundo de su memoria.

Publicado el 1 de febrero de 2012

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