miércoles, 28 de marzo de 2012

Cartas a mano


El estudiante que viajaba a algún lugar lejano, dígase Madrid, para seguir un curso de postgrado o, inclusive un seminario que le tomara algunos meses, se sentía enormemente solitario al llegar a su lugar de residencia.

Posiblemente era un pequeño hostal, administrado por una mujer bastante vieja que se había resistido inicialmente a recibirlo porque suponía verle entrar con plumas. La propietaria encontraba que ese joven, recién llegado, tenía mucho en común y podía hablar en su propio idioma de los recuerdos de su casa y de su novia lejana.

En verano la dueña de casa no encendía el aire acondicionado –si es que existía- para ahorrar. En invierno el pobre estudiante moría de frío a la madrugada pues la vieja desconectaba la calefacción a las once de la noche, también para ahorrar. La habitación, limpia pero modesta, podía mostrar una partecita de la Glorieta de Alonso Martínez y de la cafetería en la que, dicen, un amigo había entrado hace años a pedir que le “regalen un cafecito”, habiendo recibido de sopetón la dura respuesta del encargado: “¡Que te lo regale tu madre. Aquí pagas!”
La soledad era menor durante las horas de estudio y una luz aparecía en el cielo gris cuando llegaba una carta. ¡Una carta! Este pedacito de papel doblado había viajado miles de kilómetros hasta llegar al hostal al cabo de una semana y media o dos.
Las noticias se parecían a lo que cuentan los que saben de astronomía: la luz que vemos de las estrellas salió de ellas hace decenas de años. Las noticias de la carta, alegres o tristes, tenían por lo menos dos semanas de antigüedad: la muerte de un amigo, o el matrimonio de otro, ya tenían 15 días de haber sucedido. El beso estampado al final, también.

La carta se contestaba a mano, en papel y sobre livianos para no excederse en los gastos de correo. Se escribía sobre otro papel, rayado, para que los renglones salieran rectos. Y no era posible equivocarse, para no dañarla y producir una impresión equivocada al otro lado del mundo, como si se hubiera presentado, abruptamente, una idea que no podía viajar, así suelta, por las consecuencias que podría traer a la distancia.

Hoy esperamos el email inmediato, con cuatro palabras muchas veces codificadas. Sin embargo el papel sigue siendo el vehículo noble en que la frase “te quiero mucho” resalta clara y nítida. Ponerla en un email parece que ya no se estila. 

Publicado el 28 de marzo de 2012

miércoles, 21 de marzo de 2012

Geovanna y su futuro


Geovanna es hija de una lavandera. Su madre trabaja en varias casas y no está casada con el padre de Geovanna, que es albañil. Por ahora, afortunadamente él también tiene trabajo.

Geovanna es una chica morena, alta e inteligente, que estudia su primer año de secundaria. Consiguió ir al colegio porque fue la mejor estudiante de su escuela.
Su madre, Petronila, con esfuerzo, ha comprado una computadora, baratita pero que funciona, para que Geovanna pueda hacer sus tareas. El sacrificio de su madre le ha abierto una enorme ventana al mundo circundante y Geovanna vence las limitaciones de sus padres para aprender.

Mientras su madre lava, Geovanna se sienta con ella y en la radio escucha una canción que ya le ha conmovido antes. Dice: “Mamá, la que canta es Adele” y Geovanna tararea “Someone like you”, sin saber bien lo que dice. Su madre escucha también y entiende que su hija, que está tan cerca, es también distinta a ella. Adele, inglesa de Tottenham, hija de madre soltera de la clase obrera, y Geovanna, comparten sentimientos comunes.

Geovanna es una más entre los miles de jóvenes que, en nuestro país, están entre la tradición de hogares de origen campesino y una nueva educación que les abre un mundo que sus padres nunca conocieron. Ven televisión, buscan en la Wikipedia, navegan en YouTube, chatean con sus amigos, oyen música y la bajan en un MP3 que no es exactamente un iPod sin algo más a su alcance, a veces un teléfono celular de segunda mano.

Geovanna tiene una gran oportunidad para seguir adelante y también enfrenta el grave riesgo de no saber cómo manejar toda la información que le llega, desbocada, por las redes sociales. Alguna amiga le ha contado que se encuentran cosas espantosas, pero que están al alcance de una dirección de triple doble ve y un clic de ratón.

Esta niña tiene la sencillez campesina, la humildad de una chica pobre, unida a la fuerza de su inteligencia y a la lucidez que puede llevarle por una puerta abierta hacia otro mundo, mejor, más completo y también más difícil.

Quien sabe si Geovanna, en pocos años más se casará con algún peón de construcción, trabajador, esforzado, pero machista pegador de mujeres, gracioso y, tal vez, borracho. O encontrará a otro muchacho, campesino como ella, que considera que su compañera merece respeto y apoyo. Quizá Geovanna llegue a ser lo que espera: médica, profesora, contadora, pero ya no lavandera. Está en sus manos llegar a donde desea, pero también lo está en manos de muchos otros.

Publicado el 21 de marzo de 2012

miércoles, 14 de marzo de 2012

Lenguaje sexista


Debo iniciar este artículo diciendo: “Nadie estará en desacuerdo conque el lenguaje es la principal forma de comunicarnos”, pues utilizar la frase “ninguno estará en desacuerdo...” es considerado “sexista” en las nuevas guías que circulan mundialmente como pautas para escribir correctamente.

La prensa ha publicado la grave discrepancia que se ha producido entre el señor Ignacio Bosque, académico de la Lengua Española, y una parte del gobierno venezolano, por un artículo investigativo escrito por el primero, que se llama “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”.

El trabajo de Bosque revisa varias guías, que diferentes organizaciones consideran válidas para la aplicación no sexista del idioma español.
Éstas apuntan a utilizar frases como: “quienes juegan fútbol” en vez de “los futbolistas”, o “la población española irá a las urnas el próximo domingo” y no “los españoles irán a las urnas el próximo domingo”, para evitar la discriminación.

Frases más simples como “Juan y María viven juntos” contendrían elementos sexistas y, aunque no podrían convertirse, según las guías, en “...viven juntas” pues, además de sonar mal, contendrían una incorrección flagrante, se recomienda decir “...viven en compañía”. El problema se presenta más complejo de resolver si la frase es “...viven solos” o “...están contentos”.

El diferendo con el Gobierno venezolano nace porque Ignacio Bosque ejemplifica como una muestra de este nuevo lenguaje, difícil de leer y entender, una de las disposiciones de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que dice: «Sólo los venezolanos y venezolanas... podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas ...»

¿Se ha vuelto difícil de entender el nuevo leguaje oficial, también en nuestro país? ¿Es ésta la mejor forma de comunicarnos? Júzguenlo ustedes mismos, lectores y lectoras.

El asunto es que Bosque no parece antifeminista en el artículo que escribe, sino que aboga para que estudiantes (no digo “los” o “las”) de todos los niveles puedan aprender a expresarse correctamente de forma que sean entendidos: discusión también válida para lo que sucede en el Ecuador.

Publicado el 14 de marzo de 2012

miércoles, 7 de marzo de 2012

Cambio de casa


Dicen los expertos que hay circunstancias de la vida que afectan psicológicamente a las personas hasta causarles graves inquietudes y desasosiego. Eso que desde hace algunos años se llama “estrés”. Más allá de la muerte de un ser querido o un divorcio, una de las fuentes del estrés es el cambio de casa.

Tal grave situación empezaba con buscar al amigo que pudiera prestar una camioneta y, a otros que nunca se encontraban, para que ayudaran a cargar las cosas. Un matrimonio joven, además de los hijos pequeños, no solía –ni suele- tener muchas, pero las que hay que cargar ¡cómo pesan!
Están mezcladas la mesa del comedor prestada por la abuela y las bancas retapizadas de los padres. Está el toca-casetes, sin casetes, pues se encuentran solamente las cajas vacías. Están los libros, pocos o muchos, que se bajan por medio de una canasta atada a una soga desde el tercer piso, hasta las manos de quien los recibe.

Aparece la alfombra que, al cargarla, se siente llena de polvo y muestra las manchas de la papilla de los hijos y de la copa de vino que, alguna vez el tío que nunca venía, regó en una visita cariñosa y única.

Están las tablas de la cama y los largueros, que no sabemos cómo entraron, pues ahora no quieren salir por la misma puerta sin rasguñar las paredes.

Se bajan los posters de los Beatles y la reproducción de un cuadro famoso, dejando a la vista el clavo mal clavado y el revoque dañado de la pared, con la siguiente preocupación por arreglarlo. Están los discos de vinil, que salen de sus fundas y ruedan por el piso, paralizando el corazón del coleccionista.

Está la televisión de 12 pulgadas, en blanco y negro, regalo de algún generoso invitado al matrimonio, que pierde sus antenas al momento de cargarla.

Están las ollas que dejan en las manos, pese a su limpieza, un rezago de aceite que se traspasa rápidamente a la ropa que hay que meter en la maleta.

Se encuentran botellas de colonia vacías, que no se sabe para qué se guardaban. Se hallan ¡por fin! los zapatos de fútbol cuya desaparición trajo peleas conyugales: de él, porque creía que los había escondido para que no fuera a jugar fútbol todos los domingos; de ella, porque quien sabe dónde los habrá dejado.

No había microondas, ni televisión plana, ni procesador de alimentos que cargar. Una vez que todo estaba en la camioneta prestada, el estrés cambiaba por la ilusión de volver a empezar una vida joven en otro lugar.

Publicado el 7 de marzo de 2012