miércoles, 21 de septiembre de 2011

La tarabita del Tomebamba


Sobre el río Tomebamba, en el pequeño valle de Monay, hay una tarabita. Se encuentra colgada en medio del río, sin uso alguno.

Pasaron los días en que la gente del lugar la utilizaba para pasar de un lado al otro del río, evitando una larga vuelta que significaba llegar a los puentes que se encontraban ya en la ciudad. El más cercano, aunque más bien nuevo, era el del Vergel, pero estaba a varios kilómetros de distancia.

Pero la tarabita, que servía de vehículo para evitar el cruce del caudal, sufría una transformación cuando sus ocupantes eran los muchachos de las quintas que se encontraban de vacaciones. Se convertía, entonces, en una nave maravillosa que permitía la aventura de elevarse sobre la correntada y poder ver, desde el medio del río, las dos puntas del bramante río.

La nave inquieta se balanceaba en el cable y sus ocupantes esperaban que éste resistiera ante el tirón del forzudo campesino encargado de  llevar – y, sobre todo, traer a salvo - a los chicos que se atrevían al paseo.

No se hablaba ni se sabía aún de la descarga de adrenalina que producía el viaje, pero la huella que dejaba en el espíritu de quien se atrevía a cruzar era indeleble. Incluso podía hablarse de una hermandad de quienes habían corrido el riesgo y los más chicos, que no tenían ni la edad ni las agallas para embarcarse eran, por supuesto, mirados de hombros abajo.

Este simple aparejo ha sido reemplazado hoy, por los jóvenes que buscan aventura, con diversiones más sofisticadas: el viaje hacia el Norte permite la aventura de la montaña rusa, construcción de acero y plástico con nombres rimbombantes, que pone a prueba los nervios del más plantado.

Pero la vieja tarabita es más que un armatoste colgado en medio del Tomebamba: es el cajón de madera que permitió que el espíritu de un niño descubra emociones que después le mostró la vida en toda su amplitud: el miedo,  el riesgo, el reto, la voluntad, el triunfo. A veces éste no llegaba, y no faltó la tragedia que también es parte de la vida.

La caer de la tarde la tarabita volvía a su inmovilidad, rota por la brisa que balanceaba el cajón cuando todos se habían ido.

Dudo que la montaña rusa pueda formar el carácter de un niño, como lo hacía la tarabita del río Tomebamba.

Publicado el 21 de septiembre de 2011

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