miércoles, 31 de octubre de 2012

Profesionales y "mandarinas"


¿Sabe usted que son más mujeres que hombres las que siguen la carrera de derecho?

El estudio de las cifras relacionadas con los estudiantes secundarios y universitarios muestra un importante avance de las mujeres, pero su porcentaje no llega a igualar al de los hombres. Una excepción importante demuestra que el número de maestras de niveles primario y secundario en el país es, de largo, superior al de los hombres.

Si revisamos la información universitaria que premia a los mejores egresados de todas las carreras, volveremos a encontrarnos que un gran número de condecorados son mujeres.

Esta realidad debe contrastarse con otra, que lleva a preguntar si la estudiante que ha concluido su educación formal universitaria tendrá la misma posibilidad de trabajo y éxito que un varón. En pocas palabras, si el ciudadano común confiará en un profesional, sea éste hombre u mujer, por su capacidad y preparación, o se presentará el sesgo del sexo para elegir quien construirá una casa, defenderá un juicio o reparará un motor.

¿Por qué encontramos, entonces,  que en los puestos más importantes de los sectores público y privado hay más hombres que mujeres?
La mujer, en el momento de despegue profesional toma también una de las decisiones más trascendentales de la vida: tener un hijo y muchas de ellas se ven obligadas a postergar sus posibilidades de trabajo por esta circunstancia.

El machismo imperante en la sociedad todavía considera que la mujer triunfadora,  supone implícitamente un elemento de desajuste en el matrimonio, donde el hombre es el proveedor y la mujer la administradora del hogar. El común epíteto de “mandarina” puede llegar a ser una broma, pero una broma pesada para muchos.

 No hay muchos varones que admitan que su mujer tenga más éxito profesional, lo que se resuelve de una manera simple y primitiva: mediante la violencia intrafamiliar.

La formación de una cultura de respeto, de mediación y no de fuerza, podrá ayudar a que desaparezcan las diferencias en forma más decisiva que los puntos extras que puedan ganar las mujeres en un concurso que, muchas veces por su capacidad, ni siquiera necesitan.

Publicado el 31 de octubre de 2012

miércoles, 24 de octubre de 2012

La imagen


Una vez que se han producido los debates entre el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y el candidato republicano Mitt Romney, que busca ganarle en las próximas elecciones, hemos vuelto a encontrar interpretaciones nacidas de expertos –o supuestos expertos- que nos dicen por qué la gente escogerá a uno y no a otro.

Pensaríamos que los pobladores no cubiertos por los sistemas de salud consideran que el programa Medicare de Obama les es favorable; podríamos entender que hay mucha gente que considera que el republicano tiene más posibilidades de triunfar porque ha explicado convincentemente cómo creará más empleos.
¡Pues no!

En las grandes cadenas encontramos reflexiones de sesudos comentaristas que evidencian la realidad de la campaña en los medios: si la corbata de Obama fue más elegante que la de Romney;  que si el presidente apareció cabizbajo porque sus asesores le habían insinuado –o constaba en el libreto- que debía demostrar humildad, una virtud que no todos los poderosos tienen.

Más aún, en el debate entre Biden y Ryan, candidatos a vicepresidente, la gente se fijó en que el primero parecía muy viejo y el segundo, con una voz más bien tiple, demostró el ímpetu de la juventud. ¿Que qué dijeron? Parece que importa poco. La prueba está en que Ryan presentó una serie de argumentos para manifestar que Irán hoy podría fabricar cinco bombas atómicas por la falta de brío del actual Gobierno. Biden se rió en la cara de Ryan, como una señal que éste decía simples patrañas, refutándolo de inmediato.

El televidente no consideró el argumento: simplemente no le gustó que Biden se ría de Ryan. No importó mucho si tuvo razón de reírse de su contrincante porque hablaba... (ponga usted la palabra)

Los debates, en el fondo, se han convertido en un juego de imágenes y no de contenidos. En los tiempos de la televisión, un candidato que no llene ciertos requisitos mínimos jamás llegará a ser elegido, ni aquí ni en parte alguna del mundo. Umberto Eco, buscando los signos, escribió ya la “Historia de la Belleza”, como una obra incompleta que cuadró con la “Historia de la Fealdad”. Esto, completado conque “el medio es el mensaje”, nos hace entender que el candidato que refleje lo que la gente espera ver es el que llegará lejos, aunque en el fondo nadie haya entendido lo que dijo.

Publicado el 24 de octubre de 2012

miércoles, 17 de octubre de 2012

El chuqui


En cada escuela y colegio había un “chuqui”: el más pequeño, el más gordo, el campesino, el niñito de mamá, el feo, el orejón. Los demás compañeros –talvez no todos- se ensañaban con él, golpéandolo, poniéndole apodos o simplemente ignorándolo.

Algunos profesores fomentaban esta práctica: recuerdo al que tenía a cargo la materia de Educación Física, que gozaba calzando los guantes  de boxeo al gordito de la clase para ponerle frente al más peleador.  Las “bautizadas” eran también parte de esta experiencia terrible, que producía miedo, angustia, terror... y ganas de escapar para no volver nunca al lugar de la tortura.

La sociedad reproduce estas desviaciones y define quien será el “chuqui” en cualquiera de los ambientes de la vida comunitaria. Los efectos son sicológicamente devastadores y producen una desviación que puede llevar al suicidio o, a su vez, que el abusado sea un abusador en potencia.

La mente humana lleva a que se reproduzcan, en los otros, las acciones más repudiables que ha sufrido el individuo. Es incomprensible, pero sucede, que el niño que ha sufrido golpes de sus padres se convierta luego en un padre violento, y el que vio que su padre bebía y golpeaba a su madre, se transforme después en un marido golpeador.

Nuevos programas buscan terminar con esta lacra social. Como sucede con tantas otras cosas, el nombre extranjero del abuso –el “bullying”- ha llevado nuevamente a la reflexión de los maestros, las instituciones educativas y los mismos padres de familia sobre la clase de jóvenes que se forman en una sociedad violenta.

El “bully” o bravucón, es como el toro que aprovecha de su tamaño corporal o de su fiereza para atacar a los más pequeños o débiles.
Sin embargo, no solamente el abusado tiene posteriormente problemas enormes: también los tiene el abusador, que crecerá lleno de disfuncionalidades que le impedirán relacionarse positivamente con los demás en el futuro.

Los programas que llevan adelante las instituciones educativas más conscientes merecen, por ello, todo el apoyo. Un cambio de estructuras enraizadas en lo profundo, como el de esta práctica repudiable, es efectivamente revolucionario. Podemos apoyarlo con nuestro propio ejemplo que llevará, sin duda, a que nuestra sociedad sea mejor.

Publicado el 17 de octubre de 2012

miércoles, 10 de octubre de 2012

La muñequera de Ben-Hur


En los recovecos de la infancia, antes de que la televisión pasara películas a todas las horas, los filmes eran parte importante de la formación del carácter de los niños y los jóvenes.

Ir al “teatro”, pues no se llamaba “cine”, era cosa que llenaba de emoción. Después, el chico quería parecerse al héroe de la película y, más aún, si éste era Ben-Hur. La imagen de la carrera de las cuadrigas en el circo romano, los caballos casi desbocados, el punzón de las ruedas del malvado Messala tratando de destruir a sus rivales, y el triunfo del “jovencito de la película” eran algo nunca visto y que se mantenía persistentemente en la mente juvenil.

De allí había un paso a la necesidad imperiosa de conseguir, como fuera, una muñequera de ésas que llevaba Charlton Heston en la película, y que le daban fortaleza y presencia, en suma, le convertían en el héroe.

¿En donde vendían muñequeras romanas? Indudablemente el bazar del barrio era el lugar donde podía comprarse de todo. Bastaban los fiambres ahorrados en días de abstinencia escolar: nada de “bolos” ni de espumilla de guayaba con grajeas, tampoco un raspado de hielo pintado de rojo o de verde. Todo el dinero, cuatro reales, un cinqueño, estaban destinados a la compra de la preciada muñequera.

El bazar tenía de todo: figuritas de cerámica para poner en el mueble de la subida de las gradas, láminas para los trabajos de la escuela, un afiche del Corazón de Jesús, unas pelotas de supuesta voligoma, que saltaban a gran altura, juegos de tres en raya, paquetes de naipes. Entre todas estas cosas, también algo que podía pasar por una muñequera de plástico blanco, con una gran piedra en medio y un cierre para ajustarla. Allí estaba y había que comprarla urgentemente. ¡De qué otra forma podía sostenerse las riendas de los caballos encabritados que tiraban de las cuadrigas por el patio de la escuela!

Un niño no tiene todos los elementos para saber de muñequeras romanas. La comprada con tanto esfuerzo no se cerraba bien y giraba en el brazo sin que ajustara, de forma alguna, los desconocidos músculos flexores y extensores de la mano.

El asunto terminó cuando un amigote mayor de edad, con una gran risotada desnudó la realidad de la muñequera al preguntar, burlón, a qué niña pertenecía. El sueño de Ben-Hur cayó al vacío: el siguiente paso fue destruir de inmediato la malhadada compra.
Ben-Hur hoy no es ni la sombra de lo que fue, pero el recuerdo de su muñequera aún perdura.

Publicado el 10 de octubre de 2012

miércoles, 3 de octubre de 2012

Extraño destino


El tiempo del “boom” en la literatura ha pasado. Nadie escribe hoy sobre mariposas amarillas o cuando su padre le llevó a conocer el hielo. Sin embargo nuestras ciudades están llenas de historias que parecen brotar de las mentes calenturientas de los escritores más fantasiosos del Sur.
Hay en Cuenca una farmacia conocida públicamente como “la botica del doctor Sojos”. Se encuentra en la calle Bolívar, en una casa patrimonial exquisita que podríamos volver a ver si levantáramos la vista de la acera por la que transitamos.

Esta botica tiene puertas de madera y, en ella, se prepara la famosa “soda”, buena para tantas cosas incluyendo los golpes y torceduras que se producían en los partidos de fútbol interjorgas, cuando el Colegio Agronómico Salesiano aún tenía su cancha deportiva.

Hace muchos años llegó un circo a Cuenca y, en tiempos en que la liberalidad permitía mantener animales salvajes de manera más bien displicente y hasta cruel, este circo sacó a sus fieras a transitar por las calles para llamar la atención y lograr que la ciudadanía asistiera a sus funciones.

En una jaula con fuertes barrotes apareció, por la calle Bolívar, un viejo león con pocos dientes pero aún imponente.

Más atrás venían unos payasos, vestidos de colorines, tratando de mantener en el aire las pelotas que pasaban de una mano a otra. Los adoquines no eran la mejor superficie para conservar el equilibrio.

Cerrando la caravana apareció un elefante, indio y no africano, pues se sabe que éstos tienen las orejas más grandes y abiertas. El paquidermo caminaba lentamente sobre el duro suelo de piedra de nuestra ciudad, causando admiración por su tamaño, parsimonia y elegancia.

De repente –cosa que no falta ni aquí ni en sitio alguno- un perillán que estaba en una de las bancas del Parque Calderón, tuvo la infortunada idea de probar, con un tabaco encendido, el grosor de la piel del elefante.  Éste echó a correr y, ante el estupor de la gente, trató de entrar por las puertas de la botica del doctor Sojos. Lamentablemente, arrimada a ella estaba una mujer campesina que veía impresionada el paso del león y los payasos.

Sucedió lo peor que podía pasar y, como en una novela de García Márquez, el día siguiente los periódicos de todo el mundo publicaron la más inverosímil de las noticias: “Mujer muere aplastada por un elefante en la ciudad andina de Cuenca, Ecuador”.

¿Puede haber un destino más extraño que éste?

Publicado el 3 de octubre de 2012