miércoles, 30 de marzo de 2011

Cambio marido por candidatura

Álvaro Colom es el presidente de Guatemala. Elegido en 2008, se encuentra terminando su período. Hasta esta fecha está felizmente casado con la señora Sandra Torres, activista política, quien ha decidido ser candidata a la presidencia de dicho país. Sigue, en consecuencia, los pasos de otros gobiernos como el de Argentina.

El problema está en que los opositores al actual presidente manifiestan que la Constitución de Guatemala no permite que su cónyuge sea candidata. Tal norma prohíbe que los parientes de mandatario, en cuatro grado de consanguinidad (hasta los primos hermanos) o segundo de afinidad (hasta los hermanos políticos) puedan serlo.

Colom, inicialmente, ha contestado que su esposa no se halla en ninguno de los dos grados pues la cónyuge no es pariente ni consanguínea ni por afinidad, por lo que la Constitución no le impide correr por la presidencia. Sin embargo la pareja ha encontrado una solución más expedita y que no deja lugar a dudas: se divorciarán. Así, dejarán de ser cónyuges, no tendrán relación civil y la carrera hacia la presidencia no tendrá obstáculo legal alguno.

Como no puede ser de otra manera, tal resolución ha causado gran escándalo en Guatemala.

Esta singular solución nos recuerda que la lujuria del poder es más fuerte que la del sexo; que los matrimonios actuales son de quita y pon; que tenía razón Enrique Guzmán, cuando hace muchos años cantaba: “papeles, tan sólo papeles/nos mantienen unidos/ en una farsa brutal”.

Colom y su esposa han leído a Maquiavelo pues aplican a rajatabla que “el fin justifica los medios” y la señora está dispuesta a sacrificar su matrimonio por amor a la patria.

El señor Colom, por su parte y si le sigue interesando, podrá tener como “querida” a la presidenta de la Nación, lo que no es poca cosa, no tanto por el placer sino por el altísimo honor.

No está demás conocer que el hijo de la pareja es bajista de una banda de rock que tiene un nombre significativo para la familia Colom: “Viento en Contra”.

Al final, esta comedia nos muestra que el cinismo esta de moda aún a costa de todo, hasta de burlarse de un país. 

Publicado el 30 de marzo de 2011

miércoles, 23 de marzo de 2011

A propósito de la guerra

Cada vez que se inicia una guerra la humanidad vuelve a pensar si este flagelo es parte inherente de su propia constitución, aunque  ninguna persona en su sano juicio podría argumentar que una guerra es deseable.

Entonces, ¿por qué es que la humanidad sigue involucrándose en sucesos tan atroces?

Hay muchas opiniones al respecto: una de ellas sostiene que el hombre es un ser eminentemente agresivo, que recurre a la violencia apenas se desatan de las normas que pudieran sujetarle a la paz.

Sun Tzu ya lo dijo: “la guerra es el mayor conflicto de Estado, la base de la vida y la muerte, el Tao de la supervivencia y la extinción”. 

¿Ante esto, existen guerras justas?

Los estudiosos han expresado que puede haberlas, siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones. El asunto está en que éstas pueden aparecer muy sinuosas o definirse de acuerdo a las posiciones, sobre todo ideológicas, de quienes las defienden o atacan.

Ante lo sucedido en Libia la pregunta puede circunscribirse a considerar si terceros países pueden intervenir en asuntos “internos” de otros. Los que se oponen a ello han argumentado que hay que defender a ultranza la “autodeterminación de los pueblos”, como si éstos estuvieran simplemente abocados a votar en elecciones.

Los que apoyan pueden argumentar que hay valores que defender, comunes a toda la humanidad, como la vigencia de los derechos humanos, y que éstos no pueden circunscribirse a que los resuelvan los pueblos por si mismos, cuando un tirano está disparando a matar.

Tal vez ambas posiciones son maniqueas y reflejan, más que una realidad objetiva, un apoyo consciente o inconsciente a una posición política. Así vemos que en la misma América Latina hay países que están a favor y, otros, en contra de la intervención armada.

¿Será que han leído al viejo Karl von Clausewitz, que sostiene que la guerra es “la continuación de la política por otros medios”?

Lo trágico es que los muertos los ponen, en infinidad de veces, los civiles asesinados por las tropas de su propio Gobierno, o por los cohetes lanzados desde cientos de millas por un artillero al que jamás verán la cara.  

Publicado el 23 de marzo de 2011

miércoles, 16 de marzo de 2011

Reflexiones sobre el tsunami japonés

El gran terremoto del Japón y el tsunami que produjo han copado la atención pública en la última semana. Los medios de comunicación y las redes sociales nos han permitido examinar, una y otra vez, cada una de las imágenes de las enormes olas entrando a la costa japonesa y destruyendo ciudades y campos.

Es muy pronto para sacar conclusiones sobre esta gran tragedia, pero podemos definir ciertos aspectos que están en la conciencia pública y que deberán ser motivo de reflexión más profunda en el futuro.

Lo primero: la furia de la naturaleza mata, pero con gran ayuda de la pobreza. El Japón es un país desarrollado, que ha sufrido miles de muertos –y cada día serán más- por el embate de las olas. Sin embargo ninguna comparación es válida con lo que sucedió y sigue sucediendo en Haití, donde la pobreza ayudó al terremoto a cobrarse 200.000 víctimas. Hoy lo sigue haciendo el cólera. El pueblo japonés ha tenido la gran ventaja, proveniente de su propio trabajo, de protegerse del cataclismo hasta donde le fue posible, lo que supuso la disminución del número de víctimas.

Segundo: el hombre es capaz de inventos que le han llevado de la era de las cavernas a los viajes espaciales. Quienes han visto “2001:Odisea del espacio”, de Stanley Kubrick, recuerdan las primeras escenas del troglodita que mira hacia las estrellas para descubrir el paso de una nave espacial. Sin embargo esos inventos pueden traer implícitos los riesgos más graves, como sucede con las centrales nucleares de Fukushima. ¿Vale ese riesgo el desarrollo económico.

Tercero: cada vez más este mundo se encuentra vinculado en un sistema económico global. La gran matanza de Libia eleva el precio del petróleo, que produce como efecto colateral que el Estado ecuatoriano reciba más dinero. La destrucción del Japón ya está trayendo efectos económicos, que afectan las importaciones y las exportaciones de muchos países, incluido el nuestro. Su reconstrucción supondrá también reformas en las políticas monetarias mundiales.

Por último: la comunicación actual nos permite, más allá de leer y escuchar, ver lo que sucede en cualquier lugar del planeta. Esta posibilidad sensibiliza mucho más a las personas que la forma tradicional en la que se enteraban de las noticias, lo que produce una “apropiación” del dolor ajeno que nos hace más humanos.

Sin embargo, la gran cantidad de información diaria supone que las noticias que eran una primicia hoy no lo sean más. Ya los Rolling Stones lo dijeron: “Who want yesterday papers?” (¿Quién quiere periódicos de ayer?) Hoy estamos con el Japón, como ayer estuvimos con Sumatra o con Chile, pero Haití ya no nos duele como hace un año.

Muchos temas para pensar al respecto. 

Publicado el 16 de marzo de 2011

miércoles, 9 de marzo de 2011

El Carnaval y los carnavaleros

La vida corriente, la de todos los días, ha complicado las relaciones. Se empieza pronto y se termina tarde. Las ocupaciones –y preocupaciones- que se presentan han llevado a que los contactos personales se conviertan en 140 caracteres en el twitter, o en mensajes en las redes sociales. Algo que pensábamos que sucedía solamente en los países más avanzados, la soledad cotidiana, empieza a hacerse sentir también entre nosotros.

Pero tenemos aún una ventaja: las fiestas populares, pero las verdaderas. No aquellas importadas a la fuerza, que nos llevan a celebrar noches de brujas ajenas a las nuestras y, menos aún, a recordar a los padres peregrinos, mediante una cena de Acción de Gracias.

El Carnaval es una de ellas: podría pensarse que esta tradición está en peligro de desaparecer porque al salir a la calle Bolívar en la semana previa, ya no se arrojan baldes de agua desde las casas, y el transeúnte puede caminar de una manera segura.

Pero el Carnaval, si bien tiene como eje principal la “mojada”, es más que eso. Es la relación familiar que vuelve a vincular a grandes y chicos; es la comida extraordinaria, preparada con fines precisos: calentar, ayudar a que se soporten los tragos y, por supuesto, producir una satisfacción que sólo el motepata cuencano puede dar. Es también el momento para hacer el pan casero en el horno de leña, servirse unos tamales que deben tener origen gualaceño para ser los mejores, y tomar un drake que volverá las cosas a su estado de gracia original.

Hernán Casciari es un argentino que escribe un blog (palabrita que significa, según dicen, “bitácora”, término que para los serranos no tiene mayor significación) y que seguramente jamás ha estado en un Carnaval cuencano. En su blog llamado “Orsai” expresa que hay tres cosas que detesta y que, por ello, evita a ir a fiestas familiares: los parientes lejanos, el borracho cariñoso y la fea que siempre quiere sacarle a bailar.

Pues el Carnaval ayuda a sobrellevar e, inclusive, a gozar de estos personajes. En una sociedad que se disgrega, los parientes, cercanos o lejanos, nos ayudan a mantener las raíces (a veces encontramos unas, torcidas). El borracho carnavalero se habrá mojado y, por ello, más bien puede estar quieto. Por su parte, la fea que invita a bailar es también soportable, justamente porque es Carnaval. No lo sería en un baile de 3 de noviembre.

Sobre todo estas vivencias nos traen presencias queridas.

Al final, ¿qué es la vida, sino recuerdos? 

Publicado el  9 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

Gadafi y las mujeres

Aziza tenía 21 años. Había sido criada por una familia tradicional, pero consideró que su mundo era más amplio y decidió estudiar. Fue a la universidad y se decidió por medicina, por la que tenía pasión. Sabía, además que, con esfuerzo, podía terminar sus estudios en Europa y conseguir una especialización.

Aziza tenía la suerte de no haber nacido en uno de los países en que las mujeres debían usar burka. Le gustaba la ropa occidental pero varias veces, para fiestas formales, especialmente matrimonios de sus amigas, había usado un traje tradicional de seda roja, con un manto que cubría su cabeza.

Aziza, a veces, consideraba que su gusto por la música italiana significaba una traición a su patria. Italia, al final, había dominado el país durante muchos años luego de la invasión de 1912. La influencia, sobre todo en la arquitectura, era visible, pero ella era árabe.

Aziza había leído el Libro Verde, fuente de toda inspiración para seis millones y medio de personas. Le parecía que el sistema de gobierno que pregonaba el líder, donde el pueblo ejerce el poder mediante la participación directa y protagónica en la toma de decisiones, no era efectivamente real. Pensó que era el momento en que el líder debía retirarse, pues más de 40 años en el poder eran suficientes.

Lo que nunca pensó Aziza fue ingresar a la Guardia Amazónica. Alguna vez una de sus amigas le refirió que las 200 mujeres que la conformaban, además de ganar un buen sueldo, tenían la posibilidad de viajar al extranjero. Pero eso no era lo mejor, el entrenamiento al que estaban sometidas, con especial énfasis en el uso de armas y  en artes marciales, tenían un solo objetivo: proteger al Líder de la Revolución.

Este honor, insuperable, suponía la posibilidad de residir en una de las carpas que el líder utilizaba en sus viajes al extranjero, como un símbolo de su origen beduino. Ah, y las 200 mujeres, según se rumoraba o requería, debían ser vírgenes y mantenerse así.

Aziza salió con sus compañeros a las calles de Trípoli y pasó frente al gran letrero que mostraba la foto del líder, mirando fijamente sobre el lema de la revolución: “Libertad, socialismo, unidad”. Nunca pensó que el ejército iba a disparar y que ése sería su último día.

Hoy yace en el cementerio de Ashaat, como tantos otros jóvenes.  

Publicado el 2 de marzo de 2011