miércoles, 25 de diciembre de 2013

Hoy es Navidad

Hoy es Navidad. Es cierto que no somos los mismos que corrían tras un aro, calle abajo, ni que esperaban, viendo entre las rendijas de la puerta, la brillante bicicleta Atu, con el lacito puesto en el timón.

No somos los mismos que cabeceaban en la Misa del Gallo en la vieja capilla del colegio de los Sagrados Corazones, derruida hace años como una afrenta a nuestros bienes patrimoniales.

No somos los mismos que escuchábamos las noticias internacionales en la radio, esas que hoy nos golpean de frente al mostrarnos los niños muertos en Siria en plena Navidad. (¿Quién puede ser el asesino que ordena el bombardeo de una escuela, desde helicópteros?)

No somos los mismos que cantábamos “Ya viene el Niñito”, acompañados del melodio de Rafael Carpio Abad (si, el autor de la “Chola Cuencana”), y jamás habíamos visto un reno de nariz roja. Cuando los juguetes, que no eran muchos, pero sí preciosos, anhelados, visitados cada día en la vidriera del almacén hasta el día en que no estaban más, y no sabíamos si se encontraban envueltos para nosotros, u otro se los había llevado. 

Los días en que esos juguetes venían con el Niño Dios o con los Reyes Magos y, de ninguna manera con Santa Claus, que no nos pertenecía, y menos para tratarlo solamente de “Santa”, en una aplicación lingüística inexplicable para un barbudo de rojo. 

No somos los mismos porque ya no podemos abrazar a algunos de los amigos más queridos que se han ido para siempre, ni bromear con ellos, ni compartir la felicidad de reunirnos.

Ni podemos oler ahora el musgo delicado, ni tocar suavemente el salvaje que cuelga del arbolito en el Nacimiento, ni derramar lentamente el incienso en el brasero.

Pero podemos ser los mismos si no perdemos de vista el significado de la llegada del Niño Dios: cuando ceñimos al nieto que espera la caricia del abuelo aunque sea rehuyendo del abrazo de oso; cuando saludamos amablemente y no con un gruñido; cuando el abrazo es, en efecto, fuerte y sincero. Cuando las lágrimas, alegres o tristes, son de verdad y no de telenovela.

Bajemos las revoluciones que nos mueven cada día.  Detengámonos: hoy es Navidad. 

Publicado el 25 de diciembre de 2013

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Piano y papas fritas

El pianista se sienta en la banqueta. Además de ser famoso y de venir precedido por un cartel muy importante, da espectáculo. Viste –no puede ser de otra manera- un frac, cuya cola cae por detrás, mientras mueve el cuello y las manos preparando su interpretación.

Por su parte la directora de la Institución invitante acaba de pedir al distinguido público que apague sus teléfonos celulares. Se hace silencio. En el momento que el músico pone sus dedos sobre el piano, suena el timbre de un celular: es un sonido agresivo, de esos que seguramente su propietario usa para despertar en la mañana de un sueño muy pesado. Ni siquiera es un ring-ring tradicional pues la campanilla electrónica, ante la mirada atónita del pianista, ha tocado un reggaetón.

Piensan todos: ¿el dueño del teléfono va a contestar? Ventajosamente no lo hace sino que apaga, por fin, el timbre.

El pianista empieza; la puerta del local donde se lleva a cabo la interpretación se abre para que ingresen unos aficionados atrasados. No son pocos los que llegan tarde pues la puerta se abre varias veces, inclusive cuando faltan pocos minutos para que termine el concierto. Los que entran la dejan de par en par y el viento de las frías calles de Cuenca se cuela rápidamente, mientras afuera se escucha el ruido del agua de las mangueras que lavan la calzada.

Más que los que entran son los que salen: posiblemente han sido obligados a venir, no les interesa la música clásica y no encuentran gracia en ese señor que no aporrea el piano, sino que mueve sus dedos en un torrente de notas.

Lo que faltaba: llega un joven con peinado rasta, que parece que ha perdido el rumbo. Trae entre sus manos una gran bolsa de papas fritas que traga con deleite, produciendo un ruido atronador en el silencio –aunque sea momentáneo- del local. Escucha durante algunos minutos y después se despide a grandes voces de los asistentes. Sale, dejando la puerta abierta.

El teatro está lleno, pero de extranjeros, pues los asistentes locales son pocos pese a la calidad del espectáculo.  Los que fueron manifiestan que, con ruido, movimiento y celulares, el concierto fue de primera. ¿Están dispuestos a volver a otra presentación? Lo van a pensar.

¡Cuidado con nuestro Patrimonio Cultural de la Humanidad! 

Publicado el 18 de diciembre de 2013

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Lennon a los 33 años

Imagínate en el río, en un bote/con árboles de mandarina y cielos de mermelada/Alguien te llama/ Contestas suavemente/ a la niña con ojos de caleidoscopio”. La voz de John Lennon va recitando los versos de Lucy en el Cielo con Diamantes, obra maestra del disco más famoso del rock: la Banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta.

La canción muestra la psicodelia en estado puro, nacida de la experimentación de los Beatles que incluyó –ya es historia- el ácido lisérgico.
Hay cuatro años de diferencia entre “Quiero tomar tu mano” y “Lucy”, pero parece que han pasado décadas. Lennon y sus compañeros no se paralizaron en el tiempo ni se repitieron, aún a riesgo de perder oyentes. Y eso les volvió más grandes.

El Álbum Blanco, que vino después, fue un cóctel enorme de experimentación: música folk, nacida de escuchar a Donovan –pues los Beatles también escucharon al resto-, un clavicordio en “Cerditos”, la base del heavy-metal en “Helter Stelker”, un piano sincopado en “Martha, mi amor”, el tigre de “Bungalow Bill”, el mundo que gira para la tan querida Prudencia. Después la simplificación, la vuelta a los orígenes, mientras tocan en el techo de Apple, paralizando el tráfico, removiendo piezas de hace ocho años y nunca incluidas en discos o conciertos.

La ruptura: para Lennon la caída casi sin retorno, el vacío, la lucha por quedarse en Estados Unidos pese a la persecución del FBI, el desafío al mundo por casarse con una asiática sin gracia para los ojos de Occidente (quisiera ver si un poperito de hoy tendría las mismas agallas), los discos que casi nadie oye, aquellos que recuperan la memoria de las figuras malditas: Angela Davis, los separatistas irlandeses contra el Imperio Británico, los presos de la cárcel de Attica. Los años en el Edificio Dakota –si, el mismo de la “Semilla del Diablo” de Mia Farrow- mientras “Imagina” se vuelve un himno pacifista.

Lennon desea empezar otra vez y lee, escribe, toca, encerrado en su  casa, mientras espera que la inspiración, esa mujer coqueta e inconstante, vuelva a acostarse en su cama. Un día la encuentra y vuelve a la Plantación de Recuerdos, que eso es Plant Records, pero con nuevas propuestas: ha visto mucho tiempo girar las ruedas, mientras no hacía más que aguantar. Los dos vírgenes se vuelven una Doble Fantasía, pero nadie, ni él mismo, contaba con los disparos del 8 de diciembre. Lennon está muerto. Han pasado 33 años. 

Publicado el 11 de diciembre de 2013

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Hoy no fío ...

La tienda de la esquina tenía un letrero ininteligible: “Hoy no fío, mañana sí”.  ¿Qué quería decir?

Lo cierto es que el lugar estaba lleno de posibilidades si el fiambre alcanzaba: desde figuritas de soldados de plástico, que podrían formar un batallón, unos vestidos de azul y otros de gris (claro, eran de la Guerra de Secesión, totalmente desconocida en las clases de historia de la escuela) hasta guineos helados, que necesitaban una fuerte dentadura aunque el dolor en la frente podía ser inmediato.

La tienda era el lugar para comprar café soluble, sal de frutas para los dolores de barriga, un poco de azúcar para el café con pan con nata de las cuatro de la tarde. Y lo mejor es que estaba aquí mismo, en la equina, a media cuadra aunque la casa paterna estuviera en la mitad de la calle.

Nada de viajes en automóvil hasta el supermercado, ni colas para pagar. Las palabras “dé cobrando, vecina”, resolvían el asunto y era maravilloso ver cómo elaboraba las cuentas de memoria, sumando sucres y centavos en la mente. Sólo después pudimos darnos cuenta que, a veces, las cuentas salían más altas cuando en la casa había que entregar el vuelto.

No todas las tenderas tenían la habilidad de sumar de esta manera: era más práctico arrancar un trozo de papel de empaque del rollo colgado en el mostrador, o tomar un pedazo que igual podía usarse de servilleta para el pan con “mostadela”. El lápiz bajaba de la oreja y, con una lamida en la punta, las cuentas empezaban a desgranarse a lo largo de la hoja de papel de estraza.

Antes que corriera la conciencia del ahorro de las bolsas de papel, la tendera ponía todas las compras en la canasta que venía desde la casa, arreglando los productos de tal manera que los tomates no sufrieran con el peso de la botella de cerveza.

La real dimensión del letrerito colgado en la pared, entre la foto de una chica fumando Chester y una visión idealizada de Cuenca desde el aire e impresa en el Cuarto Centenario de la Fundación, llegaba cuando el comprador pronunciaba las fatídicas palabras: “Mamá dice si puede dar apuntando las compras”. Entonces la tendera se volteaba y con un dedo señalaba: “Hoy no fío...”

Todo quedaba al descubierto;  la vuelta a casa era la del perro con el rabo entre las piernas, con la canasta vacía y la necesidad de explicar que tal vez mañana sí podrían fiar en la tienda. 

Publicado el  4 de diciembre de 2013