miércoles, 25 de julio de 2012

Viaje a la Costa



El viaje empezaba muy temprano porque era muy largo. Si la familia quería llegar a una hora razonable, todos debían despertar alrededor de las cuatro y media de la mañana, lo que daba tiempo suficiente para desayunar, cargar las maletas y despedirse de los abuelos.

Alrededor de las cinco y algo más, las hojas de los eucaliptos brillaban a la luz de los faros, por la recta de Ucubamba. El rocío de la fría mañana de agosto empezaba recién a reflejar las tenues luces que aparecían por las duras montanas de Challuabamba. El viaje había empezado.

Cañar se volvía un mosaico dorado cuando se veían los campos de trigo recién cultivados desde los altos de Inganilla, el paso más elevado en este viaje por la Durán-Tambo. Pese a que todos iban bastante apretados en el vehículo, se sentía el frío de la montaña, el vaho en los vidrios permitía dibujar algunas líneas, y el sol entraba a raudales. Teníamos ya un par de horas de viaje.

Vueltas más y el carro llegaba al punto en que el papá tenía que bajarse a preguntar, esperando que algún campesino estuviera en el sitio: ¿por dónde a la Costa y por donde a Quito? Y comenzaba la bajada, con un descanso en Ducur para que los grandes pudieran sostener el viaje con un seco de pollo.

La peor parte venía ahora: la bajada hacia la Costa tenía siempre niebla y las curvas mareaban a los chicos, con los resultados esperados que perturbaban a todos y llevaban, a los más pequeños, a seguir el ejemplo de los hermanos mayores. Imperiosamente el vehículo debía detenerse para que todos tomaran un poco del aire frío y húmedo que circulaba por los enormes helechos que trepaban paredes inmensas.

Un poco más y, desde arriba, se veía la llanura de la Costa, a veces soleada, la mayor parte del tiempo cubierta de nubes. No había control de velocidad cuando el vehículo se disparaba a 60 kilómetros por hora en la recta que llevaba hacia La Troncal y, más allá, al Kilómetro 26. Unas frutas costeras ayudaban a disminuir el hambre que afectaba a todos, pues la mamá había olvidado sobre la mesa de la cocina los sánduches hechos la noche anterior con tanto cuidado.

De repente, ominosa aparecía la duda más importante del viaje: ¿llegaríamos a la gabarra a tiempo? ¿No es que trabajan solamente hasta las tres de la tarde? La prisa por llegar a Durán se mostraba en la cara de preocupación de todos. Y el vehículo aceleraba su marcha, hasta unos imposibles 80 por hora.
Allí estaba: la gabarra acoderada en el muelle, esperando que llegáramos, angustiados, cansados y felices, listos para cruzar el Guayas. Parecía que íbamos llegando.

¡Y luego dicen que no hemos progresado nada! 

Publicado el 25 de junio de 2012

miércoles, 18 de julio de 2012

Televisión en blanco y negro

Una televisión en blanco y negro, parada sobre cuatro patitas de madera, era el aparato tecnológico más avanzado de la casa. No había transmisión durante todo el día pues la programación empezaba al final de la tarde, momento adecuado para que, en la casa, todos se sentaran frente a la pantalla.

¡Qué emoción cuando una serie de puntitos negros se movía, bailando de un lado a otro como si fuera una pelea de pulgas! Y la frase, repetida, una y otra vez: ¡Parece que ya se ve algo! De improviso aparecía una señal concéntrica, que permitía que el más hábil de la casa moviera unas perillas pequeñas y fijara la imagen en el centro de la pantalla.

La tarde empezaba con dibujos animados: los Supersónicos; la tortuga D’Artagnan; Leoncio, el león, y Tristón, que era una hiena llorona que se pasaba todo el día –o la función- quejándose de algo.

Las series venían después: conocimos al doctor Smith, acompañante de la familia Robinson, en “Perdidos en el espacio”, al que llegamos a odiar, y luego reírnos de él cuando se asustaba ante extraterrestres, que aparecían debidamente disfrazados en algún planeta lejano. Y vimos también al primer robot inteligente, que sería el antecedente de Arturito y de C-3PO, en la Guerra de las Galaxias.

Nos asustamos con la familia Munster que, pese a su fealdad, tenía un corazón de oro, aunque parecía que a Herman no le habían puesto un cerebro completo. No podíamos creer cuando los mayores de  la casa nos decían que Yvonne De Carlo -o Lily Munster- había sido la bella chica de películas de antaño.

En un momento de esta historia, mientras veíamos la televisión en blanco y negro, en la casa se producía una revolución: alguien traía una pantalla que permitiría ver los programas a colores.

Se trataba de un vidrio coloreado: la parte superior aparecía rosada, la mediana traía verde y la inferior azul. Esto suponía que, si algún personaje mostraba su cara en la pantalla, lo veríamos con un color natural en la piel y con un elegante traje azul y corbata verde. Con esta “pantalla mágica” entramos directo a la psicodelia, pues vimos caballos azules, árboles rosados, desiertos verdes.

Eso si, la televisión se prendía con un solo botón: algo que añoramos hoy cuando hemos adquirido un equipo de última generación y no podemos encontrar ni un solo canal. Requerimos un científico de la NASA a que explique el uso del control remoto para captar al señor Espinosa de los Monteros, al que veíamos también hace 30 años.

Publicado el 18 de julio de 2012

miércoles, 11 de julio de 2012

Casa de Ejercicios


En la parte baja del Colegio Borja, cuando tenía su sede en Pumapungo, se encontraba la Casa de Ejercicios. Los jesuitas la habían construido para que sus alumnos pudieran retirarse por un par de días a reflexionar y seguir los consejos de San Ignacio de Loyola.

Esta Casa no fue solamente utilizada por los estudiantes: acogía también a cualquier varón que deseara quedarse a solas consigo mismo, bajo la guía jesuítica.

Pero la Casa de Ejercicios también recibía un par de veces cada año, en temporada de vacaciones de la Sierra, o en los meses de febrero y marzo, a las estudiantes que llegaban desde Quito o Guayaquil.

Estos grupos femeninos llevaban a que los estudiantes del Borja y de otros colegios, absolutamente reacios a involucrarse en los Ejercicios Ignacianos, se volvieran habitúes de la Casa, por una razón imposible de rechazar cuando se tienen 16 años: las monas y las quiteñas.

Renombrados colegios, como “La Dolorosa” o “Santo Domingo de Guzmán”, visitaron la Casa con lo más bonito de su representación: las chicas que estaban a punto de graduarse. Una vez vinieron hasta del Colegio Americano de Quito. Llegaban en buses, a finales de la tarde, cargadas de maletas y con un par de mamás de buena voluntad.

Una vez llegadas, había que ver el desfile estudiantil cuencano que merodeaba en las tardes y noches por la Casa de Ejercicios. Cada uno de los visitantes mostraba sus encantos de caballero cuencano a las monjitas acompañantes, y demostraba ante ellas su conocimiento de la doctrina, que le permitía casi sentirse como un guía espiritual de las recién llegadas.

En horas más tardías los jóvenes cuencanos exponían sus condiciones atléticas, sosteniéndose a pulso en las rejas de las ventanas de la vieja Casa, mientras un par de compañeros les sostenían en el aire, a veces con los brazos y, otras, sobre los hombros.

¡Cuántos estudiantes se subieron la edad, para no parecer los chiquillos que eran entonces! ¡Cuántas cosas se dijeron los cuencanos y las afuereñas en esta extraña y peligrosa situación! ¡Cuántos besos robados se lograron, mientras los amigos, que soportaban al galán en lo alto, estaban a punto de desfallecer por el esfuerzo!

Pasaron ya los tiempos en que llegaban las estudiantes a la Casa de Ejercicios que, hoy, ni siquiera existe. ¿Se acordarán esas chicas, hoy madres y abuelas, de su fugaz romance cuencano? 

Publicado el 11 de julio de 2012

miércoles, 4 de julio de 2012

La "muchacha"


Cualquiera de las casas tradicionales de la ciudad tenía una o varias “muchachas”, pues no se utilizaba el nombre de “empleadas” para esa actividad laboral. Provenían generalmente de las haciendas que la misma familia mantenía cerca o lejos de la ciudad, o venían recomendadas por sus “patronos” para laborar dentro de una “casa conocida”.

Puede llamarnos la atención la película ganadora de un Oscar 2012, “Criadas y señoras”, que se refiere al servicio doméstico en los años 50 del siglo XX en el sur de los Estados Unidos de América, pero pasa desapercibido lo que sucedía en nuestras ciudades. Nadie puede dudar que, muchas veces, estas empleadas domésticas eran explotadas y discriminadas, y que la aplicación de la ley laboral ha disminuido el abuso que sufrían.

Sin embargo no es posible simplificar la situación, menos aún desde un punto de vista sociológico: muchas de esas empleadas fueron miembros de la familia, de segunda clase, pero miembros. Y tenían la posibilidad de reprender a los hijos de sus empleadores y también a enseñarles cosas que, en el salón de las personas mayores de la casa, nunca se escuchaban: desde música popular en la radio a pilas que se encontraba en su dormitorio, hasta radionovelas como la de “Los Monstruos Flexibles” o “Ligia, la romana”, más vívidas que las que se ven hoy por televisión.

También estaban listas a contar a los niños historias tenebrosas, como la de María Angula o el Hombre Negro, que aterrorizaron los días de la infancia y ayudaron a descubrir que había un mundo fantástico, allí mismo, en la cocina, sin tener que buscarlo ni siquiera en los libros.

El olor que queda de la Velación del Niño, con su aroma del incienso  que chisporroteaba en el brasero cuando se ponía sobre los carbones encendidos, el librito de las Estaciones de Semana Santa, comprado a la puerta de una iglesia, y la foto de algún hijo o sobrino lejanos, servían también para recrear el mundo fantástico que solamente vive en la infancia.

Una ración especial de dulce o el paseo en una tarde soleada de julio, cuando las vacaciones habían empezado y era posible que, a escondidas, la muchacha comprara para el niño una hoja de achira con mote, porotitos y hierbas, hacían de esa caminata una aventura sin par, fuera del control de los padres.

Esas “muchachas” se pusieron viejas; muchas fueron abandonadas a su suerte, pero otras se quedaron en las casas en que trabajaron y terminaron su vida en ellas. ¿Cuánto de su afecto, enseñanzas, temores, ideas ciertas o erradas, complejos y vivencias, tendremos dentro de cada uno de nosotros, como parte de nuestra “propia” personalidad?

Publicado el 4 de julio de 2012